Por que sí, nuestras madres merecen saber que sus desvelos
son valorados, que se sientan queridas, que tengan una “mariposa” (entre
comillas) que las haga saber.
Felicidades, madre. Felicidades, mamá.
Buena semana de mayo florido.
Las sombras ya se apoderan de la noche. La penunmbra tiñe
con su grisura el pozo al que una madre, cierta madre, ha acudido en busca de
agua con su cántaro.
Es tarde, otra vez más se le ha hecho tarde. Claro, son
tantas cosas las que debe hacer, tanto que acometer que nunca llega temprano a
ese sempiterno lugar, techado con voladizo de madera y resguardado con
pilastras de piedra. Cuántas como ella habrán acudido hasta allí, abuelas,
nietas, tías y madres, sí, madres como ella, madres también.
Hoy esa madre, Sonia se llama, está triste. Dicen que se
celebra su día pero a ella nadie la felicitará. Su marido partió, sus hijos
partieron. Está tan sola, se siente tan sola que qué más le da que otras sean
agasajadas o festejadas. Eso no es para ella, bien lo sabe y así lo tiene
asumido.
Hace frío, mucho frío. No debería por el mes que es y, sin
embargo, se ha visto obligada a rescatar del arcón la saya y toca de invierno.
¿Será que realmente las temperaturas son bajas o es su alma la que siente esa
gelidez que la hace tiritar? Y no será porque el cielo no esté limpio. Tan
límpido que pronto será un tapiz estrellado.
Casi no se escucha
nada, tanta soledad, tanto abandono. O sí, algo sí se oye: algún perro
ladrándole a las estrellas tal vez queriendo cortejarlas, alguna gallina en el
corral del señor Antonio y sí, cómo no, la música del agua que del caño, fluye
en una caída libre, impetuosa, brava, formando ondas que se expanden para
besarse con las paredes de la pila que las enmarca.
Antes de poner el recipiente y llenarlo, Sonia la mira.
¡Querría preguntarle a esa agua tantas
cosas! ¿Dónde fueron aquellos que se fueron? ¿Por qué no se fue ella? ¿A quién
tenía que guardar en ese pueblo de nadie? ¿Quién podrá responderle a todas esas
preguntas sin respuesta?
Muchos otros atardeceres como éste ha querido llorar, de
rabia, de pena, de abandono, incluso hubo que hasta de alegría y emoción. Ahora
ya no lo hace, ¿para qué? ¿Por qué?
¿Y si ese agua con la que se dispone a llenar su cántaro
fueran esas lágrimas que derramó? Quién sabe.
¿Qué nota en su pelo? ¿En ese moño que ha trenzado deprisa?
¡Es el aleteo de una mariposa! ¡Qué
pequeña pero qué bonita es! Ahora se posa en su hombro, luego en sus manos y en
su pecho y en su cántaro y en su falda y y.
-Hola Sonia.
-Oh, hablas.
-¿Creíste que nadie se acordaría de ti? Mira al cielo, mira
a la fuente, mírame.
Ella oye, no sabe cómo; ve, no puede intuir de qué forma;
siente, magia, maravilla. ¡Cantan para ella! ¡La saludan! ¡Son su marido, sus
hijos! Son burbujas de colores chispeantes, cometas de luz brillante.
Un despliegue de todo, un abanico, un coro.
-Por ti, mujer, cariño. No te hemos olvidado. Te seguimos
queriendo. Tu renuncia, el que te quedaras, fue, y sigue siendo, nuestro
aliento.
-Por ti, madre. Quisimos ser dignos de ti, hacer que te
sintieras orgullosa. ¿Lo entiendes ahora?
-Por ti, mamá. ¿Ves
qué chulo está el cielo? Y esta mariposa amiga que nos ha traído hasta ti, ¿te
gusta?
Al día siguiente, las madres en el lavadero o mientras
esperan a que llegue el panadero, comentan los regalos que les han hecho sus
hijos e hijas, un dibujo, una planta para el balcón, una tarta. ¿Y Sonia? Sonia
calla, pero es feliz al fin. Creen las otras, unas con pena, otras hasta con
desprecio, que para ella no ha habido detalles de cariño, objetos. ¡Qué poco
saben ellas! Nunca ha sido tan dichosa, esa mañana de lunes sabe que es
mentira, no está sola ni abandonada, que sí, ¡aún la quieren! Y sonríe y
quienes la ven hacerlo creen que ha enloquecido, qué pena, pobre mujer. No, no;
ella no está loca. Ahora sabe, es feliz de nuevo, como lo fue cuando le conoció
a él, el día de su boda, cuando nacieron ellos.
6 comentarios:
Hola, Alberto.
Desde aquí, hoy aprovecho tu espacio para felicitar a todas las madres del mundo, las que puedan leer tu precioso relato y las que reposan en el cielo, entre ellas la mía.
Saludos cordiales.
Alberto, me ha emocionado esta bellísima historia. Muy bien narrada y llena de sentimiento. Un abrazo.
Alberto, estás hecho un narrador de primera, te lo digo de corazón y espero muy pronto decírtelo al oído.
Por cierto, ese libro del que me hablaste, escrito por ti: ¿está editado ya? Perdona, pero llevo tiempo sin entrar en blogs de amigos y he perdido un poco el hilo. Me interesaría comprar uno.
Volviendo a tu relato de hoy, transmite tanta magia como talento tienes. Enhorabuena.
Piedad, sin duda que desde el cielo, también la tuya, ven los deseos de felicitación y los recuerdos de sus hijas e hijos. Ellas nos acompañan siempre.
Gracias por estar siempre ahí al lado.
Mil abrazos de luz
Hola Paco, me alegro mucho de que a alguien con tu sensibilidad le emocionen mis historias.
Gracias sinceras.
Mil abrazos de luz.
Gracias, Rosa por tu buen concepto de mí como escritor. Y sí, dicho al oído suena mucho mejor.
Me encantó descubrir tu voz tan cercana y cálida.
Como ves, hago propósito de enmienda y os respondo. Tienes razón, hay que contestar a quienes dejáis vuestras huellas por aquí.
Ah, y el libro aún no está editado. Ya queda menos, pero aún no, el niño sigue su proceso de gestación.
Mil abrazos de luz.
Esto sí que mola, Alberto. Una entretenida y amena forma de volver a tu confortable blog para ver qué te han parecido los comentarios que te vamos dejando. Es curioso, pero hemos tenido que hablar por teléfono para que te lo comentara, y eso que lo pensé hace tiempo y siempre se me olvidaba decírtelo por email.
Voy a dejarte aquí la contestación que te he dejado en mi blog. Me alegré mucho de oírte, de verdad. Y también porque ya puedes acceder a mi blog con más facilidad. Me ha hecho ilusión que hayas dejado tu huella.
Alberto: para mí fue un placer enorme hablar contigo. Tú visión de las cosas (y digo bien, "visión") siempre es diferente a la del resto, siempre aportas un toque distinto, algo que todos solemos pasar por alto. Fuiste la primera persona en darse cuenta que de mi voz no había comentado nada.
Alberto, tú ves con el corazón, utilizas la imaginación echando mano de un sentido del humor envidiable, y no caes en el error de juzgar por el aspecto. Cuando pasas por un blog, y dejas un comentario, arrojas luz y haces que veamos cosas que se nos escapan.
Lo esencial es envisible a los ojos -que decía Saint-Exùpery. Frase que llevo prendida junto a tu recuerdo.
Un abrazo y gracias por tu valiosa huella.
Rosa, claro. ¿Cómo no voy a hacer caso de la acertada sugerencia de alguien que, desde tanto tiempo está ahí siempre al lado.
Es un lujo para mí tener tu amistad y tu bondad.
Y de tu respuesta a lo que te decía en tu blog, pues qué decir. Que palabras como las que tú me dejas son esa luz que tanto echo de menos, a veces, ese aliento que da calor y fuerza.
Seguramente tienes razón, al no distraerme con las imágenes físicas me fijo en otros detalles que me gusta compartir.
Bueno, gracias otra vez y también, para mí, escuchar tu voz y hablar contigo ayer, por primera vez, fue un regalo.
Para que luego digan de Internet y de los blogs. Qué gozada y sí, cómo mola.
Miil abrazos de luz.
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