domingo, 3 de junio de 2012

La mejor de las serpientes

Otro domingo más, otro fin de semana concluido. Que disfrutéis y os animéis. Merece la pena.

El comandante Rodríguez se dispone nuevamente a hacerse con los mandos de su XKJ-5 Cobra, el helicóptero que ahora es suyo y que, durante tantos años, estuvo al servicio de la Unidad  de Salvamento de Alta Montaña (USAM).
Su probada pericia y la habilidad que siempre le caracterizó al adentrarse en los más recónditos vericuetos de sierras y barrancos, le hicieron merecedor de no pocas condecoraciones y, sobre todo, de ver cumplido su sueño: hacer suyo a un cómplice de tantas aventuras como era su Cobra, cuidarlo y convertirle en compañero de su ancianidad, envejecer juntos.
Cuando, en ocasiones, en medio de tertulias de largas noches, le oían hablar de lo bien que se llevaba con la Cobra, calificándola incluso de amiga, se admiraban de tal. Si era un hombre flaco y fibroso, no muy alto, no muy musculoso. ¿Cómo, entonces, podía presumir de desenvolverse entre el que, ellos suponían, semejante ofidio mortífero? Él, a eso, prefería callar, no desentrañar el misterio, mantener el escepticismo de tantos. Allá ellos, se decía, que piensen lo que quieran. Y cuando así hacía, lucía una media sonrisa de lo más ingenua, para muchos, o seductora, para no pocas.
Hace una tarde espléndida, ideal para salir al aire: cielo nítido, despejado, calma y temperatura agradable.
-Amiga Cobra, ¿dónde nos dirigimos esta vez? Mientras esto dice cierra los ojos, se concentra, se deja guiar.
Ya se oye el sibilante ronroneo del motor, su bravura de máquina de raza, su fuerza aún.
Y mira que decir que ya no servías, que había que llevarte al desguace. Qué idiotas ellos, que poco saben.
 Rodríguez se deja mecer, como otras tardes igual que aquélla, rememora tantas hazañas vividas ella y él, tantas vidas salvadas. Cuánto correr, cuántos nervios por llegar a tiempo, cuánta entrega por no perder.
Abre los ojos para disfrutar de la panorámica a la que le conduce su fiel Culebra. Qué hermoso es el horizonte, nunca dejará de admirar la magnificencia de la naturaleza.
Pero mientras así hace, divisa, en la lejanía, un minúsculo objeto que se mueve inquieto. Parece danzar al son de una música que él no puede escuchar, de un lado a otro, a babor, a estribor.
Dirige el timón hacia allá, apunta el morro y se aproxima.
¡Es un perro! Lo divisa nítido. Con su pelaje dorado, su cola enhiesta y su ladrar henchido.
¿Será que es´tá clamando auxilio? No, bah. Ya te está pudiendo otra vez tu costumbre de ver en todas partes señales de alarma, de necesidad de socorrer. ¿No te das cuenta de que tu tiempo ya pasó?
El perro brinca, como si quisiera agarrarse al patín de su Serpiente, qué saltos da.
¿Nos acercamos, amiga?
Busca una menguada esplanada, la madriguera. No necesitan mucho para encontrar su lugar.
El can cada vez más insistente le llama, le pide.
Y cuando nuestro particular encantador de serpientes, atiende su llamada pronto ve el motivo.
Una señora ya de mediana edad aun aparentando juventud está tendida en una postura imposible. Un árbol truncado, unas rocas atropelladas en alud, un entorno desolado.
Supuso que la intrépida expedicionaria habría querido penetrar en una cueva cercana y que los elementos cedieron, derrumbándolo todo.
Contempla la escena. A ese tapiz de destrucción se une el lastimero gemido de la mujer, sus convulsiones espasmódicas.
No tiene dudas. Bien sabe lo que ha de hacer. Acomodarla, tomarla en sus brazos, ejercer su técnica de efecto calmante a través de la mirada y sus ademanes suaves, cálidos y rápidamente ponerse en marcha. Su Cobra hará el resto.
¿Y el perro? Él les acompaña, fiel testigo, espectador interesado.
Una nueva misión, la adrenalina fluye de nuevo, vuelven a vivir.
Y cuando lleguen al hospital de costumbre, conforme los protocolos de siempre, sabrán que otra vez más han cumplido con éxito.
Pero aún más, a Rodríguez le atenazará un deseo. El de volver a verla cuando esté curada, pasar a visitarla, hacerla sabedora de cómo un paseo a lomos de una serpiente, la mejor de las serpientes,  se convirtió en un milagro salvador.
Y quizá, ella… Sí, quizá ella, piense que el bueno de ese viejo guerrero del aire aún no es tan mayor.

2 comentarios:

Rosa Sánchez dijo...

Alberto, mira que hay aficiones de todas las clases, para todos los gustos y edades, pero la aviación... he conocido aviadores completamente entregados a su sueño de volar, fanáticos de las alturas. Mi padre era uno de ellos. Junto a mi hermano Ignacio vivió ese sueño, ¿sabes?

Y del relato de hoy, ¿qué decir? Que eres muy creativo y sólo se te ocurriría a ti meter en una historia de aviones, un perro que ladra avisando sobre una mujer accidentada. Vamos, que me ha encantado, para no perder la costumbre...

Y sobre esta semana... no sé cómo se presenta tu agenda y si tienes un tiempito para echar una ojeada a cierto capítulo que tengo concluido... ya me dices.
Un abrazo.

Alberto dijo...

Rosa, supongo que eso de volar debe ser toda una droga, sentirse libre, emular al viento.
A mí también me gustaría sentir esa sensación. Algún día, algún día montaré en globo. Ya sabes... soñando soñando.
Bien, bien. El capítulo bien aunque yo lo dividiría en 2, haría uno hasta que salen de la taberna y otro con la salida y el episodio de los arrieros.
Cuídate con celebración cumpleañera. Tómate algo rico a mi salud.

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...