domingo, 16 de diciembre de 2012

El gordo



Ojalá que siempre, pero especialmente estos días, te encuentres con la Niña de la Ilusión. Que disfrutes y te guste.
Un cálido abrazo de campanitas, no precisamente enlatadas.

-¡El Gordo, señoras, señoritas! ¡Hoy toca el Gordo!
Así declamaba, a las puertas del Mercado,  Otilio, el gordo Otilio a todo aquel que quisiese escucharle,bueno, sobre todo a aquella._ para anunciar su rifa de la suerte.
-¿Qué va a tocar el Gordo ni qué niño flauta? Así murmuraba como respuesta la pescadera a la frutera. Qué más quisiera él que tocar, mientras aquélla manoseaba sus colas, las de pescado, digo; y ésta arracimaba sus peras y plátanos,otros querrían de ella mejor fruta sin conseguirla nunca.
-Pues sí, que buenas carnes le cuelgan, refutaba la carnicera.
-Pues ya le colgaran otras cosas mejor, aseveraba la charcutera mientras disponía morcillas, longanizas  y salchichones en las barras de su bien surtido mostrador.
El grupo de comadres que así cotorreaban se afanaban en disponer todo lo necesario para tener dispuestas sus mercancías a tiempo de que empezasen a llegar las parroquianas de cada día.
 Se acercaba la Nochebuena con su cena y, aunque la cosa estuviese achuchá, el negocio estaba asegurado. Como para que ese Otilio, con aspiraciones de Cucufato,  distrajese su oficio con gritos y soflamas.
No sabían ellas, sin embargo, que era un infeliz desafortunado. Tanto predicar fortuna  para los demás y a él era al primero al que la suerte le esquivaba siempre.
Mas, ¿qué podía hacer él? Bastante bueno era ya que tuviese ese trabajo de anunciador de vanas esperanzas. Se esforzaba, sí, gritaba e ingeniaba reclamos pero nada de nada. Cada tarde volvía a casa con casi todas las papeletas sin vender.
Y es que mucha competencia tenía: loteros varios, encantadores de bolas y boletos mil.
¿No le tocaría a él la Navidad también?
Clientas en ristre empezaron a arribar a ese puerto de las viandas frescas. Todas pasaban de largo por su dársena, ninguna paraba mientes en el infortunado papeletero de esta historia. Y miren que se esforzaba en dejarse ver.
¡Que llevo el 13, agárrenlo que crece! ¿El 69, cómo se vueve! ¡El 5, con todo su ahinco! ¡El 17, la chica que la mete!
Y así todo su catálogo de números. Nada, que ni por ésas.
 Las horas, como lo demás, pasaban incólumes ante sus llamadas y ante su oronda figura.
¿Y aún querían que estuviese alegre?
¿Alegre como las enlatadas campanitas que sonaban a través del altavoz del quiosco cercano? ¿Chispeante como las lucecitas plastificadas del árbol postizo plantado por cierto ayuntamiento con ínfulas de ecologista? ¿Dicharachero como el muñeco oxidado con forma de Papá Noel?
-Mamá, cómprame…
-¡Que no, que no te compro nada más. Qué hija ésta, siempre pidiendo.
 --Que quiero, quiero quiero y quiero.
-¿Qué quieres ahora, Lupita?
-Que me toque ese señor Gordo que dice que va a tocar.
-En fin, ¿qué sortea?
-Sorteo algo que nadie quiere nunca y, sin embargo, todos deberían desear.
-Ah, ¿y cuándo sale?
-Si sabe rascar, nada más empezar.
-Déme un número.
-¿Uno no más?
Uno sin más. Que la niña no da para más.
-¿Cuál le doy? Elija, elija.
Lupita, con sus gafas de aumento, se fija despacio en el abanico de participaciones. Escoge…
  -¿Qué le doy?
Nada, total no va a tocar. Nunca toca.
-¿Y entonces? ¿Por qué vende? Será desgraciado.
-Desgraciado soy, sí.
Pero la niña, prodigio de niña mágica, hada con varita y todo, tercia:
-Sí, hoy sí va a tocar. Le ha tocado a usté, señor gordo.
-¿A mí?
Las papeletas se metamorfosean en billetes que anuncian premios: éxito, compañía, amor, felicidad, logros.
Otilio ya no necesita ser sirena de oídos sordos, hoy es el ganador, el que tuvo suerte de encontrarse con la Niña, la Niña de la Ilusión.
Porque Lupita, con sus lentes de aumento era eso: ilusión, suerte, magia.
Su madre, doña Imaginación, a veces se cansaba de ella porque siempre andaba dando volteretas entre los pobres, los soñadores o los solitarios buscadores de luz. ¡Pero no podía con ella!
Y Otilio y Lupita se dieron la mano, sonrieron burlones a las señoras compradoras que deprisa marchaban corriendo en pos de otros premios. ¡Qué tontas eran! El premio estaba allí, delante de sus narices y no sabían verlo. Casi nadie sabía verlo.
-¿Dónde vamos ahora, Lupita?
-Don Otilio, vayamos a la casa de cierto señor don Alberto, que él es muy buen anfitrión y nos dará peladillas y turrón, sidra y fun fun.
-Vayamos, vayamos. ¿Y su madre, doña Imaginación?
-También vendrá, que sé que entre ellos se entienden de perlas. Hasta creo que podrían casarse y todo… si él quisiera.
Alberto, con su buena vista de ciego sagaz lo prepara todo. Sabe que alguien viene a visitarle, sabe que son… ¿tú, tal vez?




2 comentarios:

Rosa Sánchez dijo...

Ay, Alberto, qué encantador eres, de verdad que sí. Hasta algunas veces, un maestro de las palabras prohibidas, diría yo. ¡Qué bien encabezas la historia! ¡Qué ternura transmiten los personajes!...
Sin imaginación, sin ilusión, nada somos, ¿verdad? Ya me gustaría a mí darte la alegría de tocar un día a tu puerta y brindar, sí brindar, por la amistad, por el humor, por la salud... en fin, por aquellas cosas que hacen que la vida valga la pena.
Un abrazo afectuoso pintado de rosa.

Alberto dijo...

Rosa, toca toca toca a la puerta que al gordo ya lo tocarás también prontito, jejejej.
No me digas eso de encantador que me suena a flautista en la India con la cobra mirando mis ojos de ciego, uuummmm.
Bueno, pues sí: sin la ilusión y la imaginación, poco somos, por no decir que nada.
Gracias por tus piropos que más que enrojecerme me sonrosan, jejejejej.
Besitos agradecidos de Navidad e ilusión.

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...