domingo, 29 de enero de 2012

Una bala con pedigrí

Porque quién sabe cuándo uno va a encontrar el objeto o la persona que cambie nuestra suerte.
Que estéis bien y disfrutéis con el descubrimiento de Marian.
Con cariño y deseo de buena semana.

María Angustias, Marian, ah qué nombre le habían regalado sus padres al nacer, ella tan deseosa de alegrar y sonreír, una chica alta, de voz dulce, melena ondulada castaña y espíritu inquieto, creyó que el primer trabajo al que no le había quedado más remedio que aceptar, le resultaría en extremo penoso. Así había sido hasta que…
Hasta que un día le tocó, en su rutina de clasificar carpetas antiguas, archivar el enésimo papel, pero resultó ser un pergamino, uno de esos documentos orlado de filigranas y caligrafías aristocráticas en griego.
Ella tan ecuánime siempre, tan excelente profesional, tan objetiva y metódica en todo, apenas si podía creerlo. ¿Cómo dar crédito a lo que sus ojos le ponían delante?
Y es que, conforme figuraba en el texto, se trataba de un informe balístico. ¿Qué podía hacer allí un documento de ese tipo? ¿Cómo no había sido descubierto antes?
El archivo al que le había tocado como destino, cuando aprobó su oposición, no era otro que el vertedero de la Archivística, el departamento al que nadie deseaba ir ni elegir porque en él únicamente se guardaban legajos sin aparente interés: listas interminables de nombres sin sentido, filas y filas de operaciones contables que habían de guardarse por precepto normativo.
Se había dicho, cuando recibió la notificación de la Consejería de Cultura y Educación asignándole la plaza, que bueno, igual era un puente para a atravesar hacia otras orillas más prometedoras, que se lo tomaría como aquellos ritos de iniciación tradicionales de los que su abuela siempre le habló.
Y allí estaba, llevaba ya tres años y había terminado por resignarse, por creer que nunca acabaría su paso por aquella inestable e indeseada pasarela.
El nuevo lunes de Marian empezó como tantos otros, con sueño, con la espectativa de lo que le depararía la semana y con sus rutinas de siempre.
En esas estaba, al par que evocaba los momentos disfrutados durante el finde, incluida su asistencia a la representación teatral _no pudo por menos que sonreír al hacerlo_ en la que la bienvenida al espectáculo parecía ser el anuncio de lo más siniestro, las butacas estaban recubiertas de bolsas de basura y la puerta de entrada a la sala era de plástico, y cómo unos ciegos iban haciendo chistes sobre ello a la salida, cuando se topó con el hallazgo.
Lo leyó atónita. Era el certificado, rubricado por cierto preboste de la ciudad de Siracusa, en el que se aludía a una bala con pedigrí, un proyectil único, especial, que era el utilizado por Arquímedes en sus pruebas para obtener la mejor arma defensiva que librara a su ciudad de la voracidad imperial romana.
Entonces Marian recordó aquella leyenda que contaba su catedrático de Fuentes de Historia Antigua, según la cual se decía que un viejo chatarrero presumía de poseer la bala de Arquímedes, pero que como nadie le había creído, la había terminado por fundir para transformarla, a modo de espaguettis, en filamentos de plomo y que siempre se lamentó por ello. Y ahora, aparecía aquello, ¿qué hacer?
Seguro que si se lo enseñaba a su jhefe, él tan estrecho de miras y tan mezquino, la despreciaría y haría un gurruño con él, o en el peor de los casos, se aprovecharía de su suerte. Así que se lo guardó para sí, al menos, sería un recuerdo.
Cuando terminó su jornada, salió apresurada, como siempre, con la prisa de la juventud, para comer algo. La tarde la tenía completa con sus clases de alemán y su participación en el coro de la parroquia.
La cosa pareció quedar en nada, en un puro suceso azaroso. Hasta que, meses después, leyó en el suplemento dominical de su periódico favorito que la Facultad de Física estaba pensando en organizar un homenaje al genio siracusano con motivo del aniversario de la invención del famoso principio que le había dado renombre. Y que, para ello, se estaba recopilando material disperso en los más alejados lugares.
-¿Y si les llevo el pergamino? Igual, hasta les interesa y todo. Y quién sabe.
Así hizo. En el catálogo de la singular muestra figuraba, como el objeto 328, el pergamino y debajo de la referencia, su nombre como descubridora.
La exposición resultó todo un éxito, un acontecimiento comentado y recordado por los ambientes cultos de la ciudad. El descubrimiento de Marian pasó a formar parte de la Biblioteca Clásica y de él se hizo una serie en facsímil.
¿Y Marian? Dejó su destierro, pasó a dirigir el equipo de restauradores de documentos antiguos y, al fin, encontró sentido a su formación académica y a su vocación de bibliófila apasionada.
Y, entonces sí. Se dijo que podría cambiar su nombre y llamarse María Leticia, Alegría.

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