domingo, 2 de diciembre de 2012

La pobre bola de Navidad



Poco podía imaginar cuando anoche escribí el cuento de hoy, que esta mañana, en la Marcha de la Discapacidad desarrollada por el centro de Madrid, en pro de la defensa de nuestra inclusión y derecho de normalización, que nos regalaran unas simpáticas bolas en cuyo interior había un chubasquero. Qué curioso.
Bueno, que vosotr@s sí adornéis vuestros hogares con la luz de la ilusión.
Feliz domingo y mucho ánimo.
Con cariño.

¿La sacarían del armario este año también? Tenía sus dudas. El señor Sombrero, que había sido encerrado pocos meses atrás, en su misma balda, cuando llegó y otros días también, le fue contando lo mal que había visto todo el verano pasado.
Además, algún rumor le había llegado de que el dueño de la casa en la que vivía, desde que fue traída de lejos, estaba muy ocupado con andanzas varias, por lo que no le auguraba nada bueno a su tradicional función navideña.
Decían que este año no habría Navidad en esa casa. Bueno, tampoco la habría en muchas otras. Se sentía triste.
¡Qué lástima! Los dos años en los que lució ufana su brillo habían sido inolvidables. Hubo fiesta y concordia cuando le dieron vida. Cómo recordaba, sobre todo, el primero. Qué ilusión notaba, cuántos buenos deseos y preguntas sobre dónde la colocarían y junto a quién. Fue testigo de intercambio de regalos y brindis con champán.
¿Quién era ella? Una bola dorada de papel reluciente. Uno de los elementos principales, junto a estrellitas, campanas y espumillón, que adornarían cierto salón.
Al menos, ella había tenido suerte. No la habían roto a las primeras de cambio o era conservada como símbolo de fiesta mágica.
No, no quería resignarse a quedarse en la oscuridad de un armario alto. ¡Quería salir!
-No digas tonterías. Nuestro dueño no nos utilizará tampoco este año. No seas  ilusa.
Así habló un zapatito que antaño fue colgado del altavoz del equipo de música.
-Cállese, que usted debe ocuparse de calzar a Cenicienta. Yo rodaré rodaré hasta que se me oiga.
-¿Que se te oiga? Querrás decir que se te vea.
-No, no. Que nuestro dueño, bien conoces su ceguera, lo que tiene que hacer es escucharme.
-Pero si eres pequeñaja y débil.
-Ah, pero no me rindo nunca. Así que…
-¿Qué será eso que se escucha hoy? ¿Serán los vecinos que están haciendo agujeros otra vez? Vaya cómo deben tener el piso. Pero, no sé, suena como aquí dentro. Ummm, qué demonios será. Me estoy poniendo nervioso. ¿Serán las termitas que se han apoderado de mis maderas? ¿Será algún tornillo que ha cogido holgura en mi cabeza? ¿Será… un puercoespín que se ha subido al bolsillo del tabardo?
En esas andaba Abelardo, intrigado con un ruidito que no dejaba de sonar esa primera mañana de diciembre cerca de su alrededor. Buscaba y buscaba.
-¿Qué haces, chaval? ¿Vaguear?
-Qué va, eso quisiera. Que hay un soniquete por aquí cerca y no sé que puñetas será. Me tiene… Ah, si viera y pillara al que lo esté causando… ¡me iba a oír! ¡Me tiene hasta las bolas!
-Calma, calma. Ponte tranquilo. Haz como si no estuviese.
-¿Que me calme? Imposible, para un sábado que me las prometía de relax y tengo la mala suerte de este ruidito.
-Pero mira que eres maniático. Con eso de que no ves, te imaginas lo que no es. ¿No pensarás que es alguien que se está tocando las pelotas? Que tú, cualquier cosa.
-No sé, voy a ver si por fin lo pillo. Uy, si es dentro del armario.
-Abre, abre, que me tienes también a mí intrigado.
¡Catacrás!
-¿Qué ha sido eso?
Espera que toque el suelo. Maldita la gracia. Un montón de trocitos de papel y una cuerdecilla.
¿Te imaginas lo que puede ser?
-Me parece que es una de las bolas de Navidad que se ha suicidado. Tanto dar la bara para acabar echa pedazos. Otros venga a protestar porque los sacan de sus casas y ésta, a la que no iba a utilizar, va y se da el gran galletazo. Lo que hay que ver.
-¿Veis, hermano Espumillón, de lo que le ha servido a tu compañera Bola su empeño por hacerse notar?
-Bueno, al menos lo  intentó y, mientras en ello estuvo, fue feliz.
Abelardo, tras colgar la llamada telefónica, se ha quedado pensando. No tenía ganas de adornar nada, pero ahora… ¿Por qué no? ¿Qué importaba que no viera los adornos o que nadie fuese a venir? Sacaría la bolsa con todo lo que sus amigos le trajeron un día buscando lucecitas. No los pondría, pero los tocaría un momento, recordaría con el calor de su tacto aquel primer día. Los aproximaría a su mejilla, los sentiría acercándoselos.
Pensándolo bien, era un privilegiado. Tenía tanto por lo que creerlo…
No, no tiraría los fragmentos de esa bola, la guardaría junto con todo lo demás porque su llamada le había traído la visión de los recuerdos especiales de otro sábado de diciembre que ya iba siendo demasiado lejano..





 




5 comentarios:

Rosa Sánchez dijo...

Albertooo, habrá que llevar un psicólogo a esta casa antes de que los demás adornos decidan quitarse de en medio, je, je.
Bueno, pongámonos serios que la historia tiene un trasfondo trágico, pero claro, partimos de la base de que una bola no se puede suicidar, y, tal vez, al tirarse desde el estante haya quedado con una forma más llamativa, menos redonda pero más original... tal vez el suicido hubiera sido no haberlo intentado. Uy, perdona, que te decía que me iba a poner seria... es que a estas alturas de la vida ya no cabe en mí la nostalgia del pasado, sino la emoción del instante presente.
Me ha encantado, como todos tus relatos, Alberto. Que estas fiestas sean únicas para todos, pase lo que pase.
Un abrazo rosa.

Rosa Sánchez dijo...

Alberto, hasta que no me respondas a este comentario no me voy a quedar tranquila, je, je, con lo que he disfrutado yo leyendo la historia de la bolita deprimida... Bueno, bueno, lo que quieras, que sé que últimamente estás muy liado. Un abrazo.

Alberto dijo...

Rosaaaa, llego llego al fin. ¿Qué decir de tu comentario analítico?
Es verdad, muchas veces el verdadero suicidio es no intentar avanzar y hacer las cosas. Algo de eso sé yo.
Las fiestas navideñas siempre tienen su magia, sobre todo para ti que tienes a Miriam, como para mí con mis sobrinas. Siempre debemos buscar esa ilusión, sea o no, Navidad porque la Navidad es la luz que llevamos en el corazón, un luz con nombre de buenos deseos de verdad, de regalos que tienen la categoría de quienes los hacen más allá de lo que sean en sí mismos.
Bueno, que ya te he contestado, puedes estar tranquila, jejjeje.
Creo que esa bola se tiró no al suelo, sino al regazo de su dueño como su dueño tiraría de ella para que siga dándole la ilusión de aquellos momentos que vivió junto a sus seres queridos.
Ale, que me voy a seguir buscando adornos con olor a bambú y a flores de té.
Besitos de luz cálida.

Rosa Sánchez dijo...

Je, je, Alberto, y yo que quería que metieras más caña a la pobre bola... que la llevaras al gimnasio, la pusieras en forma, en fin, que la preparases para celebrar la navidad como se merece, hombre. Y si se anima más así: cómprale turroncito del blando, que eso no falla nunca, je, je, del mío no que ha subido un euro.
Bueno, un beso rosado y gracias por seguir las chirigotas de esta chalada de las palabras prohibidas. Hasta pronto.

Alberto dijo...

Rosa, que creo que la bola ya no está triste, que alguien bien perfumado y de la tierra del turrón la ha puesto contentita.
No es época ésta de ir a gimnasios, si acaso sería de ponerle el top y la minifalda y que salga de fiestuqui. Y eso sí, darle turroncito de ese que se derrite en la boca...
Gracias por regalarle a la bola, y a su padre / autor, tus chirigotas ingeniosas y pícaras que hacen de las palabras prohibidas dejen de estar inquietas para sentirse contentitas.
Cuídate y besos de bolas boleras.

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