Nunca se cansa uno de encontrar secretos en Mozambique. Si lo que se busca es un destino en el que los tópicos no tengan cabida, un lugar donde lo auténtico sea lo cotidiano y la naturaleza aún se encuentre en estado puro, no hay duda que hay que dirigirse hasta el norte de este país…
Mozambique, antigua colonia portuguesa, está salpicada de rincones increíbles que tienen el raro encanto de sorprender. Ya lo decía Bob Dylan en su canción de 1976 Magia en una tierra mágica. Uno de estos lugares es Vila da Pemba -no confundir con la isla de Pemba en Tanzania-. Técnicamente, es la capital de la provincia Cabo Delgado y está al norte del país. Fue conocida hasta 1975 como Puerto Amelia, en honor a una reina portuguesa. No es lo mejor, pero sí lo más rápido, llegar a Pemba en avión desde Maputo, la capital.
Hasta hace unos años, Pemba era el punto de partida para quien quisiera visitar el archipiélago de las Quirimbas. Era un nudo en el viaje. La tortuosa carretera subía a Quisanga y un pequeño barquito te llevaba hasta Ibo. Nadie duda de la belleza de estas islas, pero cuando uno llega a Pemba, se tumba en una hamaca a la orilla del mar y ve un par de tortugas nadando junto a delfines, la idea de moverse se convierte en algo remoto.
Pescadores que descargan sus grandes capachos de pescado recién capturados, mujeres que cargan un gigantesco pez espada sobre su cabeza y un puerto donde los grandes cargueros sacan millones de metros cúbicos de madera... Es el día a día de Pemba.
Los edificios coloniales se quedan en la parte alta de la colina y las cabañas de ladrillo rojo se mantienen casi como emblema en las barriadas más humildes, como Paquitequete. Las primeras construcciones coloniales se realizaron en 1857. La experiencia fue un fracaso y hubo que esperar hasta 1904 para crear un centro administrativo para la Niasa Company. Su aspecto actual se debe a las obras urbanísticas de los años veinte. Curiosamente, a pesar de estar en los frentes de las guerra de Independencia y Civil, su calles y edificios fueron respetados por las tropas. Por eso podemos entender bastante bien la vida en el Mozambique del siglo XX.
En estas playas se puede practicar el surf y el buceo, ya no quedan perlas como las que atrajeran a los portugueses, pero bajo las aguas transparentes se esconde un mundo de corales y fauna de increíble belleza por no hablar de lo bien conservados que están. Todo eso del deporte está muy bien pero quizás lo más atractivo de una escapada a Pemba es la posibilidad de no hacer nada, quedarte olvidado por muchos; pasar horas bajo una palmera contemplando la suave cadencia de las olas, seguir con fascinación la curiosa danza de un cangrejo en la playa o dormir a pierna suelta arrullados por el murmullo del mar.
A la hora de comprar cualquier cosa, Pemba no es barato, pero también se pueden encontrar buenos precios si uno se aleja de los sitios más turísticos. Los aficionados a los Makonde -esculturas en madera- tienen que ir hasta Wimbe Beach. La opción más barata la encontramos en los bairros y mercadillos locales.
No hay que impacientarse si el camarero tarda media hora en atendernos y otra media en traer la comida, no existe la prisa en Mozambique y no vamos a llegar nosotros a enseñarles. Tampoco hay que fijarse en el estado del mantel o alguna telaraña en el techo, hay que disfrutar del momento sabiéndonos testigos de un mundo muy distinto al nuestro.
Los que quieran emociones cotidianas, siempre tendrán tiempo para una visita a Mecufi y a Lúrio. No hay guía que marque todos los faros abandonados ni los pueblos de pescadores seminómadas que viven de las capturas diarias. La otra opción de un buen viajero es coger la carretera hacia el sur. Se atraviesa Pemba y se llega a Necala. En Monapo, sale una penosa carretera que lleva hasta Islha de Mozambique. Esta es la visita obligada. Merecido patrimonio de la UNESCO desde 1992 y referente de la vida comercial de este país. La tradición comercial de los musulmanes en las costas del Índico desarrollaron un enclave mágico. Un islote de coral de poco más de dos kilómetros de largo y no más de 600 metros de ancho. Uno de esos lugares en los que los segundos se miden por fotos... Colores, colores y emociones en un formato concentrado.
Es un buen sitio para conocer la gastronomía de Mozambique, como muchas otras cosas, está muy influenciada por la cocina portuguesa. Platos como el pollo al piri-piri a base de pimientos o la sopa de feija que lleva judías son muy buenos ejemplos. Lo mejor de la zona es el pescado fresco y el marisco acompañados de cerveza bien fría.
Pedro Madera
Del suplemento Ocho LEGUAS Del diario El Mundo
Mozambique, antigua colonia portuguesa, está salpicada de rincones increíbles que tienen el raro encanto de sorprender. Ya lo decía Bob Dylan en su canción de 1976 Magia en una tierra mágica. Uno de estos lugares es Vila da Pemba -no confundir con la isla de Pemba en Tanzania-. Técnicamente, es la capital de la provincia Cabo Delgado y está al norte del país. Fue conocida hasta 1975 como Puerto Amelia, en honor a una reina portuguesa. No es lo mejor, pero sí lo más rápido, llegar a Pemba en avión desde Maputo, la capital.
Hasta hace unos años, Pemba era el punto de partida para quien quisiera visitar el archipiélago de las Quirimbas. Era un nudo en el viaje. La tortuosa carretera subía a Quisanga y un pequeño barquito te llevaba hasta Ibo. Nadie duda de la belleza de estas islas, pero cuando uno llega a Pemba, se tumba en una hamaca a la orilla del mar y ve un par de tortugas nadando junto a delfines, la idea de moverse se convierte en algo remoto.
Pescadores que descargan sus grandes capachos de pescado recién capturados, mujeres que cargan un gigantesco pez espada sobre su cabeza y un puerto donde los grandes cargueros sacan millones de metros cúbicos de madera... Es el día a día de Pemba.
Los edificios coloniales se quedan en la parte alta de la colina y las cabañas de ladrillo rojo se mantienen casi como emblema en las barriadas más humildes, como Paquitequete. Las primeras construcciones coloniales se realizaron en 1857. La experiencia fue un fracaso y hubo que esperar hasta 1904 para crear un centro administrativo para la Niasa Company. Su aspecto actual se debe a las obras urbanísticas de los años veinte. Curiosamente, a pesar de estar en los frentes de las guerra de Independencia y Civil, su calles y edificios fueron respetados por las tropas. Por eso podemos entender bastante bien la vida en el Mozambique del siglo XX.
En estas playas se puede practicar el surf y el buceo, ya no quedan perlas como las que atrajeran a los portugueses, pero bajo las aguas transparentes se esconde un mundo de corales y fauna de increíble belleza por no hablar de lo bien conservados que están. Todo eso del deporte está muy bien pero quizás lo más atractivo de una escapada a Pemba es la posibilidad de no hacer nada, quedarte olvidado por muchos; pasar horas bajo una palmera contemplando la suave cadencia de las olas, seguir con fascinación la curiosa danza de un cangrejo en la playa o dormir a pierna suelta arrullados por el murmullo del mar.
A la hora de comprar cualquier cosa, Pemba no es barato, pero también se pueden encontrar buenos precios si uno se aleja de los sitios más turísticos. Los aficionados a los Makonde -esculturas en madera- tienen que ir hasta Wimbe Beach. La opción más barata la encontramos en los bairros y mercadillos locales.
No hay que impacientarse si el camarero tarda media hora en atendernos y otra media en traer la comida, no existe la prisa en Mozambique y no vamos a llegar nosotros a enseñarles. Tampoco hay que fijarse en el estado del mantel o alguna telaraña en el techo, hay que disfrutar del momento sabiéndonos testigos de un mundo muy distinto al nuestro.
Los que quieran emociones cotidianas, siempre tendrán tiempo para una visita a Mecufi y a Lúrio. No hay guía que marque todos los faros abandonados ni los pueblos de pescadores seminómadas que viven de las capturas diarias. La otra opción de un buen viajero es coger la carretera hacia el sur. Se atraviesa Pemba y se llega a Necala. En Monapo, sale una penosa carretera que lleva hasta Islha de Mozambique. Esta es la visita obligada. Merecido patrimonio de la UNESCO desde 1992 y referente de la vida comercial de este país. La tradición comercial de los musulmanes en las costas del Índico desarrollaron un enclave mágico. Un islote de coral de poco más de dos kilómetros de largo y no más de 600 metros de ancho. Uno de esos lugares en los que los segundos se miden por fotos... Colores, colores y emociones en un formato concentrado.
Es un buen sitio para conocer la gastronomía de Mozambique, como muchas otras cosas, está muy influenciada por la cocina portuguesa. Platos como el pollo al piri-piri a base de pimientos o la sopa de feija que lleva judías son muy buenos ejemplos. Lo mejor de la zona es el pescado fresco y el marisco acompañados de cerveza bien fría.
Pedro Madera
Del suplemento Ocho LEGUAS Del diario El Mundo
2 comentarios:
oi, oi, oi, oi.... qué ganas me están entrando de ir a Mozambique de vacaciones. Parece un paraíso. Con este texto me he sentido teletransportada allí por unos instantes. Lástima tener que volver a la realidad, jejeje
Antes de leer tu entrada tenía previsto un viaje a Singapur, ya sabes, a la vuelta de la esquina. Sin embargo, he cambiado de opinión, no por esa naturaleza desbordante, sino por el pollo al piri-piri.
Por cierto, conozco un lugar mucho más cercano y también muy bonito en el que el tiempo se detiene de la manera más mágica...
Besósculos mozambiqueños! Mua!
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