miércoles, 21 de mayo de 2008

La nueva república

Hace ya mucho, demasiado tiempo que no comparto con vosotros uno de mis cuentos. Aquí va por fin.
Que os guste:


LA NUEVA REPÚBLICA



---Pase, pase, don Gonzalo. Los invitados ya casi han llegado. Déme su abrigo y sombrero y que la reunión se desarrolle conforme su señoría desea.
---Gracias, Manuel. Seguro que tus augurios se verán cumplidos. Al menos las gentes a quienes voy a participar mi idea, reúnen las condiciones que aseguran su buen final. Y sinó, con cierto tono de escepticismo en la voz, al menos, disfrutaremos de un entretenimiento saludable para nuestro espíritu, ansioso por beber de la copa de la cultura. Pero no quiero perderme en ensoñaciones, vamos allá.
El lacayo que ha franqueado la entrada al hombre que así se expresa, se retira, al tiempo que le ha ofrecido una sonrisa profesional, del que se ha codeado con la sociedad más granada de la ciudad, por haber visitado el selecto club de La lechuza alada, al que sólo tienen acceso aquellos que han heredado su derecho, de sus antepasados y se comprometen con el refinamiento, el lujo y el amor a las artes. A veces, imbuidos de ese espíritu exclusivista, no pueden dejar de traslucir una petulancia que, a más de uno, le ha granjeado el desprecio de personas que les han podido conocer, acaso de menos enjundia, pero sí merecedoras de admiración por el tesón y empeño que gastan en sus quehaceres cotidianos.
Don Gonzalo de Robledo Ancho y Ballesteros, último conde de La Serranilla, luce un porte distinguido, aunque a veces gusta de rodearse de un aura chic, que para más de uno, raya lo excéntrico. Pero a él le gusta como forma de resaltar entre la mediocridad que oscurece el aire de los llamados nuevos ricos y que, por no saber cómo llevar su recién adquirida opulencia, ,ensombrecen su entorno de caprichos ostentosos, que poco tienen que ver con el estilo de un patricio de cuna.
Con su traje impecable, su bombín y el aire de quien ha hecho de la elegancia un atributo innato, es conocido como el más fiel de los representantes de la sociedad de hombres ilustres. A sus años, cumplidos ya los sesenta, pocas cosas le quedan por afrontar. Ha sido explorador, paracaidista, impenitente curioso por manipular artilugios y mecanismos raros y, en su casa de campo, se encuentran los caballos de más bella estampa.
Hastiado de las nuevas modas imperantes, donde la prisa, por quemar el tiempo, la manipulación de las mentes mediante el poder narcótico de unos medios tecnológicos nunca soñados, pero que las han dejado miopes y el conservadurismo por tener cuantos más, y mejores, objetos; le ha llevado a convocar un encuentro de representantes de las artes clásicas creyendo que, en ellas, estriba el núcleo y, a la vez, causa de que la humanidad haya llegado, cuando lo ha logrado, a la cima del saber más luminoso. En tanto que cuando se las ha dejado en el olvido, se ha visto envuelta por las tinieblas de la ignorancia.
A la sede del club, un suntuoso palacete, de planta ricamente ornamentada, ubicada en el barrio modernista de la ciudad, han acudido a la cita una escritora, un juez, un conferenciante de brillante oratoria, un astrónomo, una soprano, que es la musa de galanes y compositores, un químico en lugar del otrora enigmático alquimista, y un arquitecto.
El convocante se dirige a los que allí han concurrido con estas palabras:
---Hermanos en la fraternidad del saber más profundo os he llamado a este sanedrín para haceros partícipes de la necesidad, que siento, por cambiar el rumbo de un mundo que deriva, de forma inexorable al tempestuoso mar de la ignorancia. Si no hacemos algo, volveremos a sumirnos en los tiempos oscuros, como tantas otras veces ha acaecido a la humanidad. Pero, ¿no seremos capaces de haber aprendido algo, en todas las jornadas en que la nave de la Historia ha surcado tantos océanos?. No podemos dejar que las tinieblas vuelvan a enseñorearse
de nuestros congéneres, a pesar de que, como siempre, éstos no sepan evitar llegar a ellas. Os exhorto a que nosotros, los auténtycos portadores de la única luz verdadera, el saber, seamos quienes les conduzcamos al refugio que les guarde de la crueldad, la barbarie y el fanatismo insaciable.
Don Gonzalo, expresándose, de esta manera, ha visto crecer su figura, al tiempo que se rodeaba de un aura majhestuosa. El grupo le contempla expectante, prendado de la fe que le impulsa.
Expuestos sus razonamientos, ha querido paladear unos sorbos del exquisito vino, que le ha sido excanciado y, como si en ellos saciara algo más que el reseco de una charla arrebatadora, vierte una propuesta:
---Se hace ineludible la creación de una nueva república, la república ilustrada de Ateneida. En ella, los ciudadanos estarán regidos por el Consejo de Sabios, integrado por nosotros, se organizarán gremios por oficios y las decisiones se adoptarán en tertulias abiertas y participativas. Deberemos parar el tiempo para disfrutar y aquéllos que osaren atentar contra ella, se redimi´rán mediante el conocimiento de las artes. Brindemos por ella e inmolemos nuestro espíritu a su creación. La recompensa que nos aguarda por ello, será eterna: prender una antorcha que nunca se apague.
Ha levantado su copa y la ha apurado, tras un brindis compartido por el resto. El aura se ha ido apagando. La emoción que ha puesto se ha transformado en un silencio pesado. Nadie habla. El envite ha caído en la sala aguijoneando, a un tiempo, el escepticismo y los ideales utópicos de quienes, alguna vez, fueron soñadores.
Flavia, la escritora, ha robado una flor y ha empezado a deshojarla. Para escribir sus libros se ha relacionado con vagabundos miserables, pícaros, mujeres resentidas por la amargura de una vida llena de frustraciones, y deformes arrojados a las cloacas. En los miasmas de ese cultivo ha descubierto, sin embargo que también entre ellos, puede hallarse algo de lo que don gonzalo ha previsto para el nuevo orden, por lo que, con la certeza plena de haber sabido captarlo, alza su voz para defenderlos:
---Mirad, igual que esta flor, en cuyo núcleo está su verdadera esencia, más que en los pétalos no podemos equivocarnos. Lo que don Gonzalo nos propone está muy bien para quienes nos hemos movido en los ambientes cálidos pero, os aseguro que si, como yo, os hubiérais mezclado entre los moradores que habitan los mundos de tinieblas, os habría impactado, tanto como a mí, el descubrir sabiduría y bondad entre ellos. Hacedme caso, acompañadme en esa aventura y vosotros también las hallaréis.
La escritora triunfa frente al filósofo y les arrastra a una nueva odisea. Don Gonzalo también se deja subyugar por la apuesta, sin por ello renunciar a su idea.
A esas alturas los albores de un nuevo día se han enseñoreado de la ciudad. El sueño ha empezado a hacer mella en los reunidos, por lo que deciden retirarse a reflexionar en la cotidianeidad de sus quehaceres.
Han pasado veinte años de aquel encuentro. Sólo permanece con vida Flavia, la única que ha alcanzado el verdadero reconocimiento de la gente, mientras que, los otros, se fueron perdiendo en experimentos vacuos.
El conde de la Serranilla ha muerto frustrado por sus fracasos, al haber visto cómo el mundo seguía su camino y Manuel, el mayordomo, cumplió su sueño de protagonizar una de las novelas de su, algo más que admirada, Flavia.
Fallecido don Gonzalo el club de La lechuza alada fue languideciendo hasta su disolución y su sede pasó a ser propiedad de una entidad bancaria, utilizándola como emblema publicitario y símbolo de prosperidad. Pero lo que nunca pudo evitarse fue que en sus aledaños practicaran la mendicidad seres venidos de lejanos países, con sus músicas o niños como reclamo. Porque, ¿hay algo que cambie en la Historia?.

2 comentarios:

Merche Pallarés dijo...

Alberto, precioso el cuento y muy significativo del mundo en que vivimos donde la cultura, la sensibilidad y el arte se ha comercializado de tal manera que todo es producto de consumo. ¡Qué pena de mundo en el que vivimos! Ahora impera la ignorancia y la zafiedad. Besotes, M.

Anónimo dijo...

Un bello relato que conmueve a quienes nos ilusionamos en el pasado con utopias hermosas e irrealizables. Como siempre,el final era inevitable pero no por ello la Republica, la utopia (u-topos. ningun lugar) quedara guardada en algun rincón de las memorias, eso ya es un triunfo frente a las hordas de la vulgaridad.

Saludos de un admirador
El circulo Albur

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