Que uno pueda disponer del lujo de compartir es sinónimo de felicidad, al menos para mí. Saber que entregas lo mejor de ti y que, a cambio, recibes afecto, gratitud y respeto es algo mágico, esencial.
Cuando tengo ocasión de sentir esta experiencia me siento pleno, ilusionado, y sé que ese afán mío por dejar una tenue huella se hace realidad otra vez más.
¿Que a qé vienen estas reflexiones un sábado por la tarde?
Pues a que ayer recibí ese afecto, esa gratitud y ese respeto a cambio de compartir el mundo de la ceguera, mi día a día, con niños.
El colegio público Gúzquez de Villamayor de Santiago, en Cuenca, tuvo el detalle de querer invitarnos a mi amiga Elena y a mí, para que participáramos en su semana cultural. Se trataba de que habláramos del día a día de una persona ciega para que los alumnos y alumnas de distintos cursos de enseñanza primaria del centro, pudiesen conocer de cerca, lo que significa la discapacidad.
Creo que son muy necesarias este tipo de actuaciones prácticas como forma de mostrar que las personas ciegas podemos desarrollar una vida normal, pero también como forma de dar a conocer las limitaciones a que nos vemos enfrentados y poner en valor el esfuerzo, la tenacidad y el espíritu de superación, actitudes un tanto olvidadas en estos tiempos.
A lo largo de nuestras charlas, Elena y yo, explicamos la trascendental aportación de Louis Braille con su sistema de lectura y escritura de puntos salientes, los chicos descifraron, con brillantez, una palabra en ese código y respondimos a sus preguntas, llenas de sentido común y curiosidad. Se portaron de forma admirable, atendiendo a lo que les íbamos contando.
He de resaltar el cariño con que fuimos tratados, encarnado en Julia pero que venía de todos. Fue muy emocionante escuchar frases de reconocimiento que hablaban de admiración y de lo que nuestra exposición les había aportado. Del significado de la valentía y la perseverancia. También lo fue el que luego, ya por la tarde, paseando Elena y yo, unos chicos que nos habían escuchado nos saludaran.
Nosotros quisimos dejarles un cuento y un mapa de Europa que conjugan el braille, el relieve y los caracteres visuales como símbolo de lo que las personas ciegas queremos: la integración social, la participación como los demás.
Los bombones y la planta con que nos obsequiaron fueron también símbolos, deseos de que endulcemos los momentos amargos y enraizamiento de amistad que deberá regarse con la constancia y el recuerdo.
Pero también compartí con la familia de elena y en la iglesia escuchando la belleza de la música interpretada magistralmente por el coro. Me sentí querido y agasajado.
Ojalá que a quienes nos escucharon ayer hablar de cómo hacemos la compra, cómo sabemos la ropa que llevamos, cómo no nos perdemos o el trabajo que hacemos les sirviese para aprender algo. Yo también aprendí de ellos que mi testimonio y mi sonrisa pueden ayudar a ver las cosas con mayor optimismo. Y por eso me siento privilegiado.
sábado, 16 de abril de 2011
La felicidad de compartir
Publicado por Alberto en 6:22 p. m.
Etiquetas: Así soy
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2 comentarios:
Y yo me siento privilegiada porque hayas querido compartir estos buenos momentos con nosotros. me alegro mucho, di cuore!
Un besósculo de feliz domingo! Mua!
Eres un privilegiado por saber valorar y apreciar esos gestos y haces a tus lectores unos privilegiados por compartir tus experiencias
Un abrazo de Alejandro
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