Acabo, con este relato, mis envíos semanales de este curso
2011-2012 tan especial. Volveré, claro, a pedir que me dejéis formar parte de
vuestras vidas a partir del 16 de septiembre. Hasta entonces, disfrutad, soñad,
viajad, sentid.
No faltéis nadie a la vuelta, os necesito.
Que seais protagonistas de encuentros en los que podáis
lograr que el reloj se detenga.
Con cariño, como siempre.
Un apretado abrazo de luz y afectos.
-¿Dónde vas? ¿Vienes? ¿Llegas? ¿Partes? ¿Subes? ¿Bajas?
Querría preguntarles, a esas chicas que, mochila al hombro,
llevan la ilusión pintada en la cara y en la voz; a ese señor que apenas si
puede con su maleta; a esa mamá que pelea con sus hijos para que no se
despisten; a esas personas que van desorientadas buscando su destino; a quienes
compran el regalo que debieron haber adquirido mucho antes para aquel ser al
que le prometieron llevarle algo. Les ve pasar delante de él, mientras instalado
solo en la estación, rumia su soledad y su eterna quietud.
Y más aún, lamenta que a él nadie le venga a recibir con
besos de laurel y rosas, que nadie le abrace con llanto emocionado diciéndole
que se cuide, que regrese pronto y con bien, que le va a echar de menos, que no
tarde, que se divierta, que vuelva.
Escucha la megafonía, mensajes impersonales de trenes que
están situados en tal o cual andén, vías dispuestas, requerimientos urgentes,
controles de acceso.
Imagina. Deja volar el tiempo, cómo no, nunca pudo hacer otra cosa hasta aquel
instante, mientras desearía ser protagonista de alguno de esos viajes. Ha
probado a escuchar libros que narran periplos y odiseas, se habría estancado si
pudiera delante de escaparates de agencias que prometen paraísos. A él no le
está permitido viajar. Su condición le obliga a permanecer plantado allí
eternamente.
Y eso que, no pocas veces, le han mirado, se han fijado en
él interrogándole, alarmándose.
¿Quién es ese alguien cuyo destino tanto lamenta?
Sí, tic tac tic. Es el reloj de la estación. Lleva puesto
allí más de un siglo, a la vez que fue construida. Es verdad, no viaja con los
viajeros, pero marca sus viajes. Quizá solo él conozca, o tal vez no, que no
todos los caminos llevan a Roma, que los hay que descienden a los abismos del
infierno en la tierra, a lugares desoladores donde el horror es aún su
principal monumento.
Todo esto es así, él no puede moverse y, no obstante, es
imparable, malditas paradojas. Sabe que ahora se viaja distinto, más rápido,
más cómodo, más lejos y, sin embargo, él sigue allí, como siempre. ¿Maldecir su
destino? ¿Para qué?
Tuvo que seguir avanzando incólume un cierto jueves de marzo
mientras la hecatombe rondaba su lugar. Tuvieron que seguir girando sus
manecillas cuando se enamoró de la guapa novia que, otro día de domingo,
inauguraba su porvenir. Tuvo, en fin, que marcar el siguiente minuto cuando vio
pasar a un grupo de niños especiales que saltaban a lomos de la risa aunque la discapacidad fuera
su dueña.
Todo eso se vio obligado a hacer sin detener su curso
inexorable, hasta que una mañana de jueves, otro jueves bien distinto a aquel
de marzo, al fin lo logró. Él, mejor aún, el tiempo se paró al fin. ¿Cómo pudo
ser? ¿Por qué?
A sus pies una anhelante señora espera, mira en su derredor,
aguarda. Ya lo ha visto a lo lejos llegar. Un pasajero, ayudado de alguien que
toma su brazo, se dirige hasta sus pies.
Se encuentran. El abrazo que les funde es tan
profundo que consiguen lo que ni hecatombes, ni novias ni niños consiguieron.
El recién llegado deja que sus manos se pierdan en la melena
de la dama, que vean lo que sus ojos no pueden ver. La dama pasa las suyas por
las mejillas de él. Uno y otra miran al reloj, después de ese saludo de
eternidad, para darle las gracias.
Y, por una vez, conforme dos personas enlazadas se alejan de
él, siente que la magia se ha subido a sus guarismos para hacerle partícipe de
un encuentro único. Sabe, además, que les volverá a ver y que siempre que allí
lleguen, él tornará a detenerse feliz para que ellos sean relojes que viajen
juntos teniendo por agujas a sus corazones.
4 comentarios:
Hola, Alberto.
Mientras el reloj sigue con su ritmo de tic, tac, yo sigo aquí a la espera y recordándote con afecto a que vuelvas y nos deleites con tus preciosos relatos.
Te deseo que pases un mes todo lo bien que puedas y disfrutes de esas merecidas vacaciones, del cariño y la compañía de la familia, a la que mando mis saludos junto a un abrazo para ti.
Piedad, muchas gracias por esperarme y por tus buenos deseos.
Trataré de que se cumplan como dices disfrutando de la familia, los paseos por el campo y la lectura regada con buenas viandas.
Que sigas ahí.
Abrazos de luz.
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Besos cariñosos.
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