domingo, 11 de mayo de 2008

Aniversario del bibliocausto

El poeta alemán Heinrich Heine (1797-1856)dijo:"”Allí donde se queman los libros, se acaba por quemar a los hombres.”

Conocemos el holocausto como el genocidio que pretendía exterminar a la raza judía. Hablemos ahora del bibliocausto.

Se cumplieron ayer setenta y cinco años de la gran quema de libros ordenada por el gobierno nazi y que tuvo lugar en la berlinesa plaza de Bebelplatz. Se calcula que fueron destruidos entre veinte y treinta mil ejemplares de bibliotecas y colecciones judías o de otros supuestos disidentes.
Desgraciadamente este episodio no ha sido el único a lo largo de la Historia.
Cuando se pretende destruir la libertad lo primero en que se piensa es en aniquilar la cultura y el soporte en que ésta se deposita, los libros.
Quiero repasar otras tragedias similares, porque no debemos olvidar esta muestra de fanatismo. Cuidemos los libros, son un tesoro. Podemos leerlos o no, pero siempre conservarlos.

La quema de libros y asesinato de académicos en la China de Qin Shi Huang en el año 212 AC.; muchos intelectuales que desobedecieron la orden fueron enterrados vivos.

Los libros de alquimia de la enciclopedia de Alejandría fueron quemados en 292 por el emperador Diocleciano.

Para conseguir desarmar a sus adversarios, al-Mansur, hombre de estado donde los haya, tomó una decisión drástica. Hizo traer a los ulemas a su presencia,
los llevó a la biblioteca real del Alcázar y les pidió su ayuda para expurgar de ella todos aquellos libros que tratasen de filosofía, astronomía o que, en general, estuvieran incluídos en las denominadas ciencias ilícitas; en suma, todas aquellas materias que resultasen poco gratas ante la mirada de la ortodoxia.
Con la ejecución de este acto público al-Mansur pasaría en el futuro a ser considerado como uno de los adalides de la religión, rodeándose de ulemas y teólogos a los que colmó de favores. Una inmensa hoguera fue alimentada por miles de manuscritos en los que al-Hakam, en el califato cordobés del siglo X había intentado recopilar los conocimientos de las ciencias pretéritas. Todos aquellos libros que trataban de lógica, astrología y otras disciplinas de los antiguos, excepto los libros de medicina y matemáticas, encontraron su destino final en el fuego redentor de al-Mansur, quien argumentaba que esas ciencias habían sido abandonadas por sus predecesores y vituperadas por el dicho de sus autoridades. Eran libros odiados y quien los leyera era acusado de sospechoso de heterodoxia y herejía.

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