domingo, 21 de diciembre de 2014

Cuento para Lena



Buena noche navideña:
Por aquello de las fechas en que nos encontramos y porque ayer cumplió 8 años una niña especial, quiero compartir contigo el cuento que quise escribirle a modo de regalo de cumpleaños. Espero le gustara, espero te guste.
En enero le pediré a la musa que continúe inspirándome historias en mis domingos solitarios para escribirlas en tu compañía.
Un abrazo.

El cuento de la niña que encontró el bosque de las palabras

Había una vez, hace muchos años, un pueblo en el que todos hablaban a la vez y nadie se entendía, por eso. Tanto y tantos hablaban que llegó el viento y se llevó las palabras, molesto por semejante barullo y jaleo.
Desde ese día en aquel pueblo nadie hablaba ni escribía. Se les había olvidado hablar y escribir. Todo era muy aburrido. Por muchos gestos y cucamonas que hicieran la gente cada vez estaba más aislada y sola.
Entonces nació Lena, una niña preciosa y muy buena. Iba creciendo en ese ambiente de mudos y hojas en blanco. No sabía lo que eran los cuentos ni las historias bonitas. Fue creciendo y como se aburría mucho, le gustaba pasear por los alrededores, cerca del riachuelo o el parque.
Se sentaba en las piedras de la ribera y en los bancos, y soñaba cómo serían otros mundos y otros lugares. Dejaba vagar su mirada y su imaginación. Escuchaba y sabía oír los trinos de los pájaros, el siseo de las hojas y el rumor del agua o la brisa.
Tan buena y aplicada era Lena, tan querida por sus papás y abuelos, que un día el viento quiso sentarse a su lado.
¿El viento? Cómo podía suceder tal cosa. Es que el duende del viento se había enamorado de la chiquilla y le pidió a su hermana, la brisa, que le hablara.
Y Lena, que tan bien sabía escuchar, oyó a la brisa que le decía:
-Niña Lena, ¿sabes una cosa? Hay un bosque en el que los árboles no son árboles, son palabras. Palabras grandes como el roble, frondosas como el castaño, dulces como el ciruelo, estiradas como el ciprés, coloridas como el limonero… Allí fueron cuando mi hermano el viento se las llevó de este pueblo porque sus habitantes no sabían amarlas. Tú no las has conocido, no sabes cómo es su sonido ni lo que en ellas se encierra. Pero mi hermano el viento, que te quiere mucho me ha pedido que te conduzca hasta él. Si quieres venir yo te llevaré, pero habrás de prometerme una cosa… no deberás dejar de escuchar como lo has hecho siempre. Si vuelves a caer en el pecado de hablar y hablar sin escuchar, te olvidarás de ese bosque y te pasará lo mismo que a tus amiguitos de aquí.
-Vale. Así lo haré, pero querría pedirle algo.
-¿Qué? Dime.
-Que cuando vaya a ese bosque tan grande, me deje coger dos arbolitos pequeños, dos ramitas aunque sea, para regalárselas a mis papás, a los que quiero mucho.
-Ummm, vale. Ellos creerán que son árboles, aunque sentirán en su interior, como un eco antiguo, las dos palabras que elijas.
Y Lena se montó en las alas de la brisa. Y voló por entre las nubes, cruzándose con una increíble mariposa de colores y con el arcoiris y con aviones de papel y llegaron al bosque.
Era un bosque enooorme, que visto desde arriba semejaba un libro con sus tapas de corteza y sus frases entrelazadas como por lianas.
Y Lena aterrizó en un sendero precioso, lleno de sombra y calorcito, alfombrado de musgo y tierra esponjosa. Y comenzó a escuchar…
Primero se oía una cascada atronadora, luego un concierto de pájaros y luego… algo que nunca había oído…
-“Ilusión, niña, sonrisa, sorpresa, paz, manos, corazón, amigo, ven, abrazo, amor…
Lena no sabía dónde mirar. Cómo le gustaban esos sonidos que eran las palabras. Sabía que tenía que regresar a casa para que sus papás no se preocuparan ante su ausencia.
Y llamó a la brisa y al viento y al duende. Y cuando sus pies se elevaban de aquel suelo increíble, se acordó de buscar las dos palabras para sus papás. ¿Cuáles crees que elegiría?
Cuando era ya hora de cenar Lena entró a la cocina de su casa y les hizo entrega, a su mamá de una flor de Navidad, era la palabra “Te”, y a su papá, el brote de un cerezo, era la palabra “quiero”. Y papá y mamá juntaron los dos regalos y en su corazón escucharon un eco lejano de dos palabras olvidadas… “Te quiero” y las plantaron y regaron y vieron crecer a lo largo de los años.
Y Lena creció y se hizo mayor y se convirtió en la mejor escritora porque no dejó de escuchar y, por eso, no olvidó que un lejano día visitó, gracias a las alas de la brisa y al amor del duende del viento, el bosque de las palabras.
      

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