domingo, 10 de noviembre de 2013

El último impulso

Buena noche de domingo. Feliz semana. Paz y bien.
Aquí mi nuevo cuento que brota de la imaginación.
Gracias por estar ahí al lado.
Un abrazo y buena semana.

El último impulso

Una casa abandonada en proceso de derrumbe será el escenario de esta historia de oscuridad y muerte.
Una valiente mujer se adentrará en ella demostrando que quien quiere, puede penetrar en la tumba del dolor. Pero, eso sí, al hacerlo se expondrá a ver el deformado rostro del mal
Unos niños gritarán pidiendo auxilio aunque sus súplicas cada vez se escuchen más débiles, más agónicas.
Habrá también, mucha gente que pase, sorda a toda llamada, porque es más cómodo no escuchar y, mucho más aún lo es, no mirar.
Encontrarán, cómo no, una bestia enloquecida que hunde sus fauces sedientas de sangre en todo aquello que sea carne humana. Al hacerlo, sus ojos brillarán como las ascuas.
Unas traviesas criaturas se divertían ajenas a todo en el desván. Se creían invencibles, jugando a cuatreros y piratas. Percibieron un aullido. Serían las olas del embravecido océano, zarandeadas por el tifón. El botín no se les podía escapar. Atraparían a la débil damisela que quiso esconderse de ellos. Percibieron estruendo de fuertes pisadas. Serían los caballos en estampida. Ellos sabrían conducirlos a su majada secreta.
Teresa recorre las calles de los suburbios de la gran ciudad. ¿Qué importa cuál pueda ser. Todas los tienen: chabolas apretujadas, basura, cascotes, gritos, puñales y hedor animal.
Teresa no hace ascos a nada. Con su determinación y su carrito mágico en el que se mezclan agua, alimentos, vendas y pobres medicinas, está acostumbrada a verlo todo. Lepras y gangrenas, deformidades y miseria, ratas, chinches y piojos.
Apenas si queda algo de luz, el día deja su paso a la noche. Y la noche, a la rapiña y a la presencia de todo aquello que debería aniquilarse.
Teresa, como siempre, está agotada. No sabe de dónde saca fuerzas para encarar su misión cada día. Desde luego que no será por lo que duerma o coma.
Ya no sabe si los gritos de socorro que acaban de llegar hasta sus oídos son alucinaciones de la fiebre en su mente saturada de tragedias o son reales. ¡Hay tan poca luz en esos andurriales!
 Debería ignorarlos. Tiene que descansar. Llegar cuanto antes al hospital.
Sigue oyendo los lamentos, los sigue escuchando pero cada vez le llegan más débiles mientras que, como solapado, otro ruido aumenta. ¿Otro ruido? Más bien, parece, un rugido mortal.
Deja el carrito y coje lo primero que encuentra su mano: un palo carcomido.
Alza la mirada y la dirige allá de donde provienen los angustiosos quejidos.
¿Allí? ¿Cómo puede ser? Una pared desdentada de adobes y hoquedades. Ni puertas ni ventanas, plásticos y sacos de arpillera hacen como si lo fueran.
Corre lo poco que puede, siente la urgencia del drama.
Arriba, arriba.
Un proyecto de escalera.
Sube, sube.
Gritos, gemidos, horribles chasquidos de… ¿huesos al ser quebrados?
¡Un perro salvaje! Una hiena babeante ha alcanzado su presa.
¿Qué puede hacer Teresa? Con su debilidad de agotamiento y su palo de carcomida madera.
¡Interponerse! ¡Ofrecerse virginal y expuesta!
La bestia maligna se detiene un instante, sorprendida ante la nueva presencia. La mira con sus ojos de lumbre llameante y su lengua colgante.
Castañeteo de dientes acompañan la escena, cual coro de voces blancas.
El monstruo se hiergue de patas queriendo tomar su último impulso mortal. ¿Hacia dónde dirigirá su zarpa?
Si yo fuera ustedes, no me quedaría para averiguarlo, no fuera que…






 

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