sábado, 4 de diciembre de 2010

Ulises

Permitidme que cambie hoy mi rutina cuentista y, en vez de mandaros la chaladura de cada domingo, lo haga ya en este puente que ojalá esté plagado de buenos momentos compartidos.
Que la sinrazón egoísta de unos pocos no triunfe y haga que naufrague la felicidad de muchos.

El gato de don Ruperto Otero de la Rosa se subió encima del tejado de la casa de Cuquita. Luego, quienes lo contemplaron, aseguraron que lo hizo con la destreza de un saltimbanqui y que su intención parecía no ser otra que la de colarse por la única ventana abuhardillada de la vivienda de los Prado castañón. Cuquita era una criatura deliciosa, alguno de sus admiradores decían que era como un dulce de leche,pero ella, tan tímida, tan apocada, se ruborizaba ante semejantes epítetos y se turbaba, tiñendo sus mejillas con rubor de rubí purpúreo.
¿Por qué a Ulises le daría aquella tarde de primavera por lanzarse a semejante odisea dejando su pelota de trapo, su feudo y su cómodo actuar de siempre? ¿sería, tal vez, porque su mente felina buscaba tener debajo de su panza, o de…, las golosinas que pudiera ofrecerle la simpar muchacha?
Don Ruperto, en cambio, era un señor de porte altivo, estirado de trato y menguado de afectos. Alguien decía de él que ni siquiera con aquel gatazo angorino era capaz de llevarse. Mas esto era otro de los muchos chismorreos que comadres y ociosos colocaban sobre el empresario sardinero.
¿Cómo atreverse a suponer, siquiera, que Ulises hubiese querido abandonar su itaca particular para ir en busca del canto de una sirena tan poco aparente?
¿Que por qué gato y dueño se llevaban aguantando la friolera de una década? Unos decían que al felino lo único que le movía era el verse surtido, a placer, de gordas sardinas y que, para el afanoso empresario, Ulises resultaba el más útil de los confidentes, discreto, aseado y elegante.
Pero aquella tarde, Ulises hizo lo que nunca en todo el tiempo de aquel idilio: saltó, mudó rutinas y alzó, no la voz, pero sí los maullidos habitualmente plácidos tornándolos gruesos.
Yo, discretos lectores, os diré la razón, yo que fui testigo del sucedido –cuán lejos estaba de suponer que en vez de apagar fuegos, lo que me tocaría como bombero sería sofocar enojos_.
Cuquita le abía lanzado destellos, señales de promesas, con su mirada y se lo había ganado. Y es que, más allá de gratitudes o educadas cortesías, quería a Ulises, lo necesitaba. Se había convencido de que a don Ruperto _él que tanto poder y dinero tenía_ le importaría poco renunciar. Creyó que, a cambio, bien le serviría igual un canario cantarín.
El problema fue que el gordo gato se había quedado encallado, cual viejo barco, en la ventana. Todo habría sido mucho más fácil si no hubiera querido huir del nuevo inquilino, cuya jaula fue colgada de tal manera que opacaba el soleado rincón acristalado que siempre fue su lugar y se decidiese, por única vez, a coger, no al toro por los cuernos, pero sí a la niña por el tejado.
Y ya ven. No sabíamos cómo proceder: si tiraba yo hacia fuera, habría de hacerlo agarrándole el rabo, con grave riesgo de mi integridad como efecto secundario del retroceso y si lo hacía Cuquita, nos exponíamos a que perdiese sus proverbiales mostachos, algo impensable para la vanidosa mascota.
Al final optamos por la única solución posible: nos acercaríamos a la biblioteca del barrio, con el objetivo de convencer a uno de sus guardianes, roedores de pro, y le pediríamos que ejerciese como señuelo junto con la dulce pretendida por Ulises, razón de su hazaña acrobática.
Dicho y hecho.
Miiiiaaaaaauuuuuuu miau. Instinto y deseo hicieron el resto. Cual tapón de botella de cava Ulises aterrizó en la mesa de metacrilato que tanto gustaba a María Gertrudis, mamá de Cuquita, y enojaba a Juan Ignacio, cónyuge y progenitor. ¿El resultado? Un gato liberado, una mesa destrozada y una muchacha que ríe a carcajadas ante la escena y el enfado de mamá.

2 comentarios:

Mercedes Pajarón dijo...

Oh, por favor, qué hartón de reír con las aventuras de este inefable gato!!!!!!!

Espero que hayas pasado un buen fin de semana. Aunque según tú todo es mejorable, el mío creo que no ha podido ser mejor!

Besósculos añorósculos! Mua!

silvia zappia dijo...

En cuanto publicaste este cuento,ALberto, vine a leer...pero me fui sin hacerlo porque sonó mi teléfono y luego se hizo la hora de cocinar y luego...bueno, el tema es que, aquella vez, creí ver una foto de un gato blanco...era así o fueron mis recuerdos? Y te digo por qué hablo de mis recuerdos...hace más o menos 30 años, tuve un gato blanco llamado Ulises.Era un gato malevo y peleador, rara vez estaba en casa, y cuando estaba, le gustaba acostarse encima de mis canteros de flores; por lo tanto no nos llevábamos muy bien.Y un día...partió, cual Ulises, pero nunca más volvió...buscaría a Cuquita ya en ese tiempo?

besos,ALberto

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