domingo, 5 de agosto de 2012

La que reluce como el sol


¿Quién no se ha sentido, alguna vez mal ante esa prueba que te han embarcado y no supiste o no pudiste decir que no?
Que cuando así suceda, al final, el señor Ilusión salga a vuestro encuentro para devolveros la sonrisa.
Con mucho cariño y de corazón.
Siempre adelante y feliz semana agosteña.

Ella, una vez más, no supo decir que no. No habría querido hacerlo, sabía que no saldría triunfante de la prueba y que no vería recompensado el esfuerzo realizado. Pero, no, no supo, no pudo decir que no.
La animaron, la embarcaron y la sedujeron para que fuese y luego, luego ¿qué?
Que sí, que sí, que todos le decían que se animara, que podría hacerlo bien, que saldría airosa. Pero ella, bien sabía que no sería así. ¿Cuándo aprendería a decir no? ¿Cuándo sería capaz de rechazar algo que ella bien sabía no era lo suyo?
Y el caso era, por otra parte, que en el fondo quería estar. Se sentía ilusionada aunque pudiesen más los nervios, las certezas o el sentirse utilizada.
¿Y si…? ¿Y si, por aquellos misterios de la magia, alguien, quién sabía quién, valoraba al fin su esfuerzo?
Él la conocía bien, era consciente de que la prueba iba a ser dura para ella. Él estaría con ella, sí, pero no podría ser ella. La ayudaría, la aconsejaría, la sostendría, pero… ¿le serviría de algo a ella todo esto? Su aliento, su empuje, su presencia, ¿harían que el trago fuese menos amargo? Lo dudaba.
Llega el instante, su momento. Él se queda atrás, está allí, mas sabe que no vale de nada su presencia.
No, no lo ha hecho bien. No le han dado el protagonismo que le prometieron. Se siente sola, frustrada, triste. ¿Y él? Él también siente lo mismo. Más aún, siente rabia porque la han dejado olvidada. Ya está. Ni una palmada, ni un gracias, ni un vente con nosotros, eres de los nuestros.
¿Y ahora qué? ¿Lamerse las heridas? ¿Llorar? ¿Huir? ¡No! ¡Maldita sea! ¡Disfrutarían!
-Qué valiente es usted. Qué bien se maneja. ¿Y puedo decírselo? Es muy guapa.
-Bueno, no sé. Hago lo que puedo.
-Quien así la ha interpelado se ofrece a contarle una historia. No tiene prisa y le ha caído bien.
Él recomienda al desconocido que no se pierda la obra de teatro de la que ella ha venido a realizar la crítica. Que es muy interesante y que vale la pena.
-Ah, pues si esta señorita está por medio, allí que estaré.
-¿Y qué historia era esa?
-Cuentan que hace muchos años, cómo no, un noble doncel enamoróse de una guapa doncella, hermosa _como la señorita_, dechado de virtudes y promesas. Que el padre de ésta la tenía destinada para simpar enlace de conveniencia y que, sabedor de las pretensiones de aquél,conjuróse para que fuera desterrado allende los muros del burgo. Y que la pareja juráronse  amor eterno. Y que el varón retó al impío progenitor que aunque no lo creyese, nunca dejaría de contemplarla. ¿Y que cómo lo haría? Pasadizos y pozos en casa palaciega no faltaban. Y que así ficieron la dulce pareja hasta ser descubiertos. Y que al ir a ser apuñalados con saña inmisericorde, dos palomas volaron para cobijarse en las estrellas. Y que estas palomas, años después, serían bendecidas con los cuidados de una magna santa, viendo ésta en aquéllas la imagen de Dios. Y que nadie, nadie olvidó nunca que al contemplar cualquier pareja de aves, por humilde que fuera, representaban el triunfo del amor. Escuchen trinos, aletear de pájaros. Siempre que lo hagan recuerden mi cuento.
-Qué linda leyenda. Ojalá yo fuera pájaro.
   -No diga eso.
-Bueno, yo qué sé.
-Ande, ande. Vénganse conmigo que les invito a un refresco en la plaza de aquí al lado. ¿Saben? En ella, una estatua preside el lugar. ¿Su nombre? Teresa.
-Igual nos bendice con su  magia.
-Calla, calla. Que después de lo de esta mañana… ¿Quién se va a fijar en mí?
-Bueno, de momento este buen señor y oye, oye, chica, que nos quiten lo bailao. Que ellos se lo pierden. Se está agusto, aquí, ¿no crees?
 -Pues… no se está nada mal, la verdad.
-Bueno, yo les dejo. Me marcho ya, que veo que he cumplido mi misión.
-¿Su misión? ¿Cuál era? Díganos su nombre.
-¿Mi nombre? ¿Mi misión? Me llamo Ilusión y me encargo de animar a quienes como usted, guapa señorita, se les ve tristones. Ya lo sé, lo sé. Pero, déjese de tristezas, es muy grande lo que usted hace cada día, que yo estoy al corriente de sus hazañas.
-¿Que lo sabe? ¿Qué va usted a saber? ¿Cómo podría ser tal?
-Pregúntele a las aves, a las hojas de los árboles, a los bancos de las calles que la ven pasar cada día con su bastón blanco. Y pregúntele a su compañero que tanto sabe que hasta crea mundos de fantasía y luz.
Y ella, sí, otra vez, sonríe haciendo que el sol brille, porque ella, por encima de todo, siempre será la que reluzce como el sol.

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