Que sí, que ya sé que es lunes. Pero es que ayer el tiempo, no sé si sería el del relato de esta semana, no me dejó cumplir con mi costumbre de cuentear.
Bueno, que hayáis sobrevivido a la nochevieja con holgura y que sigáis ahí.
Buena semana de Reyes Magos, de esperas.
Que estéis bien.
Con el mismo cariño de siempre aunque el año sea nuevo.
¿Un muñeco construido con nieve cinco copos de los Alpes suizos? Bah, pero si resulta que vives en un piso de ésos de hormigón y acero de una calle cualquiera de una ciudad indeterminada, colmena de enjambres terrícolas.
¿La catarata del africano lago Victoria? Ay ay, si el único torrente que se oye desde tu dormitorio es el que fluye por las cañerías de tu vecina cuando se ducha o en el momento en que deposita sus encantos curvilíneos sobre cierta taza, no precisamente de té de Ceilán.
¿Un exótico bazar con las más variadas exquisiteces? Pero si la única tienda a la que puedes acudir es un impersonal supermercado en el que todo está plastificado, higienizado y muchos otros ado.
¿Los arcanos frondosos bosques de la Selva Negra? Unos enclenques arbolillos encerrados en unos maladados alcorques son la única sombra que recibe tu acera. Míseros palos imberbes a los que agarrarse algún triste pajarillo urbanita.
¿Sueños, realidad? ¿Realidad, sueños?
Así reflexionaba y fantaseaba Eugenio Feito da Ley mientras preparaba, con los meticulosos orden y mimo de siempre, el recipiente con las 12 uvas de rigor que darían paso a otro nuevo año.
Entretanto, mientras todo eso hacía, interrumpió sus dilemas para sonreír al evocar la ocasión aquélla en la que quiso engullirse todas las uvas de un solo bocado, pretendiendo zamparse de una vez todo el Tiempo. Y cómo fue que el travieso don tiempo le devolvió la jugada con una recia náusea que, a punto estuvo de proporcionarle pasaje gratuito al reino de Más allá.
Esta vez urdiría una estrategia bien distinta. Menudo era él, que bien se las pintaba, cuando quería, para engatusar y emperrear. Acariciaría cada uva, la lamería cual guinda en sazón, la saborearía y la degustaría como el más excelso de los manjares.
Estaba seguro de que, procediendo de esa guisa, el tirano de los Relojes, caería a su estómago, que no a sus pies,con la pausa deseada.
Preparado el ritual, se dispuso a proceder al son de tintineos televisivos con voz de folklórica incombustible cuando los timbres de aquí, allá y acullá sonaron al unísono.
¿Qué hacer? ¿Ignorar esos cantos de sirena? ¿Interrumpir su acción devoradora? ¿Quién sería el inoportuno rinrineador? Aunque, ¿y si resultaba que era su vecina la de los torrentes?
Por otra parte, no quería resignarse a dejar pasar la oportunidad de conquistar al señor don Tiempo. Con lo bien que lo había preparado todo.
No tuvo más remedio. Se levantó en pos de las llamadas. Pero nada, que nadie se encontraba al otro lado. Que cuando quiso retomar su empeño, ya las campanadas habían dejado paso a brindis, palabras e invitaciones vedadas para él.
¡Maldita sea! Otro año en que se me escapa. ¿Será posible que alguna vez consiga atraparlo?
Ahora ya nada más le restaba que, como siempre, conformarse con sus imaginarios viajes, sus citas de fantasía y sus chocar de copas consigo mismo.
La nochevieja sería para él otra nochevieja más, otra como las de siempre: ensoñaciones, deseos, proyectos, intentos todos ellos conjugados en soledad.
Se dispuso a desenvolver la enésima figurita de mazapán, cuando, oh maravilla, la mixtura de almendra molida, yema de huevo y azúcar cobró vida.
-No soy tu perseguido don tiempo,pero sí soy una vieja cautiva de tu persona. ¿Me quieres? Soy la señorita Mazapina y vengo para hacerte feliz esta noche, con voluptuosidades, piruetas y cabriolas quiebracinturas. Y, a lo mejor, hasta podemos marcarnos un vals entre maese Cavanini y servidora, un baile que te hará cosquillas y conseguirá que, esta vez sí, seas feliz. Chinchin, jigi, viva, yupi.
Don Tiempo aleteó por casa de su perseguidor, seguramente con no poca envidia, y no pudo hacer otra cosa que pasar de largo. La tía Aurora le esperaba, era ya día, nuevo día de buenos propósitos y llamadas a su majestad la reina, doña Voluntad.
Ahora que Eugenio Feito de nada de eso se apercibió porque él continuaba acariciando la yema de Mazapina con las yemas de sus dedos, sonriendo plácido, olvidando que pocas horas atrás sentía hambre de Tiempo porque su panza panzuda estaba saciada con la visita de una extraña figurilla, que no figurota, y el acompañamiento de un espumeante con ínfulas de compositor, Cavanini Paganini.
Que les diesen a todos por donde amargaran los segundos y segundones temporales que él acababa de encontrarse con su diosa Eternidad.
lunes, 2 de enero de 2012
El devorador del tiempo
Publicado por Alberto en 8:14 p. m.
Etiquetas: Relatos
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1 comentario:
Aunque llega con retraso, recibo tu cuento con el interés de siempre. Besos y feliz año.
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