domingo, 4 de mayo de 2014

El nido de víboras



Buena noche de domingo de mayo florido y hermoso.
Aquí mi nuevo cuento semanal.
Que te guste.
Un cálido abrazo, con mis mejores deseos.

El nido de víboras

¡Es horrible! La muerte a causa de mordeduras de víbora no deja de crecer en la ciudad. Es muy extraño que en un entorno urbano se estén produciendo semejantes tragedias. Más aún lo es que los antídotos habituales contra este tipo de venenos no estén haciendo efecto.
Todo comenzó un mes atrás, cuando al hospital llegaron los familiares de un anciano. Había sufrido la primera mordedura en el tobillo y había fallecido en cuestión de minutos. Entonces, la cosa no pasó de ser tenida como algo lógico. El desgraciado, de setenta y tantos años había muerto al lado del pozo ciego del parque, entre la hojarasca seca. Se dijeron que estaría perdido creyendo encontrarse en el huerto del pueblo, en medio de las ensoñaciones de su pasado de hombre de campo.
Al día siguiente, llegó un niño aún vivo, pero al que nada pudieron hacer por reanimar. Lo encontró su madre, caído sobre el columpio. Tenía dos incisiones en la muñeca. Lo mismo sucedió con un joven y otro y otro. Iban ya más de 40 víctimas. Todas a causa de lo mismo: el veneno letal de víbora.
¿De dónde salían los ofidios asesinos? ¿Qué estaba sucediendo? ¿Se habría producido alguna mutación? ¿Alguien estaría utilizándolas en su fin vengativo?
Lo primero que habría que hacer sería encontrar a alguna de ellas para capturarla viva y hacerle análisis. Conocer a qué especie pertenecían, averiguar la razón por la que los medicamentos de nada habían servido a los pobres mordidos que llegaron moribundos, entre horribles temblores, a los hospitales.
La detective Márquez, bióloga y agente especial, será la encargada del caso. Recurrirá, en sus pesquisas,  a los más fiables análisis y métodos de investigación en materia de toxicología.
Una cosa está  clara: todas las víctimas han muerto a causa del mismo tipo de veneno. Por otra parte no hay un patrón localizado donde se están produciendo las muertes. Ni un único parque ni zona arbolada cercana.
En su despacho, la investigadora ha colgado un plano de la ciudad, marcando con chinchetas los puntos de mordeduras.
No deja de sorprenderle cada nueva notificación.
La gente está consternada. Los que pueden, huyen a sus segundas residencias. Se han suspendido las clases y las autoridades han activado los planes de emergencia establecidos para situaciones de catástrofe nacional.
A su despacho no paran de llegar continuamente ejemplares de culebras varias. Y hasta algún lagarto. En medio del pánico general, se están produciendo situaciones absurdas.
Pero al fin llega la muestra tan perseguida. Un mendigo se la lleva y, aunque al principio cree que va a ser un nuevo fiasco, en este caso, los restos coinciden con las muestras de los muertos.
Al fin dispone de una pista.
El ejemplar es de tamaño mediano, aunque bien nutrido. Otro indicio más: allá donde esté el nido disponen de alimento suficiente.
Y algo más deduce: viven cerca de alguna fábrica o tienda de perfumes. En el tejido hay rastros de alcohol empleado en la fabricación de perfumería.
Rápidamente se ponen a buscar ese tipo de establecimientos y a enviar agentes.
El círculo se estrecha.
Después de un par de días de denodados esfuerzos, lo que parecía sencillo, se torna misterioso. Nada han localizado aún. Todos los establecimientos visitados están en regla. No se les ocurre qué más hacer ni dónde indagar. Salvo que…
-¿Y si buscamos en almacenes cerrados? Hay dos polígonos que los tienen o tal vez en la antigua estación de tren, propone el ayudante de Márquez.
- Hágalo. Nada tenemos que perder. Eso sí, tenga mucho cuidado. Cálcese el equipo especial. No vaya a ser que le pierda también a usted.
Al cabo de un par de horas, el teléfono suena en el despacho de la jefa:
-Creo que debe venir inmediatamente. Ah, y venga con la jaula especial.
Cuando Márquez llega a un viejo depósito de madera, cerrado hace años, próximo al cementerio de la ciudad, lo que ve la deja anonadada.
De una calavera surgen pequeñas larvas de culebra que , al momento, se transforman en unos voraces reptiles con pinta de asesinos.
La calavera está recubierta de hojas frescas y agua en abundancia. El ruido es estremecedor.
Es una pequeña sala, con suelo de tierra y paredes de cemento desconchado. Junto al policía, detenido se encuentra un siniestro hombrecillo del que destaca su mirada de loco y una nariz aguileña muy afilada. Sus manos son flacas, lo mismo que el resto del cuerpo.
-¿Quién es usted? ¿Qué es todo esto?
Algo más se encuentra Márquez: estanterías metálicas, repletas de redomas y frasquitos etiquetados todos ellos con… ¡Es increíble! Cada pequeño recipiente anota la dirección donde han ido apareciendo víctimas.
-¡Vamos, confiese! ¿Qué es todo esto?
-¡Cuidado, jefa!
El monstruo ha iniciado un movimiento hacia la calavera, como si quisiera dejarse morder por las víboras y morir.
Márquez lo sujeta a duras penas.
-¡Dígame qué es todo esto!
Una risa diabólica sale de su garganta, al tiempo que trata de acercarse nuevamente a las víboras.
 -Es el perfume. El perfume.
--¿El perfume? No entiendo.
-Ya comprendo, jefa. Está muy claro. Este loco lo que ha pretendido es hacerse con el olor corporal de nuestros ciudadanos más genuinos. Por eso no había antídoto posible, porque las víboras se nutrían de la vida y nada hay que pueda combatirla. Creo que lo mejor que podemos hacer es destruir la calavera y acabar con el nido. Mire, a él también le han mordido y mire cómo de la que le ha picado sale una baba, una baba que huele a maldad.
-Sí, creo que hemos resuelto el enigma. Lo mejor será entregar, como recuerdo,  los frasquitos a los familiares. Será lo mejor.
Así harán y la normalidad volverá a la ciudad una vez destruido el fatídico nido de víboras, la fábrica clandestina de perfumes.
  






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