domingo, 27 de noviembre de 2011

El universo de Carmencita


Y si las calles de este Madrid se han vestido ya, otro año más, con tonos navideños, ¿por qué no pintar mi cuento de este domingo también de colores?

Con cariño y mis mejores deseos, como siempre.

Que estéis bien y os guste.

Carmen, Carmencita para sus abuelos y tíos, era una niña única, genial. De una inteligencia muy despierta y un genio extrovertido que se traducía en su risa de luz y mirada de chispa.

Aquel sábado se había creado un universo propio, particular, un divertimento que le ayudase a pasar una tarde aburrida de un día cualquiera mientras sus padres iban a hacer las compras de la semana.

En él había planetas y estrellas, cielos y mar. Lo había ideado porque le gustaba jugar a ser constructora de mundos a partir de una fantasía desbordante que nacía de su imaginación y los cuentos que escuchaba, de boca de su mamá, antes de dormir o cuando iba de viaje.

Quiso que aquel universo tuviese cinco planetas y muchos soles a su alrededor. Planetas con nombre de Gente, Delincuente, Indigente, Durmiente y Desobediente.

El planeta Gente sería su preferido. En él habitarían sus amiguitas, sus papás, la señora Pilar, la dueña de la tienda de chuches, el Abelino, que vendía tebeos, o su seño, doña Ana a la que tanto quería por la paciencia que la caracterizaba y lo bien que le enseñaba las lecciones de inglés. Su cielo siempre estaría vestido de azul clarito y la estrella que lo iluminaría tendría nombre de Bondad. Lo dibujó, en la cartulina que se había preparado para ese juego, con color índigo y puntitos naranjas.

En Delincuente vivirían los malos malísimos: el imbécil del Carlitos que siempre se metía con ella por las trenzas con que la peinaban o por sus muecas, el desgraciado que se burlaba de la pobre anciana doña María o el gamberro que rompía sus muñecos de nieve. El cielo de ese planeta estaría siempre lleno de nubarrones, su sol se llamaría Rabia y el color con que Carmencita lo dibujó fue el negro.

A Indigente quiso reservarle un lugar especial. En él residirían pobres olvidados que querían vivir, aferrarse a la esperanza. A nuestra chiquilla le gustaría que este planeta estuviese desierto, pero ella bien sabía que cada vez estaba más lleno. Pensó en ponerle un sol con una sonrisa en su centro, la suya, y que el cielo dejara entrever rayitos dorados en medio del gris. Lo dibujó de color verde.

En Durmiente se estaría a gustito. Tendría praderas sombreadas por árboles centenarios y calas de agua cristalina. Su cielo tendría color de merengue, de tenues pastel.Su estrella se llamaría Paz y le pondría unas cetas de compás, de sueño y de sueños. La coloreó en amarillo suave.

¿Y en Desobediente? En Desobediente se guardó un rinconcito para ella porque había veces que, bueno, le costaba cumplir con lo que le mandaban. Sabía que no estaría sola, que habría más niños como ella. Pero ése sería un lugar de paso, del que había que huir, procurar salir corriendo cuanto antes. Su sol tendría nombre de Decepción, el color de su cielo sería el gris oscuro y lo pintaría de marrón caquita, en su cartulina.

Y así pasaron las horas de aquella tarde de sábado de un día cualquiera. Perfiló, corrigió, borró, repintó y culminó. Estaba satisfecha, contenta. A su universo le añadió, además, unas palomas que llevarían mensajes de superación, ejemplo y vida; un barquito de vela que surcaría los lejanos mares de la aventura y una casa, su hogar, una casita con su tejado rojo en triángulo, sus ventanitas abiertas de par en par, con su puerta y todo, y en la que cabrían todos.

-Cariño, ya hemos vuelto. ¿Se te ha hecho largo? ¿Te has aburrido? Mira, te hemos traído una napolitana de chocolate. Uy qué dibujo tan bonito. ¿Qué es?

-Yupi, qué bien, mamita. ¡Ya estás aquí! Mira, es mi universo. ¿Quieres que te lo cuente? ¿Que te explique cómo es?

Y, muchos años después, Carmencita, ya doña Carmen, contemplaría en su despacho del palacete, actual sede bancaria, un dibujo infantil, un dibujo coloreado que siempre quiso guardar porque estaba lleno de recuerdos y luminosas nostalgias.

3 comentarios:

Piedad dijo...

Cinco planetas salidos de la fantasía, pero qué hermosos son...

Alberto, me gusta tu cuento y todo lo que escribes.

Saludos.

amelche dijo...

¿Un despacho en una sede bancaria? Me niego a que Carmencita se convierta en banquera de esas que arruinan sus entidades mientras se llevan cientos de miles de euros en pensiones vitalicias por el morro aprovechándose de los ahorros de toda la vida de sus clientes. Carmencita tiene que ser doctora, enfermera, maestra como su querida doña Ana, peluquera... lo que sea, menos una candidata a vivir en el planeta Delincuente.

Por cierto, gracias por el homenaje que me has dado. Un abrazo.

Momentos dijo...

Te sigo aunque últimamente comente poco. Besos

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