Pues sí, ya estamos de vuelta, ya pasó el viaje que, cada año, me regalan con su compañía, Alfonso,Paloma, Elena y Nuria. Y, otra vez más la experiencia ha sido inolvidable, con la complicidad y el cariño de siempre, con la excelente organización de Alfonso y Paloma (todo un privilegio contar con ellos) y con el humor y armonía que nos caracterizan.
Un viaje cargado de sensaciones y conocimientos, un periplo ceñido a una ciudad milenaria, rica en Historia, monumentos y costumbres muy alejadas de las habituales en mi cotidianeidad.
Visitar en poco más de 4 días una capital como Estambul, con 13 millones de habitantes y con ese bagaje es complicado y más lo es aún, teniendo en cuenta que al no ver resulta más difícil de asimilar, al menos en mi caso.
Como siempre, más allá de una mera relación de lugares contemplados, os pondré mis impresiones, lo que a mis ojos del alma les ha sido dado ver.
Ante todo estar allí, como siempre. Pisar el suelo de lo que fuera el hipódromo, donde ahora queda una imponente explanada a la que dan Santa Sofía y la Mezquita Azul o del sultán Ahmed y que otrora fuera escenario de multitudinarias y fastuosas competiciones durante el Imperio bizantino; la Basílica Cisterna y su impresionante depósito de agua (podía almacenar hasta cien mil litros); los palacios de Topkapi y Dolmabahce, con su esplendor y riqueza otomanos que me llevan a reflexionar cómo el paso del tiempo los ha dejado huérfanos de quienes los proyectaron; los núcleos comerciales del Gran Bazar y el Bazar de las especias, con su mezcla de olores, colores, texturas y artículos inacabables; la Torre Gálata y su imponente altura de 60 ms desde la que se otea el horizonte; la mezquita roja de Suleimán; el paseo por el Bósforo o el Cuerno de oro, con sus lujosos yates y residencias, con sus pescadores y con la reminiscencia de un pasado pleno de afanes; aparte de la zona más occidentalizada y comercial, con referencia en la plaza Taxín y la calle de Istiklal.
Todo esto es lo que hemos visitado, además de callejear y entrar en el mítico Pera Palace Hotel, del que ya he hablado en alguna ocasión por sus huellas literarias y viajeras, y donde saboreo un sugerente helado de menta y chocolate, y el Blue House, un hotel desde cuya terraza, al tiempo que degustamos una cena turca, se contempla iluminada Sultán Ahmed, con el azul evocador de las noches de Oriente.
Nos movimos en tranvías modernos, eso sí, abarrotados; en el funicular y en taxis en los que tuvimos cabida los cinco, imaginaos.
Mis impresiones: mucho ruido con constantes bocinazos y toques de claxon producidos por un tráfico enloquecido, repetidas llamadas de perseverantes vendedores callejeros de todo lo imaginable (desde gajos de sandía, zumos de naranja recién exprimida, roscas de pan de semillas, ropa, gafas, relojes, artesanía…), ofrecimientos constantes a turistas para hacer visitas guiadas y las periódicas llamadas a la oración que resuenan por toda la ciudad (incluida la de las 4.30 de la madrugada) con sus ecos de espiritualidad lejana. Mucha gente que deambula apresurada dando sensación de agobio. Y, por supuesto, los contrastes: mujeres ocultas por el anonimato del burka junto a otras ataviadas por ropas veraniegas y hasta camareras vestidas con el velo y las sedas de odaliscas, sonidos de motores y campanas de tranvías junto a la letanía de los muecines (la primera vez que les escuché, me impresionaron, aunque sobre todo me gustó hacerlo desde el barco), asistir a la danza de un derviche e imaginar cómo va entrando en comunicación con la divinidad al son de una canción monocorde.
La gastronomía, rica aunque monótona,a base de cordero y pollo, especiados y guisados, salsa amarga de yoghurt y ensaladas; dulces muy dulces hechos con miel y pasta de frutos secos (delicias o baklavas) y té, claro, té turco negro o de manzana.
Como ciegos, tuvimos muy pocas ventajas: a la entrada en el aeropuerto (a la hora de sellar el pasaporte y pagar el correspondiente visado de entrada, 15€) había un acceso especial para discapacitados, nos ahorramos el billete en los tranvías (disponen de megafonía que anuncia las paradas) y escuchamos un único semáforo acústico que verbalizaba un mensaje (a saber qué diría) y poco más. Tuvimos que hacer las largas colas para entrar en los monumentos y pagar tanto las entradas como las audioguías, nada de braille ni maquetas, por supuesto. Me parece bien pagar lo que haya que pagar, pero siempre que luego pueda disfrutarlo como los demás. Tengo intención de dirigirme a la embajada turca en este sentido.
Me gustó especialmente visitar el harén del Topkapi, pasear por el Cuerno de Oro, entrar en la mezquita de Suleimán (menos turistizada que la Azul), experimentar la sensación de un hamán o baño turco con su masaje correspondiente, subir a la torre Gálata, con la sensación de vacío y hacer el crucero por el bósforo, aunque a éste le sobró la música disco que lo acompañó en casi todo el recorrido, impidiéndome imbuirme del entorno.
Me habría gustado poder pisar la parte asiática de la ciudad,relajarnos por algún parque o jardín, tocar alguno de los libros depositarios de la sabiduría islámica o bizantina y disfrutar con mayor profundidad del Pera Palace (haber entrado en las míticas habitaciones donde durmieron personajes de la talla de Agatha Christie o Ernest hemingway. Pasamos de perder el tiempo en las salas del tesoro o de las reliquias (total para qué, si no íbamos a poder verlas ni tocarlas, por muy lujosas que fueran)
En cuanto a las anécdotas y curiosidades, aquí van algunas: El chorrito del que puedes disponer en la taza del váter , como sustitutivo del bidé (dos por uno). Tres botes que me encuentro en el escritorio de la habitación del hotel (la 313 del Barceló Saray) y que al no tener otra manera de averiguar su contenido, me decido a abrirlos para descubrir avellanas, pistachos y patatas fritas. La sensación de escuchar el borboteo de las burbujas del narguiléo pipa de manzana. Un vendedor, en el Bazar de las Especias me ofrece, susurrándome al oído, Biagra (¿se creerá que al ir cogido del brazo de Alfonso la voy a necesitar? Jajajjaja). Tratamos de comernos una mazorca de maíz asada bastante insípida. El contraste (otro más) de que para acceder a las mezquitas te tengas que quitar el calzado y que para entrar en el palacio de Dolmabahce o en el hamán te tengas que poner unas bolsas de plástico recubriéndolo. La imaginación de lector y cuentista se despierta ante la estela del barco mientras que el resto de pasajeros se fija en las orillas, ¿qué pensarán los habitantes de ese mar? Me lanzo, gracias a mi móvil adaptado, a hacer fotos, ¿qué captaré? ¿Saldrá bien el encuadre? Todo un juego de puro azar. Me ahorro el comprar ojos de ónice como suvenir (si aún me sirviesen para ver algo, me llevaba un saco pero me temo que ni por ésas). Meto, faltaría más, el dedo pulgar en la Columna de los deseos de Santa Sofía (quién sabe…, el caso es meter).
La guinda al viaje fue presenciar, en un anfiteatro al aire libre, un concierto de Candan Erçetin, todo un prodigio de voz femenina acompañada de una orquesta sublime y de los coros del público que, entregado, tarareó todas sus canciones. Fueron 3 horas de música espectacular.
En fin, el cansancio de horas al sol, de pie, se mitiga ante todo ello, aunque (a qué negarlo) no pudiera dejar de sentir cierta amargura por no poder ver todo eso que, por mucho que trate de imaginar y visualizar, es imposible alcanzar su belleza en toda la extensión de su magnificencia. Es cierto que en Estambul, los sentidos del olfato, el oído y el gusto tienen cabida (del tacto mejor no hablar, porque bien poco pudimos tocar), pero me ha quedado claro que la vista en ella es muy importante, esencial diría yo. Y aún así, ha merecido la pena, cómo no.
viernes, 29 de julio de 2011
Estambul: ciudad de contrastes
Publicado por Alberto en 12:18 a. m.
Etiquetas: De viajes
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1 comentario:
Bueno, bueno... Veo que te lo has pasado muy bien, me alegro. La audioguía el problema es que, si te dice, por ejemplo: "El cuadro a la derecha de la chimenea es del rey Enrique VIII" pues muy bien, pero como no ves el cuadro, no sabes ni cómo va vestido, ni si es Enrique VIII o Felipe VI, o un paisaje o una casa. Deberían hacer audioguías adaptadas para ciegos, describiendo un poco más.
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