Permitidme que sea hoy cuando os envíe mi cuento semanal. Es que mañana andaré zascandileando por la ciudad del Bósforo, Estambul.
Bueno, que estéis bien y seáis felices.
En la localidad costera de Porto do Risco los moradores que la habitan son gentes afanadas en el duro trabajo de subsistencia. No entienden de palabras huecas ni solidaridades vacuas. El cansancio y el embrutecimiento les han enseñado a ser personas duras, pétreas, sin rastro de dulzura.
Y, no obstante, , en ese ambiente hostil, como lo hace la rosa blanca en las más altas cimas, dos seres especiales se aferran a su mundo. Son Luisito y Teresa, Tere para sus padres. Dos personitas diferentes, extrañas a lo que les rodea. Malviven incomprendidas, apoyándose, sin saber cómo, mutuamente.
En los momentos de reunión, son menospreciados y rechazados, hablándose, incluso, de castigos divinos o maldiciones merecidas.
¿Y, sin embargo, por quéno? ¿Por qué Luisito no había de seguir construyendo sus castillos de arena en la playa de aquel pueblo? ¿Quién le iba a prohibir asomarse al mar desde el acantilado, acompañado de las estrellas y la luna?
-Ay, hijo; ¡no te acerques! ¡No lo hagas!
Siempre estaban con la misma cantinela. Siempre transmitiéndole sus miedos, sus prejuicios.
¿Y a él qué más le daba que fuese mayor ya? Luisito, debería decirse Luis, don Luis; seguía queriendo ser niño. Ese niño que construía, con arena, palacios exóticos donde morasen princesas y caballeros. Que continuaba dialogando con las caracolas para que éstas le trajesen murmullos de océanos lejanos. Que un día se encontró una pluma de ave y creyó que, con ella, pintaría letras de colores que hablaran de aventuras y amoríos.
Luisito, un alma solitaria anhelando siempre una compañía nunca encontrada.
Luisito, él que al fin venció a los que querían que fuese mayor.
Una mañana de verano, una pareja perdida paseaba cogida de la mano, por la orilla de cierta playa y, mientras se decían sin palabras lo mucho que se necesitaban el uno al otro, vislumbraron un rastrillo y una pala, un bastón y unas huellas que se adentraban en las espumeantes olas del agua azul. ¿A quién creéis que pertenecería todo aquello?
Y pasó un día. Y pasó otro y las gentes del lugar se preguntaban que dónde se habría metido el anciano Luisito. ¿Le echarían de menos porque si no estaba él, de quién se burlarían entonces? Qué poco sabían ellos. Luisito ya no regresaría porque había encontrado refugio en la isla de la fantasía, una isla en la que siempre era primavera y en la que las hadas y los duendes le aceptarían como a uno de ellos.
Y en su pueblo, todos se olvidarían de él. ¿Todos? Tal vez, no. A lo mejor, la Tere, con su síndrome de Down le seguiría buscando para aguardar las sonrisas con las que siempre la premiaba y agradecía que fuera la única que verdaderamente le comprendía.
Y sí, Luisito, desde su isla, cada noche, antes de que Tere se durmiese, hacía que ella supiese que seguía a su lado, acariciándole con sus manos mágicas la mejilla y susurrándole cuentos que a ella la hacían feliz, muy feliz.
sábado, 23 de julio de 2011
Luisito
Publicado por Alberto en 7:19 a. m.
Etiquetas: Relatos
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1 comentario:
que chuliiiiiiiiiii
isa tu sobry.
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