Tras un estupendo domingo de excursión a la ciudad del
palacio y del concierto (Aranjuez) en donde he tenido ocasión de compartir
buenas viandas y mejor compañía, os envío mi cuento de hoy.
Ojalá que podáis degustar esas ricas golosinas de la
protagonista de hoy.
Abrazos de luz y feliz semana.
Con cariño.
En una oscura calleja de una antigua ciudad se encuentra un
hombre solitario. Podría parecer que esté perdido o que sus ciegos pasos le
hayan conducido hasta semejantes angosturas.
El cielo empieza a clarear en ese momento. La cortina del
amanecer se va descorriendo para dar paso a un día neblinoso. Sobre su
mugriento aparejo cae una herrumbrosa cascada de mísero llanto de niebla pobre.
Ese personaje, de rasgos menguados pero determinación en su
apostura, busca algo. Camina, observa, indaga.
Cubos de basura sin recoger se despliegan por las aceras,
algunos restos las alfombran, incluso cascotes. Vehículos aparcados, parece que
desde siempre, árboles esqueléticos y paredes desconchadas en las que viejos
carteles cuyas letras apenas si pueden leerse, cuelgan cual náufragos vencidos,
son otros de los elementos de este decorado de guerras sin guerra.
Por fin, parece haber llegado a su Itaca. Con mano firme,
golpea un roñoso llamador broncíneo con forma de diablo.
-¿Quién es? ¿Quién osa molestar mi despertar? –Una voz de decrépito
fumador bronquítico ha respondido con ínfulas de enfado_.
-Soy un modesto traficante que llega hasta su emporio en
busca de mercancía.
-Poco queda ya aquí. Que lo que había acabó pudriéndose o
evaporándose en
Los miasmas sulfúricos. Así que, lárguese y déjeme en paz.
-Que no, que la bella Glucosenda me insistió en que recalara
a su palacio.
-¿Palacio esto? Si es un antro ya. Hace siglos sí lo fue,
ahora es una covacha de mala vida. Ojalá pudiese decir de mala muerte, pero
hasta la muerte huyó de mí. ¡Maldita vieja, ella y su guadaña! Algún día
alguien la vencerá y entonces… entonces vendrá a mí. ¡Y yo la rechazaré!
-Vengo en pos de sus bolas.
-¿Mis bolas? Si ya ni yo soy capaz de encontrarlas, de tan
arrugadas y menguadas como quedaron.
-No sé de qué bolas hablará su señoría, usted, pero las que
ella me encargó debían ser unas de colores con textura de plastilina, me dijo.
-Ah, es eso. Tenga, esto debe ser.
-¿Eso? Pero si parece un amasijo amorfo.
-Pues es lo único que tengo. Si lo quiere, bien. Y si no,
váyase con mil diablos y déjeme a mí con mi rabo y con mis cuernos. Ah, y si
vuelve a ver a la Glucosenda, dígale que… Bueno, no; que aún la quiero, que
siempre la amaré. –Un chisporroteo se ha escuchado al otro lado. ¿Serán
lágrimas?
Y el temerario traficante se resigna a guardar en su bolsa
aquel cúmulo blandengue, viscoso. Retrocede, parte. Querría correr para salir
de allí, pero algo hace pesarosos sus andares. Reflexiona, cavila en torno a lo
que ha contemplado.
Al fin, el dédalo encefaloide de callejas retorcidas,
desemboca en la avenida ancha de la Esperanza, con su fuente de ninfas al
fondo.
Hacia ella se dirige. Ha quedado con ella para citarse a las
12. Pocos minutos faltan ya para la hora.
Se acodará en el borde de la pila y aguardará.
La niebla ha desaparecido, vencida por el sol claro de
tardes de paseo. El agua que fluye de entre las conchas de mármol se ve lamida
por rayos dorados haciéndola sonreír con burbujas azuladas, verdosas y
anaranjadas.
-¿Cumpliste con mi
encargo?
-No sé, esto es lo que pude conseguir. Ah, y una declaración
de amor para ti.
-Vaya vaya, qué pícaro fue siempre el infeliz Daemoniodoro.
Pobre Dae.
-¿Qué vas a hacer con esto?
-Mira.
Y Glucosenda, la de los dedos de azúcar y cabellos de ángel,
pellizca la masa para bañarla en sus aguas, que son néctar. Brillantes esferuelas
de colores van naciendo.
-Toma, llévale una bolsa de ellas a mi Dae, para que se
endulce a mi sabor. Y toma tú el resto para que, en fiestas y aniversarios, las
des a los humanos.
-¿Cómo las llamaré? ¿Y para mí, tu deudo, no habrá nada?
-¿Su nombre? Glucosinas Golosinas. Quien las chupe será
feliz. ¿Y para ti, mi servidor? Para ti, toma esto.
-¿Eso? Pero si no tiene color y es cuadrado, no me cabrá en
la boca. Y lo que debe de pesar.
-No seas desagradecido. Es el mejor de los caramelos. Es
grande para que lo comas a dúo junto a tu amada. Si así lo haces, tu goce será
infinito, mucho más que el de los besos que soñarías darme a mí, que ya lo sé,
que… bien querrías subirte a este pedestal y robar mi boca.
Una mueca de rubor ha asomado a la faz del hombrecillo que,
sin querer dejar que ella le vea, carga presto con su mercancía nueva.
-Otra vez alguien que llama. ¿Quién demonios será? Como sea
la vieja de la hoz… Va a ver lo que es bueno.
-Dae… maese Dae. Que soy yo, que… le traigo…
Y sí, mientras una luna creciente se deja ver en aquellos
andurriales, esta vez el interpelado abre una puerta cuyos goznes gritan de
tanto como han estado abandonados. ¿Quién será?
¿Y si fuera diabético? ¡Los caramelos de Glucosenda nunca
han estado contraindicados para quienes, ese mal, padecen.
2 comentarios:
Sin problemas, hay caramelos también para diabéticos. Un abrazo
Ana, claro. Son precisamente los que creó Glucosenda con su magia.
Cuídate y que también a ti te lleguen esos caramelos para endulzarte en este verano.
Besitos de luz.
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