domingo, 17 de abril de 2011

El ramo de olivo


Feliz Semana Santa.
Con cariño.

Al bueno de Agustín no le quedaban ya ganas ni fuerzas para ir a recoger el ramo de olivo en la misa del domingo de ramos. Cuántas veces lo había hecho en el pasado y había disfrutado con la ilusión de lo que significaba. Mas ahora ya no se sentía capaz. Sus ojos se habían poblado de tinieblas y su energía había sido robada por los años. Ahora se limitaba a dar pequeños paseos por los aledaños de la residencia en la que se encontraba alojado y a seguir la eucaristía a través de las emisiones radiofónicas de turno.
Cuando llegaba ese día, recordaba. Rememoraba cómo de niño aguardaba a que su tía le regalase su palma llena de golosinas. Luego, de mayor, lo recogía él solo y lo hacía tratando de que fuese uno que tuviese muchas hojas _cada una de ellas sería la promesa de un momento de felicidad_. Y ahora ya únicamente se conformaba con tentar su bastón de ciego, un bastón que estaba surcado de nervaduras y rugosidades, pero que a él le servía para sentirse seguro.
¿Para qué salir? ¿Para qué tener que resignarse al que le quisieran dar como si de una limosna se tratase? Ah, si su tía viviese aún, ella le traería la palma como siempre lo hizo durante su infancia.
Mientras otros hacían ostentación del ramo que les habían querido llevar, él se aferraba a aquel recuerdo y se negaba, aun a costa de mostrarse desagradecido a que le trajesen uno.
Salió al jardín, se sentó en su banco de siempre y se refugió en la casa de la memoria. Esperaría a que se hiciese la hora de comer, a que viniese a buscarle la cuidadora. Trataría de sonreírle -era siempre tan amable_, mientras tomaba su brazo y escuchaba cómo le auguraba unos alimentos de fiesta. Todo estaría bien aunque a él le faltase su ramo de olivo, su palma.
En esas estaba cuando alguien se sentó a su lado. Se extrañó porque ni siquiera, quien así lo hizo, pronunció palabra alguna. Transcurrió un rato y él supo que volvía a quedarse solo. El lenguaje de los sonidos y los olores delataban al intruso: el crujir de la gravilla hollada por unas tenues pisadas, un vestido en movimiento.
Y el perfume como de lilas recién cortadas. Volvió a recordar. Su mente se poblaba de imágenes de un ramillete de flores recién cortadas, entregadas a alguien con nombre de Amada y que también partió.
No pudo resistirse a extender su mano derecha. Con sorpresa y curiosidad tocó algo. ¿Qué podía ser?
Deslizó sus dedos por toda la longitud del objeto, les dejó acariciar unas formas de terciopelo y notó cómo se impregnaban de calor, de suavidad.
¿Sería posible?
-Hola, don Agustín. ¿Cómo está? Uy, vaya ramo tan bonito y qué bien huele. Lo ha notado, ¿verdad?
-¿Un ramo, ¿cómo es posible?
Y entonces, esa vez, sí, esa vez entrevió a lo lejos la figura de una hermosa joven vestida de blanco y con sonrisa de plata que le miraba con ojos de sol. Ese día Agustín volvió a ser feliz y, en la residencia, todos se extrañaron de que llevase su ramo.
A quienes le preguntaban por él, se limitaba a responderles con la luz pintada en la mirada. Por fin no se sentía solo porque acariciando e regalo que aquel ángel le había dejado, sentía que acariciaba una belleza que él solo podía contemplar, una belleza más hermosa y más suya que cualquiera de las que pudiesen ver quienesveían. Qué feliz se sentía. Volvía a querer a la vida porque su corazón supo, otra vez, lo que era la paz.

2 comentarios:

Susi DelaTorre dijo...

¡Gracias, amigo! ¡Es una historia preciosa, llena de esperanza y luz!

¡Esa luminosidad del corazón es la que mueve el sentir y la alegría!

Abrazos.

Mercedes Pajarón dijo...

El delicioso perfume de las lilas recién cortadas me ha llegado con una gran intensidad, Albertito! ¿Sabías que es un olor que me encanta? ¡Qué coincidencia que hayas nombrado a esta flor!

Un cuento un poco triste pero con final feliz. Así me gusta, que para sordideces, ya estoy yo.

Un besósculo y pasa tú también una feliz Semana Santa.

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