domingo, 23 de febrero de 2014

Charcos tras la tormenta

Buena noche de domingo. Feliz semana. Acaba febrerillo el corto y el carnaval se anuncia imparable.
Aquí mi nuevo cuento.
Que estéis bien.
Un abrazo.

Charcos tras la tormenta

Parece ser uno más de los muchos charcos que pueblan las calles de la ciudad. Después de tres días de lluvias torrenciales amaina, al fin,  el aguacero.
Los débiles rayos del sol, al atardecer, se asoman a ese espectáculo inundado de barro y objetos arrrasados.
Los avatidos moradores se enfrentan a la noche y al desastre con los ánimos menguados y el espíritu decaído. A no pocos de ellos, el temporal les ha dejado en la ruina, habiéndoles despojado de esa memoria que suponen los enseres personales de toda una vida, testigos mudos de alegres triunfos y tristes derrotas cotidianas.
Y, no obstante, no es un charco cualquiera. No lo es, porque el líquido que lo ha alimentado dándole vida, no es el agua, si no la sangre.
Así es, pero el caso es que el cuerpo al que debió de pertenecer no aparece por parte alguna. Sin duda que también fue arrastrado, junto a vehículos, electrodomésticos, ramas de árboles y tantas otras cosas más.
Nadie se había dado cuenta de semejante hecho hasta que llegó Estíbaliz para decirlo a sus padres.
La niña venía manchada de arriba abajo y su madre, al contemplarla se asustó.
-Hija, ¿qué te has hecho? Tienes sangre por todas partes.
-Mamita, yo nada. Es que tropecé con un palo que había y me caíd de morros y como todo está calado, pues eso. Uuuufff,qué frío tengo.
-Ven, anda. Menos mal que nuestra casa se ha salvado de la inundación. Qué razón tenía tu abuela al decir que estaba hecha a conciencia y que no habría quien la tumbara. Ven a cambiarte.
Luisa le comenta a Jorge, su marido. Cómo ha llegado la niña a casa. Ella es partidaria de dejar correr el asunto y no meterse en líos; él, en cambio, decide indagar. Pide a la chiquilla que le muestre el lugar donde se cayó. Van cogidos de la mano, padre e hija hasta el final del soportal de la plaza.
Señala con su dedito.
-Ahí fue donde tropecé, papaíto.
Sí, no hay duda. Es sangre ese líquido espeso y parduzco.
Al tiempo que Jorge verifica las sospechas, atina a pasar, a caballo y encapotada, la pareja de la Guardia Civil.
Les da el alto, para variar. Siempre fue al revés hasta esa tarde de septiembre.
-Agentes, mi hija se ha caído en ese charco, un charco que no es de agua si no de sangre. ¿Qué puede hacerse? Tal vez, alguien esté malherido o, incluso, muerto, y no lo sepamos.
-Sí, habrá que investigar. Pero todo es un caos. Esperemos a que se calmen las cosas  y veremos.
-¿Esperar? ¿Nada más piensan hacer?
-Mire, buen hombre. La comisaría se ha inundado, como todo, andamos echando una mano allá donde podemos y no estamos para juegos de pelis americanas. Tomaremos, por lo que pueda pasar, una muestra y seguiremos a lo nuestro. Usted no se preocupe. Díganos sus datos y si lo necesitamos, ya le llamaremos.
-Germán, ¿ves ahí delante lo mismo que yo?
-Ummm, sí, Ana. ¿Cómo puede ser? ¡Es otro charco de sangre!
-Sí, pero está lejos del otro. No tiene sentido, a no ser que algún desalmado haya aprovechado la tormenta para vengarse de alguien. Esto pinta mal.
-Germán, Ana, el jefe nos reclama a todos. Me ha pedido que localizara a la gente. Se han encontrado varios charcos de sangre, diseminados por las calles de la ciudad.
-¿Más aún?
-Sí, García y Pelayo y Ruipérez.
-Y nosotros también.
-Sé que no es el momento, pero hemos de averiguar de dónde procede tanta sangre. No parece que haya razones para ello, nadie ha denunciado nada.
Los días pasarán y no avanzarán en el esclarecimiento de semejante misterio. No podrían haberlo hecho. De no ser que hubieran recurrido a la adivinación o el ocultismo para ello, hecho completamente descartado.
Ah, si hubiesen estado atentos a las noticias.
Si lo hubieran estado, tal vez se habrían percatado de algo curioso.
Una epidemia de murciélagos estaba acabando con la especie. Los biólogos estaban perplejos. Las aves aparecían muertas de inanición. Esa era la causa de la muerte.
¿Acaso resultaba que la gran tormenta había hecho que no pudieran beberse su alimento de vida?
La primavera llegó, con su esplendor y el expediente de los charcos de sangre fue archivado en el apartado de los casos sin resolver de la Comandancia. Eso sí, la población de murciélagos autóctonos desapareció definitivamente. Otras especies colonizaron el vacío dejado por semejantes mamíferos en las cuevas de los parajes colindantes a la ciudad, pero ya nunca más hubo murciélagos en la provincia de Aurora.


 

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