domingo, 13 de noviembre de 2011

El día del descuento

Llego, llego. Tarde, pero aquí estoy con mi cuento de cada domingo.

Tras una semana plagada de emociones, mañana empieza otra. Que os sea positiva.

Como siempre, con cariño. Que os guste y estéis bien.

En la librería de viejo El Pergamino, en su escaparate, con gran lujo de tipos y alardes, se anunciaba que al siguiente viernes podría obtenerse un sustancioso descuento por la compra de ejemplares raros y de ediciones difíciles de encontrar de autores que, un día fueron noveles y que, años después, incluso siglos, habían alcanzado fama de clásicos. Una oportunidad única, una ganga, un chollo.

El objetivo era poner en aprietos, aunque tan solo fuese por un día, al autócrata del sector, a don Genaro Urdiales, aquél que había convertido en cortijo particular todo el negocio de la edición, venta y distribución de ese tipo de tesoros.

A los que se le resistían, cada vez los eran menos, los anotaba en su agenda particular de malditos y se encargaba, mediante mercenarios bibliocidas, de hacerlos desaparecer de la forma más expedita y eficaz.

El díscolo establecimiento se encontraba ubicado en un callejón no lejos de la sede del diario satírico de la ciudad, Antena Rugiente en cuyo laboratorio se gestaban los más incisivos y punzantes titulares. Así, periódico y librería se apoyaban mutuamente en su quijotesca labor de lucha contra los gigantes de la Cultura, aunque luego muchos dijeran que no eran gigantes, que eran molinos.

El tirano Urdiales se dijo que había llegado la hora, que por mucho que se empeñasen esos insensatos locos, él vencería definitivamente. Se relamió al maquinar la manera en que les haría despertar de su sueño onírico y, una vez eliminado al ingenuo Isidorus Papirus, que se había atrevido a desafiarle, ya nada ni nadie le apartaría de su triunfo de realidady gloria.

Y llegó la fecha esperada. La víspera, en cafés y salones, tertulianos y lectores se frotaban las manos ante la perspectiva de hacerse, con una joya en forma de Los miserables o La pequeña Dorrit o Arroz y tartana o hasta de las Memorias del gran gurú empresarial, John Hall. Aunque también los había que se preguntaban, al hilo del artículo gacetillero, si realmente llegaría a puerto semejante desafío. La intriga estaba servida.

Amaneció, la aurora se presentaba clara, la temperatura benigna y la atmósfera limpia. Las inmediaciones, desde horas, se poblaron de curiosos e interesados. Todo estaba listo. Sólo faltaba que los dueños abriesen para que el acontecimiento se produjera.

En éstas, nadie supo ver de dónde vinieron, unas ráfagas abrasadoras con hambre de siglos, se aprestaron a devorarlo todo, con el apetito insaciable de golosas consumidoras de dulces sin par. Parecía que los más negros augurios se cumplirían. La impotencia se hizo presente, la rabia, hermana, y la tristeza, dueña.

Pronto, la superficie quedó devastada al tiempo que alguien, desde su cúspide de rey, frotaba sus manos con incontenida malicia. Hasta que…

Sí, hasta que en el ahora solar ardiente se abrió una escondida trampilla, una puerta ignota. Isidorus Papirus, acompañado de una cohorte de genios, otrora derrotados personajes y libreros, portaban, en brazos y carretillas, volúmenes y más volúmenes de todo tamaño y formas.

Increíble prodigio. El déspota ahora hundido en su trono de oropel no podía creerlo. Nadie podía dar crédito a lo que contemplaban sus ojos. No paraban de salir y salir de aquel maravilloso vientre heroínas, exóticas doncellas, caballeros, espadachines, pilluelos, grandes señoras, viajeros, una interminable procesión acompañada de fanfarrias y tamboriles, y en la que un coro de ángeles desplegaban sus alas tocando las trompetas del despertar, ángeles con cara de magia, ilusión o perseverancia.

Pronto, cada cual tuvo lo que tantas veces soñó con poseer y, libros en ristre, fueron retirándose.

¿Qué haría entonces el que, desde aquel día del descuento, perdiera sus armas de dominio? Desde que le abandonaron Miedo, Censura y Fuego ¿qué le quedaría? El tan, hasta entonces, temido orondo Genaro Urdiales pronto se vio acosado por los fantasmas de la soledad, la decrepitud y el abandono mientras que la ciudad de Biblion se hacía más grande, más rica, más visitada, crecía y crecía. El viejo Papiro reconstruyó su sede y pasaron los años.

Nadie se acordaba ya de aquel Genaro Urdiales ni de sus tramas y la librería pasó a ser gran biblioteca de códices e incunables, al tiempo que hubo quien la hizo escenario de romances y aventuras en las que nunca faltaba un protagonista con aura de fantasma y nombre de Isidorus.

2 comentarios:

Marina-Emer dijo...

Que los años venideros te
Traigan todo lo que esperas.
Que es sol brille siempre sobre
Ti
Con todo el cariño de una gran
Amiga mís caricias del alma para ti con mucho cariño ...tenia ganas de venir
besos
Marina
Abrazos
Marina
.

Mercedes Pajarón dijo...

Sencillamente genial!

Un besósculo de mi parte y un abrazo agradecido de John Hall.

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