domingo, 30 de noviembre de 2014

Un caso para triunfar



Buena noche de domingo. Feliz semana, que estés bien.
Aquí mi nuevo cuento. Que no te pase nada, jeje.
Un abrazo.

Un caso para triunfar

Al anodino despacho de mr. Fielding llega una enigmática señora vestida de negro, tocada de sombrero y guantes. Sus facciones están veladas por una tupida gasa que las oculta con rigor de forajido. Su personalidad pasaría desapercibida en la calle, pero en aquel cubil deslumbra.
Mr. Fielding es un neutro detective privado que sobrevive haciendo trabajos de poca monta. Cuando inauguró su agencia, una agencia con un solo empleado, él,  tenía ínfulas de que lideraría a los grandes perseguidores del crimen, pero el tiempo fue aplacando su ego para situarle en una dimensión liliputiense.
Pasaba muchas tardes en su despacho aguardando el caso que compensara tanta mediocridad. Estaba harto de hurgar en las vidas sentimentales de parejas infieles o de indagar en libros de cuentas del hampa de barrio. Sus lugares de trabajo eran los moteles y las proximidades al puerto, callejuelas y tugurios malolientes.
 Fumaba sin parar para que su ánimo no parara, tenía los dedos negros y los dientes amarillos. Los años pasaban, su economía cada vez era más escuálida. No pocos momentos le asaltaban impulsándole a tirar la toalla y dedicarse a la venta de seguros o similar, cuando no pensaba en dejarlo todo y arrojarse a las aguas del Hudson.
Y cuando estaba a punto de cerrar cierto día, otro más sin más, para ir a cenar la pobre pitanza de cada noche, llega aquella mujer. Exhala un perfume extraño, presenta unos raros ademanes y tiene una voz peculiar.
-Necesito sus servicios y si cumple le garantizaré el éxito definitivo que tanto tiempo lleva persiguiendo.
-¿Cómo? ¿Cómo supo de mí? ¿Cómo sabe…?
-Yo sé muchas cosas. Sé de su angustiosa situación, de su fracaso y su ruina. Y ahora llega su oportunidad. En su mano está el que la aproveche, o no.
-Dígame. ¿Qué habré de hacer?
-Necesito un muerto.
-¿Así? ¿nada más?
-Nada más y nada menos. Un muerto especial. Si me sirviera cualquier cadáver, no necesitaría de sus pesquisas. Me zambulliría en el río y ya lo tendría o lo encontraría en cualquier callejón cercano a la bahía.
-¿tan complicado es?
-Sí.
Un silencio espeso se cuela entre la densa humareda que inunda la sala, por mor de los pestilentes cigarros que fuma aquel mediocre detective sin tregua. Un silencio denso y expectante.
-Usted dirá, ¿señora?
-Mi nombre no importa. Le doy dos semanas para que localice el cuerpo de una mujer joven, de facciones perfectas y espesa melena. Morirá y usted deberá enterarse de su fallecimiento y estar al tanto de su entierro y decirme la tumba en que se depositarán sus restos. Yo me encargaré de lo demás.
-Pero… ¿cómo podré conocer semejante suceso? Mi misión debería consistir en evitar su asesinato en vez de localizar un cadáver. Y, por otro lado, ¿qué objeto tiene que yo le diga todo eso?
-Nada le incumbe a usted. En dos semanas regresaré a este sucio antro suyo y le pediré respuestas. Si me las da, todo le irá bien a partir de ese día, obtendrá la fama y fortuna; si no me las da, su fin será inevitable. Ya nadie, ni siquiera los maridos engañados ni los falsificadores, querrán saber nada de usted. Ese es el trato, ¿lo toma o lo deja?
-Pero…
-No hay peros que valgan, mi única remuneración por sus servicios será el todo o nada para usted. Se miran desafiantes, mr. Fielding al fin baja la cabeza derrotado ante aquella mujer y acepta con un mudo asentimiento. La perturbadora clienta se marcha sin despedirse. La puerta se cierra con un sonido sordo, cargado de misterio.
Jornada a jornada deambulará aquí y allá, se apostará en hospitales y puestos de periódicos en pos de la noticia esperada. No sabe bien cómo encontrar lo que se le ha encargado. Maldice su suerte, lamenta su cruel destino. El final del plazo se acerca, ya se ve arrastrado al abismo de la nada, cuando uno de los muchachos que vocean las noticias del guardian, grita…
-¡Compren compren! Muere estrangulada la hermosa mis Clarence Cooper, la hermosa modelo de fotógrafos y escultores. Su entierro se celebrará mañana en san Patricio.
¿Será ésa la solución? ¿El cadáver que se le exigió encontrar? Adquiere un ejemplar del diario y mira la imagen. Sí, es hermosa, de facciones perfectas y ondulada melena. La noticia cuenta cómo la joven ha sido estrangulada por un novio celoso que la quería para sí y ante sus pertinaces negativas, se cansó de esperar y la mató.
El sepelio es multitudinario, el féretro va repleto de flores, las muestras de dolor de quienes asisten son muchas y sentidas. El cortejo fúnebre se dirige al camposanto alto de Park Avenue. Mr. Fielding lo sigue atento, le va su futuro en ello.
-¿Tiene las respuestas?
La mañana del decimoquinto día se presenta gris y los nervios de Fielding no le han dejado dormir. Cree que ha resuelto el encargo. Lo tiene todo anotado, ha conseguido más imágenes de la muerta y sabe las coordenadas de la tumba. Siente que su vida va, por fin, a dar el giro de timón durante tantos años anhelado.
-Tenga.
-Muy bien. Ahora me marcharé. Usted nunca más volverá a saber de mí, pero su suerte cambiará. Sólo hay una última condición…
-¿Una condición? ¿Más aún?
-Cuando salga de aquí en un momento, no se le ocurra seguirme. Si lo hace, yo lo sabré y nada ni nadie le salvará.
-¿Cree acaso que perdería el tiempo siguiéndola? Estoy deseando irme al Housse Club y emborracharme a su salud.
-Hágalo. Tenga cincuenta dólares para que los gaste en buen licor, no como suele hacer.
Debería haber hecho lo que dijo, tendría que haberse emborrachado gastando hasta el último centavo. Pero no lo hizo, su curiosidad y autosuficiencia pudieron más y la intuición le dijo que debía llegar cuanto antes a la tumba de mis Cooper. Algo iba a suceder y él no podía perdérselo.
La luna llena manchada por nubes turbias era la única luz que alumbraba la sepultura. Hacía frío. No tardó mucho en pasar lo imaginado. Aquella oscura mujer se puso a cavar con inusitado vigor hasta desenterrar el cadáver de aquella pobre muchacha y cuando hubo levantado la tapa del ataúd, los atónitos ojos del detective contemplaron lo que nunca debieron ver.
Su clienta se había despojado del velo y lo iba a sustituir con la cadavérica piel de aquella joven de facciones perfectas. Y es que el rostro de su clienta carecía de piel, era una máscara de hueso con las cuencas oculares y nasales roídas. Era el puro rostro del mal.
Mr. Fielding se agazapó buscando fundirse con la tierra sepulcral, pero oh, Santo Dios, las vacías cuencas de aquel monstruo le miraron con un siniestro brillo de agonía y muerte.
A la mañana siguiente, el personal del cementerio descubrieron la tierra removida del sepulcro y más aún, el desencajado rostro de un nuevo cadáver al que enterrarían sin más en la fosa común de los sin nombre, el de un neutro detective cuyo fin a nadie le importó.


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