jueves, 15 de julio de 2010

De vacaciones

Esta noche veraniega quiero compartir una utopía. Ojalá que la realidad supere a la ficción.
Que disfrutéis.

Sí, él lo sabía. Sabía que al lugar al que iba a ir de vacaciones estaría plagado de cosas para ver: hermosas mujeres luciendo sus esbeltos cuerpos, exhibiciones acrobáticas, sinfonías de colores. Todo aquello, él lo conocía con certeza y, no obstante, no dejó que le importase al hacer la reserva.
Cuando lo comentó con sus amigos de tertulias y salidas, no parecieron querer comprenderle, alguno hubo incluso que dijo que qué pintaba él allí, que con darse una vuelta en la calle de su barrio, pisando arena y poniendo de fondo un CD con sonidos marinos ya era lo mismo. Mas no por eso cejó en su intento.
Y es que aquel año, estaba decidido a emprender una pequeña proeza: irse solo de vacaciones.
Claro, que tampoco algo así podría parecer tan especial, salvo si aceptamos que Luis Ángel era ciego.
¿Y tenía que irse necesariamente a la playa? ¿Por qué no buscar a alguien que lo acompañase? O, como mucho, ¿no habría destinos más apropiados?
No, iría a la playa. Buscaría el sonido del mar, la textura de la arena al amanecer, la música de después de cenar.
Hola, ¿necesitas ayuda?
-Pues… bueno es que acabo de llegar y estoy de reconocimiento.
-¿Estás solo? ¿O es que has querido aprender a orientarte?
-Sí, solo. Es que no es nada fácil encontrar a alguien con quien pasar unos días de vacaciones. Que ya se sabe: una cosa es quedar para tomar unas cañas y otra, bien distinta, convivir, aunque sea en plan de turismo.
Pues eres muy Valiente.
-Hija, a la fuerza ahorcan. Y además, seguro que me las apañaré.
-Ah, pues si quieres mi marido y yo nos alojamos también en este hotel. Ya te echaremos una mano o nos juntamos en algún momento.
-No quiero molestar.
-que va, si a nosotros nos encanta conocer gente y aprender de experiencias. Hay tiempo para todo, que ya bastante corremos a lo largo del año, como para que nos vayamos a agobiar por una buena compañía. Mira, ahí viene Luis, mi marido.
-Anda, si es tocayo mío.
-Cariño, este señor se hospeda en nuestro hotel. Fíjate, se ha atrevido a venir solo sin ver. ¿Verdad que podremos quedar con él?
-Vaya, traiga esa mano. Sí que es admirable. ¿Y cómo se las va a arreglar?
-De momento, me han dado una habitación al lado de la escalera, la primera del pasillo. Lo suyo es que tuviese el número en relieve o en braille, esto sería la leche. En la llave, como es de las modernas, de ésas de tarjeta, me han puesto una muesca para saber cómo meterla… en la ranura, no vayáis a pensar. Y en cuanto a las comidas, reservé aquí porque son servidas. Es que eso de los bufés, que está muy bien, a mí me agobia porque tengo que decir que me las lleven a la mesa y encima, por no incordiar, me limito a pedir lo básico. Me da rabia porque seguro que me pierdo exquisiteces. En fin. Y aparte de esto, me iré a la oficina de turismo para concertar alguna visita guiada, he buscado en Internet y he visto que hay un castillo antiguo y, según parece, organizan rutas nocturnas de leyenda. En la playa, calcularé el tiempo de ida, para luego, a la vuelta, saber más o menos orientarme. De todas formas, lo que pretendo es pasear y escuchar sonidos, relajarme, superar retos, atesorar sensaciones y, sobre todo, tener la suerte de encontrar gente buena con la que hacer amistad. Y creo que esto ya lo estoy consiguiendo con vosotros.
-Pues oye, nuestra habitación es la 214. Cuenta con nosotros para lo que sea. Sin problemas, ¿eh? Somos vitorianos y buscamos lo mismo que tú: cargar las pilas y vaguear, acompañándonos de buen yantar, como diría aquél.
-Bah, dame dos besos. Me llamo Charo y lo dicho. Nos vemos y… ¡que disfrutes!
Luis Ángel se siente dichoso. Por fin llegó el momento tan esperado de esa prueba. Él, tan viajero, tan zascandil, iba a demostrarse que merecería la pena, que sería una experiencia inolvidable.
Siguió midiendo, imbuyéndose de referencias táctiles, de distancias, de percepciones. Se haría su plano mental y estaba seguro, ya había comenzado a comprobarlo, que encontraría gente amable. Y, quién sabía, ¿y si..? ¿Y si alguna turista solitaria como él, se atrevía a compartir su soledad? Bueno, bueno; de momento, parece que la cosa pintaba bien con esa pareja tan campechanota.
Daría otra vuelta y a comer. Más o menos se estaba haciendo una idea: el cruce para el paseo marítimo, la heladería, un pequeño parquecito donde podría pasar algunos ratos con sus audiolibros, la fuente…
-¿Qué tal se va ubicando? Si necesita cualquier cosa, no dude en llamarnos. Ya sabe, marcando el 9 es recepción. ¿Quiere que le acerquemos al comedor?
-Sí, muchas gracias, guapa.
-Espero que le gusten nuestras comidas. Además, hemos conseguido que la carta esté en su alfabeto.
-Ah, genial. Así me gusta. Como debe ser.
-Qué menos. Bueno, le dejo con Toñi. Ella le buscará una mesa agradable y cómoda. Que aproveche.
Tras elegir, con la satisfacción de poder hacerlo por sí mismo, aguarda a que le vayan trayendo esa ensalada de queso de cabra con frutos secos y miel, ese besugo al horno y esa tarta de crema de orujo con tulipa de helado de frutos del bosque. ¡Vaya banquetazo, que se va a dar! Qué porras, ya volverá a portarse bien a la vuelta. No ha podido resistir a pedir una cervezota como aperitivo y un Viña Esmeralda para que acompañe a ese pescado sublime.
Y, mientras va paladeando los manjares, evoca tantos otros viajes mendigando compañía, cuántos avatares, no siempre gratos. Cada vez está más convencido de que este viaje va a resultar todo un éxito. El mero hecho de estar en ese palacete, ya lo es. Hacerlo pese a su discapacidad, gracias a su esfuerzo diario, saber que se lo ha ganado con su trabajo, ser uno más.
-¿Tomará café, el señor?
-Ah, si; claro. Un descafeinado, gracias.
El deleite que le ha proporcionado el paladar y el buen ánimo le predisponen a retirarse a su confortable habitación, descansar un rato y disponerse a verse inmerso en todo un mundo lleno de promesas. El premio a tantas luchas del día a día. ¿Qé les contará, entonces, a aquellos amigos suyos, del principio, tan excépticos? Él bien lo sabe y vosotros, ¿qué creéis?
Mientras se retira cogido del brazo de la simpática camarera, alguien que le observara vería cómo sus ojos vacuos se han inundado de un brillo, una luz que tiene nombre… ¡Felicidad!

5 comentarios:

silvia zappia dijo...

hermoso,Alberto!
esa maravillosa luz!

besitos (aquí nevando)

Rosa María dijo...

Hola amigo: Co mo siempre me sorprende la vitalidad que tienes a la par de esa cara de felicidad que dice como te sientes por dentro.
Un abraciño,
Rosa María

Mercedes Pajarón dijo...

Venga ese Viña Esmeralda para celebrar la lectura de otra de tus joyas!

Feliz fin de semana especial y mejores vacaciones cuando lleguen. Muamua y requetemua!

Rosa Sánchez dijo...

“Saber que se puede, querer que se pueda…” el ritmo de esta canción de Diego Torres llamada “Color esperanza”, me ha venido al recuerdo al leer tu fantástica historia. Por cierto, esta canción me la mandaste por correo hace algún tiempo y me encantó.
Sí, Alberto, sé que cuanto plasmas en tus escritos, historias que hablan de valentía y arrojo, son metas alcanzadas. Quieres decirle al mundo que se puede, y lo que más valor le da es que escribes desde la experiencia de la lucha diaria. Eres grande.
Como sabes, hemos estado en Albacete y la semana que viene, no sé aún el día, saldremos unos días a Almería… te lo comento porque estaré sin internet. Pero pronto volveré por aquí, a deleitarme con tus historias. Deseo que el próximo día 24 disfrutes mucho muchísimo de tu viaje y de tus merecidas vacaciones. Ya nos contarás. Saludos fraternos.

amelche dijo...

Bueno, bueno, supongo que en el viaje conocería a más gente interesante y que la pareja esa de vitorianos lo llevaría por ahí de marcha por la noche. Ya nos contarás si hay segunda parte de la historia.

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