martes, 20 de mayo de 2014

León: volver y volver



Cinco años atrás, otras 9 personas ciegas y yo visitamos la capital castellana. El viaje entonces tuvo su parte positiva pero también algunas sombras que nos impulsaban al regreso. Así que concidiendo con la efeméride volvimos. Cuento ahora mis experiencias de esta nueva incursión en la ciudad del Húmedo y el Bernesga.
En esta ocasión, se redujo la compañía a 3 amig@s más y yo, eso sí, los cuatro con ceguera y el alojamiento se hizo, nada menos, que en el Hostal San Marcos, una de las perlas de la red de Paradores.
Aprovecharíamos lo bueno de aquel otro viaje, así que llamamos a la misma guía que nos la enseñó en la ocasión anterior y repetiríamos copa y música en el pub de los Quijano, La Lola. A esto sumaríamos una visita a Sahagún y algún otro descubrimiento.
El resultado fue complementar uno y otro, de tal forma que me queda una visión bastante completa de la ciudad. Reitero aquello que entonces comentaba en torno a la emoción que me supuso acariciar la escultura de Antoni Gaudí y pasear por la plaza de la catedral y la colegiata de San Isidoro.
Disfrutamos de su gastronomía y ambiente festivo, probando la cecina y morcilla, el cordero asado y los dulces como las galletas de hierro, en Sahagún, y los ronchitos leoneses (caramelos de cacahuete o almendra, cubiertos de chocolate).
Las caminatas por el Paseo de la Condesa, la Avenida de los Reyes Leoneses, la Calle Ancha o la Gran Vía de San Marcos fueron de lo más agradables.
Y el contar con las fantásticas explicaciones de Isabel, la guía, me ayudaron a disfrutar de unos enclaves llenos de Historia: desde la Iglesia de San Tirso y La Peregrina, en Sahagún; a la catedral y la Colegiata, en León.
Me fascinó sentir la piedra tras siglos y siglos, sus tallas y filigranas, las tumbas y sarcófagos, la madera de nogal de la sillería en el coro.
   Respecto de la accesibilidad y las barreras, no olvidaré las espectaculares maquetas que Valentín Mon, un señor jubilado ha creado en Sahagún con los monumentos de su pueblo, miles de piezas que nos impresionan por su detalle y gran laboriosidad; los paneles informativos con braille y relieve en los dos grandes monumentos de la capital y esa escultura del artista catalán, delante de la Casa Botín.
En contra, por el contrario, me resultó arduo el moverme dentro del Parador y a la hora de acceder a él, en una plaza diáfana y sin referencias; un establecimiento que no dudo será lujoso, pero que se me hizo grande y frío. Manías de ciego chalado, al que cada vez le gustan más los lugares acogedores, familiares y sencillos.
  Quedan las anécdotas:
Tenemos que coger el tren de vuelta a León, después de la visita a Sahagún. No hay nadie a quien preguntar aunque sabemos que la estación está cerca. Nos salva escuchar la megafonía. Cuando, por fin, la localizamos, las vías están a ras de suelo. Una señora que está enfrente (va camino de Palencia) nos advierte para que no andemos más. Al mismo tiempo, no dejan de advertir que no se crucen las vías, si no que se usen los pasos subterráneos. Nosotros no hemos de hacerlo.
Isabel da clases en Soria. Qué casualidad, conoce a Gloria Rubio, pintora de mi pueblo. El mundo es un pañuelo y nosotros…
Buscamos sitio para cenar. Nos conducen al Latino y nos ponemos morados con una cena soberbia, que incluye gambas abrigadas, una rica ensalada de bacalao y un tiramisú que tira, tira (jejejeje) de espaldas.
A nuestro regreso, en el tren, asisto a una bonita clase de modelos de peinado. Unas chicas van comentando sobre tocados, recogidos y casquetes para lucir en bodas y demás. Y el Albertito sin un pelo de tonto o de listo.
En fin, buena compañía, guía excelente y emociones a cuenta de la música y la guitarra de Manolo Quijano, el buen tiempo y mejor ambiente entre los que vamos y entre quienes disfrutan de la noche de sábado, entre vinos del Bierzo y Prieto Picudo, mojitos y vermuts.
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