miércoles, 1 de agosto de 2012

Cracovia: el viaje de la emotividad

Tal vez alguien de vosotros me echase de menos el domingo, por aquello de que no envié el cuento semanal. Pero es que a la hora en que suelo hacerlo me encontraba escuchando un espectáculo, con cena típica incluida, en el que el folklore polaco era el protagonista.
Así es, entre el viernes 27 y ayer, martes 31,  tuve el lujo de disfrutar de un nuevo periplo viajero al continente europeo para conocer Cracovia y demás.Claro, lo hice maravillosamente acompañado de mis lazarillos viajeros de siempre: Alfonso, Paloma, Elena y Nuria.
Digo en el título de mi crónica que éste ha sido el viaje de la emotividad y es que la característica dominante ha tenido puesto el acento en ella. Más allá de los lugares pisados, ha habido momentos de sobrecogimiento personal que quedan grabados ya en mi memoria de forma indeleble.
Llegamos a la ciudad polaca de Cracovia el viernes por la noche, tras hacer cambio de avión en Münic. En su aeropuerto, llamado en honor de Juan Pablo II nos esperaba el coche con el que nos desplazaríamos, un Opel Astra familiar. Sin más novedades llegamos al hotel, nada menos que el Garden Hilton. Prometí este año que no haría como en Estambul, donde mi curiosidad me llevó a abrir botecitos que luego resultaron contener frutos secos y que encima de no comérmelos, me los querían cobrar a precio de jeque catarí (catarí que te vi). Menos mal que la pericia de Alfonso ayudó a que se solucionase el asunto (claro que si hubiesen tenido su rotulito en braille…). Este año por no haber, no había ni bebidas en el mueble bar, debieron de pensar que no era bueno para los ciegos, así que no tuve la ocasión de urgar en botecitos y demás.
El sábado transcurrió por la ciudad. Cruzamos un estupendo puente (ah, siempre cruzando puentes) y atravesar el Vístula, con barcos restaurante, etc. Para subir a la colina Wawel donde se encuentra la catedral y el castillo para, una vez visitados con sus distintas dependencias y tumbas reales, descender en dirección a la plaza del Mercado. A ella llegamos por calles peatonalizadas llenas de tiendas y casas señoriales, incluida la sede del Instituto Cervantes.
La plaza está muy bien, con mucho ambiente, una fuente en el centro y los 2 edificios principales: la Lonja de los Paños y la Basílica de Santa María.
Tras recup’erar fuerzas con una sabrosa ensalada césar y un helado soberbio de vodka con cerezas, nos dirigimos a la Barbacana o torre defensiva de la ciudad.
Y de ahí a la iglesia de san Adalberto para escuchar un concierto de música clásica en un ambiente fantástico. La música, la acústica y la compañía fueron ideales.
El domingo nos fuimos a visitar el santuario polaco de la Virgen Negra de Czestochowa, un lugar cargado de devoción católica. La vuelta estuvo protagonizada por una intensa lluvia por lo que mínimamente pudimos pasear por el barrio judío lo mismo que hiciera Steven Spielberg para rodar su “Lista de Schindler” y, ya sin más, acomodarnos en el local donde presenciamos el espectáculo de música tradicional. Vaya giros de los bailarines, vaya cabriolas y música de polca, vaya aires que se gastaban al danzar, si parecían tornados.
El lunes, volvimos al coche para encaminarnos primero al pueblo natal de Karol Wojtyla, Wadowice, para luego llegar al complejo nazi de la muerte, Auschwitz-Birkenau, cuatro horas de visita, cuatro horas de contacto con el terror industrializado.
Finalmente, el martes, antes de regresar al aeropuerto, conocimos la famosa mina de sal de Wieliczka.
Hasta aquí, la descripción de lugares. Ahora las emociones, mis impresiones:
Nos emocionamos, con alegría, al enterarnos de que en Cracovia los ciegos disponen de 3 maquetas estupendas. Nos detenemos en ellas para ver lo que antes nos habían descrito Alfonso y Paloma. Están fenomenal. Lo que también está muy bien es la audioguía que nos describe la basílica de Santa María, en concreto su retablo mayor, toda una obra de arte en honor de la Virgen.
Nos  emocionamos cuando alguien nos conduce en plena misa mayor, en el santuario de la Virgen Negra, por detrás del altar, para situarnos casi en primera fila junto al cuadro que la representa (por cierto, una sorpresa al saber que no es una estatua, sino un cuadro) mientras se canta en su honor puestos de rodillas y en medio de un silencio profundo. De mi alma brotan sentidas oraciones de gracias por lo que soy y estoyh consiguiendo, además de pedir por tantas buenas gentes como me regalan su cariño.
Nos sobrecogemos al visitar el campo de exterminio. Es verdad, no vemos lo expuesto en las vitrinas (fotografías terribles, ingentes cantidades de objetos personales, cabello, útiles de la vida cotidiana, ropa y calzado), pero sí al escuchar las cifras y lo que fue aquello, pero más aún, al tocar las literas en los barracones, el poste de castigo, el paredón de la muerte, las paredes de las celdas, la alhambrada de espino,  una cámara de gas y un horno crematorio. En el 2º campo, el más terrible, Birkenau, el espacio es inmenso, abrumador. Mi mente visualiza lo que debió de ser todo aquello, las pisadas de la gravilla, los árboles que rodeaban aquel inmenso terreno pantanoso de 170 hectáreas. La guía nos deja una lámina en relieve que muestra la distribución del complejo. Tocamos un vagón de los que transportaban a los prisioneros.
Nos emocionamos, finalmente, descendiendo más de 500 escalones por el interior de la gigantesca mina de sal con galerías y salas enormes pensando en cómo serían las condiciones de trabajo en ese lugar para extraer la sal. No podemos verlas, pero hay esculturas de gema verde o transparente de una gran viveza y realismo.
¿Las anécdotas? A la ida, en el viaje de Münich a Cracovia, en el avión nos obsequian con una bolsita que contiene, a más de un sandwich, un bombón y una galleta, el plano de Londres. Yo pregunto: ¿pero no íbamos a Polonia? Se ve que como se inauguran los Juegos Olímpicos, pues han querido que nos sumemos a la fiesta con el detalle.
La persona que nos conduce en Czestokowa no es un señor. es una monja. Por la voz nadie lo habría dicho.
Elena toca el vestido y diadema a la bailarina del espectáculo y lo debe hacer tan bien, que nos regalan el CD que van dejando por las mesas para que lo compren.
Yo pregunto: "¿es un caramelo esto que me dais? No, es un trozo de ámbar. En fin, siempre pensando en lo mismo.
Damos un paseo por el centro, en coche de caballos, ya de noche: luna llena, alazanes blancos y guapa conductora. Me dicen: “¿quieres tocar el caballo?” Yo digo: preferiría tocar a la amazona, pero como no va a poder ser, pues…”
Cada hora suena, desde la torre más alta de la basílica de Santa María, un toque de trompeta que queda interrumpido en recuerdo de lo que sucedió durante el asedio de las tropas turcas a la ciudad. Paloma se empeña en ver si es un esforzado trompetista o no, quien la interpreta. Mientras ella, encuentra la respuesta, yo prefiero entretenerme en saborear un exquisito helado. ¿Qué queréis? Uno es así.
Por último, al pasar el control en el aeropuerto de Cracovia me obligan a descalzarme. He pitado al atravesar el arco. Me pregunto qué habría sucedido si en vez de zapatos, hubiera llevado herraduras. Seguro que entonces había pasado sin más. Debe ser que estaba destinado a dejar también la huella de mis pies por aquellas tierras. Bien sabéis lo mucho que entiendo últimamente de huellas. Debió de ser que el librillo de marras andaba reclamando su atención.
Viajad, aprended, vivid. ¡Es maravilloso!


3 comentarios:

carnet manipulador de alimentos dijo...

muy interesante todo lo que cuentas y muy útil, gracias y un saludo!

amelche dijo...

Bueno, bueno... ¡Cuántas cosas! Difícil describir tantas emociones juntas. No vayas por ahí abriendo botecitos del mueble bar, a ver si vas a beberte alguno de ginebra o de vete a saber qué.

Me alegro de que lo pasaras tan bien. Un abrazo:

Ana

Alberto dijo...

Anónimo visitante, gracias por pasar por este espacio virtual que es Tiflohomero. Que sigas haciéndolo.
Me alegro de que te interesase mi crónica.
Un abrazo de verano.

Ana, ya ves. Nada de abrir botecitos ni botellitas que, como dices, uno nunca sabe lo que va a tomar y encima lo caro que suele ser.
La verdad es que fueron demasiadas emociones juntas. Pero genial.
Seguro que tú en tus viajes también disfrutas tanto como yo.
Besitos de luz y feliz día.

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