domingo, 5 de febrero de 2012

La llamada de cada día



Dedicado a todas esas personas, excelentes profesionales, que trabajan como telefonistas, porque siempre están ahí pese a que, a veces, quienes marcan su número son del más variado pelaje. Con mucho cariño.
Que estéis bien y con ánimo.
Feliz semana.

Él comprendía que seguramente había días en los que sus llamadas resultaban pesadas y hasta inoportunas. Pero, es que ¡las necesitaba tanto…!
Ella había días en los que sentía deseos de no descolgar el auricular. Pero sabía que quien diariamente la llamaba a la puntual hora de las cuatro de la tarde, necesitaba de su presencia al otro lado. ¿Y qué iba a hacer entonces? Pues claro, vencer esa tentación y responder.
Él aguardaba con ansia de hambriento a que llegase el momento de marcar el número que para su ánimo constituía la luz de cada día.
Ella haría lo acostumbrado: se identificaría como si no se conociesen, las instrucciones de la Dirección así lo establecían, y ella siempre las cumplía, era su norma. Y preguntaría qué deseaba.
Él le contaría sabedor de que era entendido y escuchado. Que no había un robot, una fría máquina, al otro lado, sino una estupenda profesional, cálida y diligente.
Ella se alegraría con sus logros, aunque fuesen pequeños, y se entristecería con sus tropiezos, que también los había.
Él recordaría, una vez más, cuál fue su primer contacto con aquella amable voz. Cómo inquirió por un determinado producto financiero y cómo ella le explicó a quién dirigirse para solicitarlo. Y cómo, resuelta la cuestión, quiso agradecerle la atención con otra llamada al día siguiente. Y cómo 24 horas después buscó otra excusa para repetir. Y cómo quiso averiguar cuál era la mejor hora para hacerlo.
Y ella vislumbró, con su experiencia de años, que al otro lado había un ser solitario, necesitado de afectos. Y que, bueno, a esa hora el trabajo era nulo, sesteante, por lo que tampoco pasaba nada si aquél reiteraba su costumbre. ¿Qué más le daba a ella si era un caballero educado y cordial? Además, pronto se acostumbró a sus confidencias y sucedidos. Tan así fue, que le echaba de menos si alguna vez se retrasaba.
Pero ese jueves, él percibió que el timbre de ella no era lo vibrante de siempre. Algo le pasaba. Optó por dejar, por una vez, sus neuras y rollos, y a cambio quiso hacerla sonreír con un piropo y una anécdota de las suyas. ¿Lo consiguió? Al despedirse, con su ritual de siempre, con su “hasta mañana, señorita” creyó que sí, que el tono volvía a engalanarse de matices. Y algo más hizo, tomó una decisión.
Sabía, porque a lo largo de los meses habían tenido ocasión de comentarlo, lo mucho que a ella le gustaba la lectura, sobre todo, la de cuentos. Se dirigiría a la mejor librería de la ciudad y solicitaría consejo para adquirir el mejor libro de esa materia. Y pediría el favor de que le escribiesen cierta dedicatoria y que lo envolviesen con el más bonito papel de regalo y con el lazo más sugerente. Se dejaría aconsejar, creía que haciéndolo quedaría bien.
SE acercaba la hora de cada día. Era viernes. Casi todo el mundo llevaba prisa, él también aunque por motivos bien distintos. La muchedumbre corría en pos de un nuevo fin de semana: salir de la oficina y olvidar. Él, en cambio, se apresuraba camino de esa misma oficina de la que los demás huían. Mientras aquéllos marchaban, él ansiaba llegar cuanto antes.
El reloj marcó las cuatro. El teléfono no sonaba. Transcurrían los minutos, continuaba mudo.
Ella se dijo: “mi cliente de cada día se habrá ido de fin de semana, habrá encontrado plan. El lunes me dirá”.
Poco podía imaginar que ese él, su cliente, más aún su esperado interlocutor de costumbre, se encontraba a pocos metros de su lugar de trabajo, procurándose una oportunidad para llegar hasta ella. El vigilante ejercía sus funciones de cancerbero con bien probada eficacia aunque, al fin, se dejó convencer porque también éste la apreciaba, se lo tenía ganado.
-¿Sagrario? ¿Estás ahí?
-¿Quién…? Oh, su voz me suena. ¿Quién es? ¿Cuál es el motivo de su visita?
-Hoy no te he llamado. He querido venir a verte. Es que… te vi tan mustia ayer.
-Oh, Dios mío. ¡Si es usted, eres tú!
-Claro. Y te traigo un regalo para que te animes, que ayer estabas triste y eso no me gusta. Y qué porras, es que ya tocaba que me pusieras imagen y vieses la facha del tipo que te da la lata cada día.
-Has llegado hasta aquí y lo has hecho para alegrarme. Cómo te admiro y agradezco. Ven, deja que te dé la mano para que te sientes. Bueno, aunque antes mejor te doy dos besos. Qué ilusión, qué alegría. ¿Cómo has sabido venir? Qué increíble, qué pasada.
-Bueno, aguantarme cada día bien vale hacer un esfuerzo que, en realidad, no lo es porque tenía ganas de venir y conocerte en persona. Ay, Sagrario, que el mérito de verdad es el tuyo, al no cansarte de mí durante todo este tiempo.
-Pero cómo iba a hacerlo, si me has enseñado tantas cosas, me has hecho sentir útil. Ah, y pliega el bastón, que aquí no va a hacerte falta.
-Vale, que hoy en vez de disponer de tus oídos, voy a disponer de tus ojos.
Sabes que salgo a las ocho. ¿No se te hará larga la espera? ¿O te vas ya? Mira, que hoy no tenemos que colgar para no bloquear la centralita.
-Pensaba acompañarte esta tarde. Si no te molesta, claro.
-¿Molestarme? ¿Cómo va a ser? ¿Por qué vas a hacerlo si encima me has dado semejante sorpresa. Mira que venir solo y sin ver. Y luego hablan de los héroes. Tú si que lo eres.
Y esa tarde de viernes, para él y para ella, para los dos, fue especial. Pero, más aún, lo fue la noche.

3 comentarios:

Susi DelaTorre dijo...

Desde el título, que sugiere constancia y certeza, hasta el final del texto no he podido dejar la lectura. Cosas como esa suceden en la vida real, enseñando a quién las conoce que la magia ronda incluso la vida más previsible.

Y hay que creer. Con ilusión.

Un abrazo, Alberto!

Momentos dijo...

Un saludo Alberto. Últimamente no visito mucho vuestros blogs pero cuando lo hago me gusta leer lo que nos cuentas. Un beso

Amig@mi@ dijo...

Eres demasiado bueno. Yo ya descuelgo y cuelgo al momento. Tienes razón con eso de que viven de eso, y que denro de ese munco también hay HISTORIAS, pero es que tres o cuatro veces al día es excesivo. Yo te aseguro que ya no puedo más.
Abrazos

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