domingo, 22 de julio de 2012

En una oscura calleja


Tras un estupendo domingo de excursión a la ciudad del palacio y del concierto (Aranjuez) en donde he tenido ocasión de compartir buenas viandas y mejor compañía, os envío mi cuento de hoy.
Ojalá que podáis degustar esas ricas golosinas de la protagonista de hoy.
Abrazos de luz y feliz semana.
Con cariño.

En una oscura calleja de una antigua ciudad se encuentra un hombre solitario. Podría parecer que esté perdido o que sus ciegos pasos le hayan conducido hasta semejantes angosturas.
El cielo empieza a clarear en ese momento. La cortina del amanecer se va descorriendo para dar paso a un día neblinoso. Sobre su mugriento aparejo cae una herrumbrosa cascada de mísero llanto de niebla pobre.
Ese personaje, de rasgos menguados pero determinación en su apostura, busca algo. Camina, observa, indaga.
Cubos de basura sin recoger se despliegan por las aceras, algunos restos las alfombran, incluso cascotes. Vehículos aparcados, parece que desde siempre, árboles esqueléticos y paredes desconchadas en las que viejos carteles cuyas letras apenas si pueden leerse, cuelgan cual náufragos vencidos, son otros de los elementos de este decorado de guerras sin guerra.
Por fin, parece haber llegado a su Itaca. Con mano firme, golpea un roñoso llamador broncíneo con forma de diablo.
-¿Quién es? ¿Quién osa molestar mi despertar? –Una voz de decrépito fumador bronquítico ha respondido con ínfulas de enfado_.
-Soy un modesto traficante que llega hasta su emporio en busca de mercancía.
-Poco queda ya aquí. Que lo que había acabó pudriéndose o evaporándose en
Los miasmas sulfúricos. Así que, lárguese y déjeme en paz.
-Que no, que la bella Glucosenda me insistió en que recalara a su palacio.
-¿Palacio esto? Si es un antro ya. Hace siglos sí lo fue, ahora es una covacha de mala vida. Ojalá pudiese decir de mala muerte, pero hasta la muerte huyó de mí. ¡Maldita vieja, ella y su guadaña! Algún día alguien la vencerá y entonces… entonces vendrá a mí. ¡Y yo la rechazaré!
-Vengo en pos de sus bolas.
-¿Mis bolas? Si ya ni yo soy capaz de encontrarlas, de tan arrugadas y menguadas como quedaron.
-No sé de qué bolas hablará su señoría, usted, pero las que ella me encargó debían ser unas de colores con textura de plastilina, me dijo.
-Ah, es eso. Tenga, esto debe ser.
-¿Eso? Pero si parece un amasijo amorfo.
-Pues es lo único que tengo. Si lo quiere, bien. Y si no, váyase con mil diablos y déjeme a mí con mi rabo y con mis cuernos. Ah, y si vuelve a ver a la Glucosenda, dígale que… Bueno, no; que aún la quiero, que siempre la amaré. –Un chisporroteo se ha escuchado al otro lado. ¿Serán lágrimas?
Y el temerario traficante se resigna a guardar en su bolsa aquel cúmulo blandengue, viscoso. Retrocede, parte. Querría correr para salir de allí, pero algo hace pesarosos sus andares. Reflexiona, cavila en torno a lo que ha contemplado.
Al fin, el dédalo encefaloide de callejas retorcidas, desemboca en la avenida ancha de la Esperanza, con su fuente de ninfas al fondo.
Hacia ella se dirige. Ha quedado con ella para citarse a las 12. Pocos minutos faltan ya para la hora.
Se acodará en el borde de la pila y aguardará.
La niebla ha desaparecido, vencida por el sol claro de tardes de paseo. El agua que fluye de entre las conchas de mármol se ve lamida por rayos dorados haciéndola sonreír con burbujas azuladas, verdosas y anaranjadas.
 -¿Cumpliste con mi encargo?
-No sé, esto es lo que pude conseguir. Ah, y una declaración de amor para ti.
-Vaya vaya, qué pícaro fue siempre el infeliz Daemoniodoro. Pobre Dae.
-¿Qué vas a hacer con esto?
-Mira.
Y Glucosenda, la de los dedos de azúcar y cabellos de ángel, pellizca la masa para bañarla en sus aguas, que son néctar. Brillantes esferuelas de colores van naciendo.
-Toma, llévale una bolsa de ellas a mi Dae, para que se endulce a mi sabor. Y toma tú el resto para que, en fiestas y aniversarios, las des a los humanos.
-¿Cómo las llamaré? ¿Y para mí, tu deudo, no habrá nada?
-¿Su nombre? Glucosinas Golosinas. Quien las chupe será feliz. ¿Y para ti, mi servidor? Para ti, toma esto.
-¿Eso? Pero si no tiene color y es cuadrado, no me cabrá en la boca. Y lo que debe de pesar.
-No seas desagradecido. Es el mejor de los caramelos. Es grande para que lo comas a dúo junto a tu amada. Si así lo haces, tu goce será infinito, mucho más que el de los besos que soñarías darme a mí, que ya lo sé, que… bien querrías subirte a este pedestal y robar mi boca.
Una mueca de rubor ha asomado a la faz del hombrecillo que, sin querer dejar que ella le vea, carga presto con su mercancía nueva.
-Otra vez alguien que llama. ¿Quién demonios será? Como sea la vieja de la hoz… Va a ver lo que es bueno.
-Dae… maese Dae. Que soy yo, que… le traigo…
Y sí, mientras una luna creciente se deja ver en aquellos andurriales, esta vez el interpelado abre una puerta cuyos goznes gritan de tanto como han estado abandonados. ¿Quién será?
¿Y si fuera diabético? ¡Los caramelos de Glucosenda nunca han estado contraindicados para quienes, ese mal, padecen.


    



2 comentarios:

amelche dijo...

Sin problemas, hay caramelos también para diabéticos. Un abrazo

Alberto dijo...

Ana, claro. Son precisamente los que creó Glucosenda con su magia.
Cuídate y que también a ti te lleguen esos caramelos para endulzarte en este verano.
Besitos de luz.

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