sábado, 29 de noviembre de 2014

El valor de valer, otra vez más




Ayer asistí, por quinta vez, a la cena solidaria de la Fundación Alaine, uno de los eventos obligados de cada año, una de esas escasas ocasiones en las que me “disfrazo” (entre comillas) con la corbata y la americana para recordar a la figura de aquella chica que murió de cáncer y que soñaba con que no hubiera barreras entre el primer y el tercer mundo y que no entendía porqué, según dónde hubieras nacido, tenías oportunidades o no de sonreír.
Sus padres, Ramón y Arantza la honran con su denodada lucha por cumplir el sueño de su hija y están consiguiendo que en Benín, el sueño de Alaine se haga realidad.
Para mí es un honor participar de aquel sueño porque, yo sé muy bien lo que son las barreras y la falta de oportunidades. El sueño de Alaine es mi sueño.
Y así, quise contribuir con mi granito de arena al donarles los derechos de las ventas de “Huellas de luz” y eso se tradujo en un proyecto de título homónimo para la colocación de placas solares que dieran luz (con el empeño de una persona ciega), en colegios y ahora en huertas. La energía fotovoltaica que están generando ya hace que mi libro y mi lucha utópica tengan una prolongación jamás imaginada por mí. El sueño de Alaine es mi sueño, la realidad de la Fundación que lleva su nombre lo está transformando en una apasionante realidad.
Ayer la cena, como siempre, fue fantástica: emotividad, buen ambiente, ricas viandas, sorteo de regalos y compañerismo. Todo esto guiado por la magia de aquella chica adolescente que, desde el País de los Sueños, sonríe también, feliz, al comprobar que su memoria continúa viva y que su sueño se está cumpliendo. Mujeres africanas que se emocionan al ver cómo están saliendo adelante gracias a los microcréditos que se les han facilitado desde la Fundación, chicas que están yendo a la escuela, y hasta a la universidad, gracias a las becas de la Fundación, niños y niñas que sobreviven gracias a las incubadoras y dispensarios promovidos por la Fundación…
Cuando Ramón, anoche, nombraba Huellas de Luz y mi iniciativa, cuando nombró aquella cita de John Lenon que yo compartiera el pasado año al hablar de Huellas de luz: "Un sueño que sueñas solo es sólo un sueño, un sueño que sueñas con alguien es una realidad", no pude por menos que sentir una profunda emoción, regada por una furtiva lagrimita. Alguien que iba a ser un problema, excluido y marginado, escucha cómo sus Huellas de luz están dando luz y esperanza en un remoto país africano. Qué importa que quienes de ellas se estén beneficiando no lleguen a saber nunca quién fue aquél loco soñador que, siendo ciego, se atreviera a titular un libro con tal nombre y que a ellos les está dando luz. Claro, yo tan solo tuve un sueño, pero ese sueño se ha hecho realidad gracias a la Fundación Alaine, a la empresa que ha donado las placas solares y a los ingenieros que han sido capaces de montarlas y sacarles rendimiento. Así que sí, John Lenon tenía razón: mi sueño, como el de Alaine, soñado en solitario no habría sido otra cosa que sueño, pero que soñado entre varios, acaba transformándose en acción y realidad.
El año que viene estaré, Dios lo quiera, en su cena, sintiendo que querer valer tiene mucho valor.
Y si yo lo siento así, ¿por qué no tú?
Gracias y buen sábado.
La diferencia enriquece, la solidaridad nos hace grandes.
Un abrazo.      

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