sábado, 24 de marzo de 2012

Recordando a Jules Verne

Permitidme recordar hoy aquí, la figura del genial Jules Verne (1828-1905), cuando se cumplen 207 años de su fallecimiento.
Cuánto no soñé, gracias a sus lecturas, de niño de la mano de la Editorial Bruguera. Pero, más aún, para mí el visionario escritor francés siempre será especial: ya lo he dicho más veces. Y es que el primer libro que leí en braille,, una vez aprendido el método de puntos salientes, fue "Miguel Strogoff". Era 1989 y no he podido olvidar, cómo hacerlo, la emoción que sentí al descubrir las peripecias del protagonista, pasando las yemas de mis dedos por el papel, un papel grueso, recio, firme.
En su recuerdo, quiero transcribir algunas anécdotas que se cuentan de él.

Con ocho años, Julio Verne asistía en París a la escuela de madame Sambain, la viuda de un marino que le contaba anécdotas de los viajes que realizó con su esposo. Aquellos relatos despertaron su pasión por la aventura. Así, el escritor contó en su autobiografía, "Recuerdos de infancia y juventud", que cuando su padre le mandó interno a un colegio,trató de fugarse. Hizo una cuerda con sábanas y se descolgó por la ventana, pero fue sorprendido por un jardinero. Charles-Noël Martin relata también en su libro "La obra y la vida de Julio Verne" que el muchacho realizó un segundo intento de fuga con once años. Pretendía llegar a Marsella y embarcar rumbo a las Antillas para conseguir un collar deperlas y regalárselo a su prima, de la que estaba enamorado. Por esa aventura se ganó una paliza de su padre, quien le hizo prometer que, desde ese día, solo viajaría con la imaginación. Y así lo hizo. Tanto que sus grandesnovelas las escribió sin salir de su casa de Amiens.
"De la Tierra a la Luna" se publicó originalmente por entregas en el periódico francés Journal des Débats. Verne se ganó al público desde el primer capítulo. Una anécdota que lo demuestra es que, después de que el protagonista de la historia, Miguel Ardan, enviara al presidente del “Gun Club” el famoso telegrama “Reemplácese granada esférica por proyectil cilíndrico-cónico. Partiré dentro. Llegaré vapor Atlanta”, centenares de personas lo emularon y solicitaron al periódico el honor de ser incorporados a la expedición lunar.
En una entrevista publicada por el diario norteamericano The Pittsburgh Gazette, Verne declaró: “Le sorprenderá quizás saber que no me enorgullece particularmente haber escrito sobre el automóvil, el submarino, el dirigible, antes de que entraran en el dominio de las realidades científicas. Cuando he hablado de ellos en mis libros como de cosas reales, ya estaban inventados a medias. Yo me limité simplemente a realizar una ficción de lo que debía convertirse después en un hecho (…) Cada hecho geográfico y científico contenido en cualquiera de mis libros ha sido examinado con mucho cuidado y es escrupulosamente exacto”.
Julio Verne ha sido un ejemplo para muchos científicos. El almirante Byrd afirmó que si no hubiera sido por Verne no habría ido nunca al Polo Sur. El químico ruso Dimitri Mendeleiev calificaba a Verne de “genio científico” y leía constantemente sus obras. Y Yuri Gagarin, el pionero astronauta, dijo en una ocasión: “Ha sido Verne quien me ha hecho decidirme por la astronáutica”.
Aquella noche de 1848 el joven Jules llevaba puesto su único traje, aquel que cuidadosamente intercambiaba con su amigo Eduard Bonamy para frecuentar alguna que otra tertulia de ambiente literario e intelectual de París.
Trataba de que su vestimenta no delatara frente a los tertulianos su origen provinciano nantesino, y menos aún su apretada situación económica.
Muchos días solo se alimentaba de pan y leche, y es que la escasa asignación que recibí­a de su padre la utilizaba para pagar el alquiler de una modesta habitación en el barrio latino (habitación que también compartí­a con su amigo Bonamy) y, sobre todo, para comprar libros y más libros, indispensables para quien, como Jules, pretendí­a ser un gran dramaturgo.
Se hací­a tarde, y mientras bajaba las escaleras de la casa de Madame Barreré (un conocido y bohemio salón de tertulias), recordaba distraído las conversaciones literarias que acababa de mantener y que tanto le apasionaban.En ese momento, Jules tropieza con un orondo caballero que subía apresuradamente y resoplando por las escaleras.
Jules no se disculpa. Le mira con altanerí­a y dice:
-“Seguro que usted ha cenado muy bien esta noche”
-“Perfectamente joven, nada menos que una tortilla de tocino a la nantesina y …”- responde el desconocido
-“Las tortillas a la nantesina de París no valen nada. Hay que echarles azafrán, ¿entiende?” ““ interrumpe Jules
-“¿Así­ que sabe usted hacer tortillas, joven?” ““ pregunta el caballero
-“¿Que si sé hacer tortillas, señor?, sobre todo me las sé comer” – espeta nuestro joven amigo.
-“¡Es usted un insolente! Y le exijo una satisfacción. Aquí­ tiene mi tarjeta… Vendrá el viernes a mi casa… a cocinar usted mismo una tortilla”
Al dí­a siguiente Jules cuenta el curioso incidente a su amigo Aristide Hignard, momento en el que saca la tarjeta, la lee y grita estupefacto: “¡Alexandre Dumas!”
Sí­, aquel orondo y voluminoso caballero de las escaleras era nada más y nada menos que Alejandro Dumas, el gran escritor y autor de novelas de gran éxito como “Los tres Mosqueteros” o “El Conde de Montecristo”
Jules (Julio) Verne, acudió al singular “duelo” y cocinó la tortilla.
Desde aquel momento ambos mantuvieron una gran amistad y Dumas se convirtió, hasta su muerte en 1870, en consejero literario y protector de Verne, ayudándole incluso a estrenar en París alguna que otra obra teatral, aunque con escaso éxito.
Pero lo que el gran Alejandro Dumas no pudo siquiera sospechar en aquel momento es que, con el paso del tiempo, Julio Verne, su protegido provinciano de Nantes, llegarí­a a superarle mundialmente tanto en popularidad como en número de tiradas y ediciones.
En 1885, quince años después de la muerte de Dumas, Verne le dedicará su novela “Matías Sandorf”, su propia versión de “El Conde de Montecristo”.
Buena lectura y mejores sueños de aventura gracias a ella.

2 comentarios:

Susi DelaTorre dijo...

Oh! Que magnífica forma de recordar a uno y otro; dos escritores permanentes en la cima de la literatura...

Un saludo... me encanta todo lo que escribes, sabes? Feliz finde, Alberto Tiflomero!

Mercedes Pajarón dijo...

Una aproximación muy humana al genial autor.

Besósculos domingósculos. Me voy a desayunar. Mua.

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