domingo, 15 de marzo de 2015

Amanece en Madrid



Buena noche de domingo:
Con todo respeto surge hoy este nuevo relato.
Que estés bien. Feliz semana.
Un abrazo de dignidad y sueños.

Amanece en Madrid

Los tenues rayos de sol invernal pugnan por romper la oscuridad de la fría noche. Las nubes no se lo van a poner fácil. Nubes blanquinosas, como de mortaja, espesas preñadas de nieve. Nos encontramos en uno de los numerosos parques que pueblan la ciudad. Parque en el que las prostitutas calientan sus expuestas carnes con un mísero caldo o un café, bebido a grandes sorbos como si de su vida se tratara. Esperan a que algún cliente venga con su coche reclamándoles sus servicios.
Mujeres que son viejas a los 18 años, hembras de matadero, despojos de la droga o las mafias, presas en la cárcel de la dependencia y la soledad.
Qué cerca están de las oportunidades que ofrece la gran ciudad, pero ¡tan lejos De ellas!
Pobres mujeres que salen a saludar al sol. ¿Quién reclamará sus servicios? ¿Será, al menos, correcto? Allá los prejuicios o perversiones de cada cual, pero al menos que no las fuercen a penetrar en el ifnierno del sadismo. Bastante tienen ya con sus infiernos particulares. Si al menos sus clientes fueran un poquito amables. Cada una de ellas tiene su historia de vejaciones y dolor, de afrentas y soberbia. ¿Acaso no fueron una vez personas? Si lo fueron, ya no lo son. No son nada, si no objetos para usar y tirar.
Y, sin embargo, aun no siendo nada, sueñan. Al fin y al cabo, soñar no cuesta dinero ni hay que pedir permiso para hacerlo al chulo de turno. ¿Con qué soñarán? ¿Una vida de verdad? ¿Un palacio del que ellas sean la señora? ¿Un jardín hermoso del que ella sea la flor más hermosa? ¿Ser cortejada por un apuesto galán que le regale bombones y la lleve al cine? Ah, sus sueños.
Pero, día a día, la realidad se encarga de recordarles que ni tienen vida ni existen los palacios ni son flores ni hay galanes dispuestos a cortejarlas y llevarlas al cine. Alguna vez, sólo alguna, se ha dado el caso que una de ellas salga de la jaula. Pero… es tan raro que semejante hecho suceda que ni siquiera se atreven a soñarlo.
Y si viene la policía aún es peor. O las detienen y pierden el día sin ganar nada más allá de una paliza del amo proxeneta o las obligan a buscarse un nuevo lugar donde exponer su mercancía.
Amanece en Madrid y mientras el sol está venciendo a las nubes una nueva llega hasta aquel parque de tristeza y sueños.
-Eres nueva por aquí. No te conocemos.
-Vete. No te queremos. No nos robes lo nuestro.
-Págame la cuota. Si no lo haces, te vas a enterar.
A todo esto y al frío y al ambiente hostil hará caso omiso esa recién llegada. ¿Quién será? ¿Otra más de las muchas que acaban en ese negocio?
Al menos no es una niña. Se la ve ya madura. Una mujer entera. Sólo una cosa debería haberles llamado la atención a quienes aquella mañana de invierno se cruzaron con ella. Si se hubieran fijado en sus manos habrían visto que las tenía de color púrpura, como teñidas de sangre. Pero no lo hicieron y ese fue su error, o tal vez su acierto.
-Señora, algo muy extraño ha sucedido en el Parque del Oeste. Han aparecido muertas unas treinta prostitutas. Todas degolladas. Aunque eso sí, más extraño aún resulta que, conforme indica el forense, ninguna sufrió. Seguramente habían padecido tanto que no les importó morir. No ssabemos.
-Habrán extremado las alertas en las otras zonas de la ciudad donde abundan las profesionales del oficio más antiguo del mundo. No vaya a ser que esto se convierta en una epidemia y se nos escape de las manos. No quiero un circo en torno a esas desgraciadas.
Así da el parte el sargento Oliveras a la comisaria Natalia Sánchez a mediodía de aquel día que amaneció soleado en Madrid, como si el sol quisiera iluminar un acontecimiento importante para treinta pobres mujeres, el de su muerte.
¿Quién fue el que al matarlas les devolvía la dignidad perdida? No pudo ser otra que una mujer. Sí, una mujer con nombre de Muerte. Porque sí, alguien se había apiadado de aquéllas desheredadas, las más desheredadas de todas las prostitutas de la ciudad.
Días habrá en que el caso del Parque del Oeste se constituya en portada de informativos y especulaciones policiales. Buscan al culpable sin entender que los culpables eran quienes las habían matado en vida y que, lo que en realidad hizo aquella mujer con nombre de Muerte fue devolverles la vida, sí, la vida que no es otra cosa que sueños y dignidad.








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