miércoles, 23 de diciembre de 2009

La primera vez

Bueno, ahora sí que sí. Este es mi último cuento del año.
Lo dicho… ¡Felices fiestas!


_Bueno, Luis. Ya hemos terminado. Nada tengo ya que enseñarte. Ahora, eres tú quien debe volar solo y lo harás. Tú y yo lo sabemos.
-Hija, eso de que no tienes nada que enseñarme… Con lo que sabéis las jóvenes de hoy día.
-Bueno, bueno: no seas picaruelo. Venga, si quieres nos tomamos una última caña de despedida. Aunque, vaya, seguro que nos veremos más veces cuando vayas por la delegación, porque irás, ¿verdad que sí? Quiero que nos veamos y me cuentes.
-Vaale, Anabel. Te acepto la invitación. La verdad es que te voy a echar de menos. Me había acostumbrado a esta rutina diaria, a tus enseñanzas, tus consejos y tus ánimos. Para ti, seguro que seré uno más, pero para mí siempre serás la persona que me enseñó a ser yo de nuevo.
-No creas. Una siempre se encariña un poquito de sus alumnos, siempre. Pero lo que más alegra es saber que el curso haya valido la pena, que no caiga en saco roto. Que el miedo, el qué dirán, la protección familiar, la comodidad acaben enterrando tantas horas de entrenamiento, de esfuerzo. Bah, seguro que tú sí lo vas a aprovechar, que eres una persona con inquietudes y con ganas.
Para Luis, ese jueves, 30 de octubre, va a ser un día histórico. Hoy acaba su aprendizaje de movilidad y técnicas guía con bastón.
Ha pasado poco más de año y medio desde que aquellas malditas esquirlas le saltaran a los ojos, justo en uno de esos escasos momentos en que no llevaba la oportuna protección preventiva. El camino, como el de tantos otros ciegos, había tenido que recorrerlo en soledad. Y no es que su gente le hubiese abandonado, seguían ahí, incluso el Patxi, aquél muchachote brutote, pero noble, que siempre andaba refunfuñándole y que había sido el primero en mostrarle su mano tendida. Ahora que el desconsuelo, la amargura, el miedo, el vencer los complejos y tantas otras sensaciones, todo eso sólo le correspondía a él. Tenía que superar el accidente para luego volver a ser esposo, padre y amigo.
Y ahora esa muchacha, en la que había depositado su futuro, esa profesional amable, comprensiva pero exigente, le dice que ya está, que a partir de ese día, deberá ser él quien tire para adelante. ¿Podría hacerlo? ¿Se atrevería? Con ella detrás, sí se había visto capaz, pero ahora…él solo. El ruido, el tráfico, los obstáculos, los cruces y tantas y tantas otras pruebas se lo iban a poner difícil. Anda que decir que si calibrar una pieza requería precisión y destreza, que engranar una palanca tenía mucha miga y más, y más. Esto de ir por ahí con un palo blanco sí que era chungo, de echarle un par. ¿Cómo iba a saber él qué autobús era el correcto para ir a casa?
-Venga, que te acompaño. Cógete, aprovecha y a partir de mañana…
-Ah, sí, que quiero quedarme con tu brazo, bueno me quedaría con más cosas pero creo que tu novio no me iba a dejar.
-Jejejej.
-Bueno, Charo. Aquí te devuelvo a tu marido sano y salvo. Ya ha terminado el curso de rehabilitación. Ahora a practicar se ha dicho. Y déjate querer, no seas tonta; que él puede hacerlo.
Con gesto escéptico la señora Blasco recibe a los recién llegados. Piensa que todo eso que ha aprendido su Luis está muy bien, pero que ya le tiene a ella para que le vengan todos éstos con bobadas. Con lo que ella quiere a su Luisito.
-¿Te quedas a comer? Ya sabes: donde comen dos, comen tres.
-No, muchas gracias. Que esta tarde tengo un examen. A ver si, por fin, me saco el carnet de conducir. Me marcho corriendo y lo dicho… venga, Luis, dos besos. Por un alumno excelente.
-Gracias por todo. Hasta pronto.
El matrimonio Antolínez Blasco se queda solo.
-Bueno, por fin has terminado el dichoso curso éste. Ya era hora. Qué empeño en que te tires a la calle. Si me tienes a mí, yo que tanto te quiero, ¿qué falta te hace ir por ahí con un bastón blanco? ¿Y encima que te vean los vecinos, la frutera, el…?
-Cariño, sé que me adoras y por eso te pido que me dejes salir solo. ¿Qué me importan a mí todos ésos? Déjame que mañana vaya a hacer la compra. Hazme ese regalo. Confía en mí. No te creas, para mí tampoco es fácil, pero si a la primera ya lo dejo, sé que no habrá servido de nada todo este aprendizaje.
-Bueno, ya veremos. Pero es que no hace falta. Anda, dame un beso y, si te portas bien, igual te doy ese capricho.
Cuando Luis se ha retirado a su cuarto a descansar, Charo envía un mensaje a su jefa: “mañana no podré ir a trabajar. Me ah surgido un asunto urgente. Lo recuperaré”.
-Bueno, querido. Me marcho a currar. Espero que el día sea tranquilo. Y tú, ¿sigues empeñado en hacer la compra?
-Que sí, cariño. Que ya verás qué cosas más buenas te traigo. Y algún día hasta te prepararé la comida y todo. Qué ilusión sería, aunque salga un churro.
Media hora después nuestro ciego protagonista se decide. Está nervioso, titubea, se concentra. Recuerda lo que anabel le enseñó la primera vez: “el bastón es tu tercer pie. Primero va él y luego un paso tuyo y luego otro, y otro. El truco consiste en deslizar la contera, la punta del bastón, a ras de suelo, en una semicircunferencia y ya, así de sencillo.” Pues no; de sencillo, nada.
No sabe Que su mujer le va siguiendo, pocos pasos por detrás. ¿Cómo podía creer él que se iba a ir a trabajar tan campante? DE eso, nada, ni hablar.
Luis lo ha logrado. Ha echado mano de todos sus recuerdos, de lo aprendido y, sobre todo, de las ganas. Cierto era que, el súper no distaba demasiado de casa. Sólo tenía que cruzar una calle y ésta gozaba de semáforo acústico. Y cuando ha llegado, la Merce, ella siempre tan dispuesta, le ha ayudado. Ha comprendido que aquello era especial y le ha obsequiado, a más de con toda su simpatía, con los mejores productos del día.
Ésta ha cruzado la mirada con otra mujer y le ha sonreído en un guiño lleno de significados.
Ya está, ya ha superado lo más difícil: pisar el suelo de la acera, los primeros golpes de muñeca, el pedir ayuda, el pagar (bien que lo ha hecho con la tarjeta), pero está feliz. Aferra las bolsas como lo haría un recién nacido el pecho de su madre.
El semáforo está rojo. Se para, y espera. Aguarda a escuchar el sonido de los pajaritos.
Alguien se sitúa a su lado.
-¿Me permite que le ayude, caballero?
-¡Charo! ¿Qué, qué haces tú aquí?
-¿Qué voy a hacer. Ver cómo mi marido, mi amor, del que tan orgullosa estoy, me demuestra que es un campeón. Vamos, cariño, que te ayudo.
-Pero, pero…
-vale, la próxima lo harás tú solo de verdad, pero es que ésta iba a ser la primera vez y no podía perdérmelo. Ha estado genial. Y eso que creo que he pasado yo más miedo que tú. Cuánto te quiero.
-Bueeeno, te entiendo. Gracias por quererme tanto, gracias por tantísimo. Yo también te quiero, amor.






3 comentarios:

Rosa Sánchez dijo...

Alberto, como casi todo en la vida: la teoría, que a veces parece tan fácil, se vuelve difícil al llevarla a la práctica, aunque me imagino que de todas las cosas que nos pueden pasar lo que plasmas en tu estupendo cuento debe ser una de las más difíciles. Como bien dices, hay que echarle un par. Eso demuestra la valentía, el esfuerzo y el tesón de las personas ciegas.
Gracias por este último cuento del año, esperando pronto nuevas creaciones tuyas.
Saludos.

Alberto dijo...

Es verdad, estimada rosa; el salir por primera vez a la calle con el bastón da miedo, pero a mí también me dio otra cosa que nunca olvidaré: libertad.
Yo también espero y deseo seguir construyendo historias y sueño, como uno de esos buenos propósitos de comienzo de cada año, ver un libro que recopile estos cuentos. Ojalá que pueda cumplirlo.
Cuídate y que mañana disfrutes, junto a tu marido y a tu niña, de una noche mágica y llena de ilusión.
Besos cariñosos.

Mercedes Pajarón dijo...

Adelante, Albertito, sigue regalándonos maravillas, belleza e ilusión con tus cuentos! Este en especial me ha gustado muchísimo por muchas razones...

Besósculos admiradósculos!

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