Quiero dar traslado del extracto de la intervención que, con motivo del acto de homenaje al bosque, hemos tenido ocasión de leer, en braille, en el salón de actos del Centro de Educación Medioambiental de Valsaín, este sábado que termina.
Ha sido una jornada muy interesante, con la exposición de diversas facetas que atañen al bosque y, por nuestra parte, de hacer visible la ceguera.
Que os guste.
Mi compañera Elena Rodrigo y el que subscribe, ambos ciegos totales hemos querido elaborar un texto que refleje lo que, a nosotros, nos aportan los bosques, cómo los vemos.
Es un orgullo poder participar en esta jornada de homenaje al bosque, al tiempo que aprovechamos para reivindicar su respeto y el que, también nosotros, de forma autónoma, podamos disfrutar de su calidez y encanto. Pedimos, de manera expresa, que se habiliten para ello, rutas accesibles, enclaves adaptados y, en definitiva, lograr con dichas acciones, entre todos, que sean espacios abiertos también a los ciegos en particular y al resto de discapacitados en general. Estamos seguros de que es posible conseguirlo y que el resultado, convenientemente difundido, merecerá la pena.
¡Nosotros también queremos formar parte del grupo de amigos de los bosques!
Bien, hemos estructurado la comunicación en dos partes, una testimonial y otra creativa.
Previamente a su desarrollo, incorporamos una cita atribuida a una persona especial, todo un ejemplo de superación y esfuerzo que pese a su sordoceguera, fue capaz de demostrar que se pueden alcanzar numerosas metas gracias a la tenacidad y la ilusión: Hellen Keller. Su anhelo se traduce así: "Daría un largo paseo por el bosque y embriagaría mis ojos con todas las bellezas del mundo de la naturaleza, intentando desesperadamente absorber el gran esplendor que se despliega en todo momento ante los que pueden ver." Os invitamos a reflexionar sobre el significado de estas certeras palabras.
A continuación hacemos una advertencia: Las personas ciegas somos individuos antes que discapacitados. No se debe caer en la tentación de generalizar, ha de huirse de los tópicos, por lo que, lo que a nosotros nos sugieren los bosques, es sólo fruto de nuestro amor por ellos, lo cual no significa que todas las personas invidentes sientan lo mismo, ni mucho menos.
A partir de aquí, hago un repaso de cuál ha sido, desde mi niñez, el modo en que he ido relacionándome con los bosques, desde las arboledas de chopos en mi pueblo soriano hasta los majestuosos hayedo de Irati o acebal de Prádena. Recuerdo, un lugar emblemático para mí, al que siempre que visito mi pueblo, me acerco porque simboliza la memoria de mis orígenes, el Árbol del río Manzano.
Mis juegos de niño, mi imaginación, hija de las lecturas, y los paseos junto a mi padre han alimentado, desde siempre, mi amor hacia los espacios arbóreos.
¿Que cuáles son los regalos que he recibido, a cambio, de esa caja mágica que son los bosques? Ante todo, paz que aliviara el desasosiego de mi espíritu, calidez que mitigara el frío de mi alma en los momentos de soledad y sueños en forma de aventuras, encantamientos y hazañas legendarias.
El bosque me acompaña siempre que paladeo un licor de arándanos, que toco la hoja de castaño que me regaló, una vez, un ser especial o cuando contemplo la figura que compré, siendo adolescente, tallada en madera de los pinares sorianos.
Quiero obsequiarles con mi símbolo de cariño, en forma de caricia, poner mis manos en sus troncos e impregnarles mi huella, transmitirles mi gratitud, escuchar su voz.
En cuanto a lo que percibo dentro de ellos, os cuento: se oye el silencio, un silencio relajante traído por el rumor del viento al acunar sus hojas y por las melodías de sus moradores; siento que paseo por una alfombra mullida y turgente; que descubro sus texturas cargadas de mensajes; y que me empapo de sus olores, fragancias preñadas de vivencias, y recuerdos, el más natural de sus aromas.
En el bosque, por sus características, los sentidos se agudizan, se abren cual poros sedientos que necesitan embriagarse _como decía Hellen Keller_ de tanto goce, de tanta variedad de estímulos.
En fin, dentro de un bosque me siento a gusto, disfruto en plenitud, me imbuyo de todos sus dones y cuando salgo de su seno, es como si me renovara, como si volviese a resurgir la energía de la vida en mi cuerpo.
Pero, además, he de resaltar el poder evocador del bosque. La capacidad que tiene de inspirarme, seguramente a partir de las lecturas y películas, para fantasear con encuentros inesperados con seres misteriosos: ancianas curanderas, recios pastores, hermosas doncellas o genios increíbles, duendes y hadas.
En este sentido, la segunda parte de lo que compartiremos el próximo día 5 de noviembre, a la que aludía al principio se traduce en un cuento, uno de ésos que semanalmente voy publicando en mi blog, Tiflohomero y que quiere ser una historia desempeñada por alguien como nosotros que se decide a afrontar una jornada en la naturaleza aun estando privado de la visión, un día de senderismo por un monte mágico. Lo que al protagonista y a su acompañante les acontezca, lo que el sueño y un mágico hallazgo les depare, serán el núcleo de un hermoso romance nacido a partir de la complicidad de un árbol centenario y de una sabia hechicera.
Un relato, en fin, que invita a soñar, a entregarse a los designios del destino y a atreverse a dejarnos cautivar por sus dones.
En definitiva, nuestro afán no es otro que aportar otra perspectiva de los bosques, en la que queremos ir más allá de una mera imagen estética o utilitaria de sus funciones. Queremos hacer hincapié en su dimensión sensorial y mágica. Queremos invitar a que, cuando se viaje a su interior, se haga con la mente despierta y con el ánimo de sentir, de dejarse atrapar por todo un mundo de sensaciones que, por supuesto, incluyen las visuales pero que abarca otras muchas. ¿Os las vais a perder? No lo hagáis, os proporcionarán grandes dosis de felicidad.
Alberto Gil Pardo y Elena Rodrigo Izqierdo
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