domingo, 23 de enero de 2011

La certeza del destino


El pasado lunes se celebró san Antón, el patrón de los animales. Quiero, con mi cuentecillo de hoy, rendir un sencillo homenaje a ellos y, en especial, a los perros guías.
Que os guste y disfrutéis de una buena semana.

Él siempre supo que su destino sería estar con ella, acompañarla. Aunque ignorase cómo pudo tener esa certeza, la verdad es que sí, siempre lo supo.
Nació en una confortable sala paritorio, le pusieron por nombre Homero y a él, igual que a sus otros hermanos de nacimiento, su madre les amamantó y mimó como la mejor de las madres.
Los días cómodos pronto pasaron y sin apenas él darse cuenta, fue presentado a quienes le enseñarían a cumplir con su Norte.
El lugar al que le llevaron era bonito. Una casa grande junto al mar.Las personas con las que le había tocado convivir se veían buenas, una pareja joven y moderna sin hijos. Con Homero siempre fueron muy cariñosos y siempre que podían se ocupaban de él.
Mientras nuestro protagonista iba creciendo, aprendía a comportarse en casa, a subir a los transportes públicos, a no asustarse del ruido de la ciudad, a no abalanzarse sobre otros como él o ante lo que le llamase su atención, su aspecto se tornaba cada vez más definitivo, su pelo dorado adquiría unos rizos rebeldes, sus orejillas enhiestas siempre se mostraban alerta y su faz se plagaba de expresividad. Su memoria se fue llenando de olores para recordar.
Era feliz. De vez en cuando venían a ver cómo progresaba, creían que no les entendía pero él escuchaba y se alegraba al notar que hablaban bien de él.
Y otro día, cuando ya se había acostumbrado a sus correrías por la playa, a su rutina, cuando sentía que ya se había hecho mayor, le llevaron de nuevo al lugar donde había nacido. Aquellos Moncho y Elvira se despidieron de él con tristeza y a él también le dolió aunque retornar a los espacios del principio tampoco es que le importara demasiado, aún los recordaba, le resultaban familiares.
Cuando llegó le hicieron una fiesta de carantoñas y regalos, y una guapa entrenadora le habló:
-Hola Homero, soy Alicia. A partir de hoy vas a aprender cosas nuevas. Te enseñaré a llevar una cosa que se llama arnés. No te asustes, no te hará daño y será como si fuera tu nueva mano, de él te cogeré y tú me guiarás. Te iré hablando, como lo estoy haciendo ahora, para decirte cómo has de llevar el paso, cómo has de pararte para indicarme que vamos a subir o bajar o la manera en que deberás buscar un cruce ouna puerta.
Y Homero, casi sin pretenderlo, únicamente dejó escapar un menguado “guauuu”, muy alejado de aquellos otros alegres “guaus” que, hasta entonces habían sido su lenguaje.
¿Lo habéis adivinado ya? Homero era un perro guía, un perro lazarillo de raza Golden retriéver, , cuya existencia tenía como misión la de ayudar a una persona ciega a gozar de una vida autónoma y plena.
¿Que quién sería esa persona? Dependería de sus características, de su genio, de su forma de moverse.
Alicia enseñó a Homero todo lo que necesitaría saber para hacer su labor como un maestro. Y hemos de señalar que su tarea fue sencilla, porque resultó el mejor de los alumnos, despierto, dócil y disciplinado.
¿Y qué fue lo que sucedió una mañana de septiembre? Pues que Homero fue entregado a la que sería su dueña. Claro, no podía ser de otra forma. La certeza del destino se cumplía y le tocó guiar a Montse, una chica algo insegura y tímida, pero con la que congenió desde que ella le acarició su barbilla, su cara, su cuerpo, reconociéndole, guardándoselo en su interior, queriendo confiar en él. Y Homero se dejó hacer porque supo que se llevarían bien, que había sido afortunado.
¿Y Montse? ¿No creéis que también lo había sido?
Pasaron los años. Muchas cosas habían hecho juntos, muchos caminos habían compartido: viajaron, lucharon, vivieron experiencias de amor y amistad, y se hicieron dependientes el uno de la otra. Homero había envejecido y Montse quiso darle lo mejor de sí misma: quedarse con él hasta el final, no sustituirlo por otro, como si de un traje se tratara, retomaría un olvidado bastón blanco para salir y cuando Homero tuviese que partir para el cielo de los perros, ella nunca lo olvidaría. Tal vez, sólo después de entonces, solicitaría otro compañero, otros ojos, pero… a ninguno podría querer tanto como a su fiel Homero.

3 comentarios:

Mercedes Pajarón dijo...

He aquí a uno de esos cuentos tuyos que considero mágicos, por original, bien escrito y bonito.

Un gran besósculo y un guaaauuuu admirado. Mua.

apm dijo...

!Qué bonito!, pues sí, creo firmemente que ha de haber una relación tremendamente especial y muy hermosa entre una persona y su perro guía... y comprendo en el cuento los sentimientos de Montse de quedarse con él hasta el final, y no cambiarlo por otro perro hasta tanto no se hubiera ido al cielo de los perros, que sin duda existirá y estará llenito de vida, de ladridos, de fidelidad y de alegría.

Mil besitos

ChusdB dijo...

Precioso, de verdad! Felicidades Alberto me ha emocionado.

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