domingo, 20 de mayo de 2012

La Academia El Pizarrín


Otro domingo más, otro fin de semana concluido. Que disfrutéis y os animéis. Merece la pena.
Que os guste mi relato de hoy, inspirado en eso que debe sentirse cuando te echan al paro. En fin. Cantemos a la esperanza.

Bea hoy está cansada, más bien acabada. Han sido tantos años teniendo que dar muestras de superación que ya no le quedan fuerzas.
El drama dio comienzo cuando aquel nefasto lunes cerraron su empresa. Nunca había podido ni podrá olvidarlo. Unos grises hombres vestidos con monos de trabajo lo desmantelaron todo. Hacían ruido, mucho ruido, no cejaban de dar martillazos, para desmontar los pupitres, el encerado o los bastidores y bocetos. No dejaron títere con cabeza. Qué tristeza, qué pena, lágrimas, dolor físico, desesperación.
 Les dijeron que no había remedio, que el proyecto, para el que tanto habían trabajado y luchado sus compañeras y ella misma, se venía abajo, estaba agotado. No podía entenderlo. Si todo iba tan bien, si eran como una familia, si incluso la jefa la felicitaba de vez en cuando.
Había empezado en la Academia El Pizarrín siendo casi una niña, a sus dieciocho años. Lo primero que aprendió fue el manejo de aquella rudimentaria impresora, un trasto antidiluviano, un armatoste,  aunque en el momento de comprarlo fuera considerado un gran adelanto frente a las copias a carboncillo que hasta entonces se hacían con los apuntes, exámenes y demás material de clase. Después vendrían las mezclas de color, los perfilados y enmarcados.
Y es que El Pizarrín era una escuela de dibujo de la que llegarían a salir buenos artistas del pastel, el óleo o hasta la acuarela. No habían sido pocos, incluso, los que llegaron a hacer realidad sus sueños de lograr introducirse en galerías de Arte y circuitos de exposiciones.
Ella entró tras ser recomendada por su tío, el pintor, sabedor de su valía. Al principio, tuvo que sufrir las envidias y dudas de quienes recelaban de sus méritos por venir de donde venía. Pero, con su ahinco, capacidad y gracia, se los ganó a todos. Este principio sería el primero de los hitos que debería superar. Luego vendría el de aquel traumático e inopinado cierre y después los demás.
 La etapa en la academia había transcurrido durante quince intensos años de experiencia, ilusiones, triunfos y, hasta algún fracaso. Y, no obstante, ¡había resultado tan bonita! Cómo la emocionaba comprobar el milagro que se conseguía con pinceles y manchas amorfas de marrones, amarillos, azules, rojos o verdes. Una marina, un jarrón con flores, una plaza veneciana animada con una pareja cogida de la mano y tantos y tantos otros.
Sí, la echaron. ¿Qué iba a hacer a sus treinta y tres años? Les dieron una pírrica indemnización, les mandaron al paro donde, como a tantos como ella, les inscribían en una negra ficha y nada más. Bueno, nada más no; un subsidio, algún inútil curso de formación y mucha, mucha burocracia. El tiempo libre, la falta de ocupación la ahogaban.
Buscó y buscó. La contrataron como dependienta, primero; luego, pasó a relaciones públicas y aún hasta hubo quien dijo que había triunfado al formar parte del programa líder de audiencia en la televisión pública.
Pero no, no  es feliz. Hoy, a sus cincuenta y tres años se siente derrotada, habiendo tenido siempre que demostrar que era buena, que sabía hacer aquello que le encomendaban, que se las arreglaba bien para lidiar con los sin escrúpulos tiburones con piernas.
Las canas pueblan su media melena antes tan llena de brillo y carácter. Su sonrisa se ha difuminado, y bien radiante que era cuando iba al Pizarrín. ¿Y sus ojos? Sus ojos se han descolorido y ha tenido que vestirlos con unas gruesas gafas que los cubren y ayudan a distinguir lo que, de otra forma, ya no es capaz de ver.
     Debería salir a comer, airearse y esperar que, con ello, se le pase la pesada mustiez que ha querido hoy venirla a acompañar. ¿Será porque hace veinte años que clausuraron su academia?
Incluso alguna lágrima quiere asomarse y besar sus mejillas ligeramente maquilladas.
-Doña Beatriz. Han traído este sobre para usted. Es una invitación.
-¿Una invitación? No estoy para fiestas ni saraos. Diga que no.
-Es que… Igual le apetece. Léala.
“Con motivo del vigésimo aniversario del cierre de la Academia El Pizarrín, quienes nos formamos allí, queremos invitarla a la muestra panorámica que vamos a organizar en su homenaje y recuerdo.
Se ruega confirmación.”
 ¿Podría rechazar algo así? No sabe. Seguro que nada es ya como fue, pero volver; ah, volver. Tal vez aún haya algún motivo por el que ilusionarse. Sí, irá y verá.
Y tal ha hecho. El acto ha sido entrañable, lleno de nostalgias y encuentros. Casi van a cerrar, una vez finalizada la inauguración. Ha charlado con unos y otros, se ha emocionado recordando anécdotas y sucedidos de su aquella otra vida, y ya se apresta a marcharse.
Ah, una figura de espaldas le llama la atención. Viste con americana y tergal aunque no de traje, luce un elegante sombrero y lo más curioso: se apoya en un bastón blanco. ¿Una persona ciega? ¿Qué hará allí? Se está girando. No puede ser.
¡Es Jose! Pero… si entonces veía bien. Si alguna vez hasta le hizo tilín a su corazón.
-¿Cómo estás? Soy Bea. ¿Te acuerdas?
-Cómo no hacerlo, con lo simpática que eras. Ya ves. Y yo sin ver. Y seguirás igual de guapa que antaño. Yo al menos así te veo.
-En qué quedó todo, ¿verdad? ¡Qué tristeza! ¡Qué pena!
-Bueno, aquí estamos. ¿No es eso lo que de verdad importa? ¿Que no hayamos olvidado?
-Sí, claro. Pero… ¿Qué haces ahora?
-¿Ahora? Pintar.
-¿Pintar?
-Sí, pinto con la palabra. Mis pinceles son las teclas del ordenador y los colores, mi imaginación y mis recuerdos. Estoy contento y me siento con ánimo. Aprendí a buscarle las vueltas a la vida, sortear sus trampas.
-Y yo quejándome. Y sintiéndome en el abismo. ¡Qué poco sé!
-Bueno, nunca es tarde para aprender _lo ha dicho con una sonrisa cálida_. ¿Querrás leerme? Igual no son cuadros hermosos mis relatos, pero son algo.
-Leerlos y verlos, sentirlos, quererlos.
La faz de Bea, horas después, ya en su solitario lecho de descanso, ha vuelto a recuperar tonos intensos de luminosidad perdidos. Y es que… Jose y ella han quedado para el sábado y… ¿Quién sabe?

  

6 comentarios:

Rosa María dijo...

Amigo Albertiño: Eres un cuentistas, los HERMANOS GRIMM, no eran nada a tu lado. La verdad que tienes una gran capacidad para dar a la vida la ilusión y ganas de vivir bien. Ello te engrandece a la par de hacerte muy feliz.
Un besiño grande,
Rosa María

amelche dijo...

Por supuesto que querrá leerle y... ¿quién sabe?

Alberto dijo...

Gracias, Rosiña. Me gusta que me digas cuentista, aunque eso de emular a los hermanos Grimm ya es demasiado. Me quedo en lo de pintar con los pinceles que son teclas del ordenador y los colores que son recuerdos e imaginación.
Bueno, graciñas por tanto afecto y tan buena consideración.
Moitos biquiños.
Feliz semana.

Sí, ana. ¿Quién sabe? Lo importante es mirar de frente a la vida y sortear las trampas que ésta nos tiende. No caer en ellas.
Besos cariñosos de buena semana.

Rosa Sánchez dijo...

Entrañable relato, tal y como nos tienes acostumbrados, Alberto; que además nos enseña que si las cosas acaban marchando como no esperábamos, debemos buscar alternativas y dejar de llorar por la leche derramada. Y oye, no hay mal que por bien no venga, ¿quién sabe lo que puede pasar con ellos?
Un abrazote lunero.

Rosa María dijo...

Amigo Albertiño: Como respuesta a darme gracias por tanto afecto, te diré que la agradecida soy yo, por gozar de un amigo que me aporta tantos valores. Eres como un cascabel que suena constantemente en la firmeza de alegría, y eso es la verdadera visión; saber ver con la sonrisa compartida y hacer recapacitar a los amargados/as que gozan de ojos activos, que no hay peor ceguera que la mala leche y que los ojos son parte del cuerpo, pero hay otros órganos más esenciales: El amor, la justicia, la humildad y el respeto. Perdona que los denomine como órganos, pero es que todos esos valores forman parte del conjunto de las cosas más necesarias del ser humano, por lo tanto creo que son órganos y de primera magnitud. Pero "los ojos del alma" esos son los que tú tienes de gran excelencia y plenamente abiertos.
Un besiño amigo cuentista.


¿Qué pasa que siempre me comentas a través de e-mail, y no en mi blog?

http://poemas-rosamariamilleiro.blogspot.com.es/

Alberto dijo...

Rosa, ah la leche derramada. Bueno, así es. ¿Quién sabe lo que puede pasar, el caso es adaptarse y superarse.
Pues eso, luna lunera abrazote lunero.

Y sí, Rosa otra vez, aunque en este caso con María. Ojo con eso de ser un cascabel, a ver a quien se lo ponen si al gato o a la gata.
Y sí, es verdad. Hay valores y actitudes que son órganos porque es muy difícil vivir sin ellos, lo mismo que sin esos otros físicos.
En cuanto a los comenatarios es por lo de la verificación de palabras dichosa / capchas. Es muy engorroso para mí. Debes ir a la configuración de comentarios y deshabilitar la opción de verificación de palabras.
Bueno, lo dicho. Besos perfumados para las dos Rosas, vaya qué privilegiado soy, que tengo semejantes flores. Espero no pincharme con vuestras espinas, jejejjejej.

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