Recordaréis que el sábado pasado comentaba cómo yo, pese a la ceguera, percibo el bosque y los sentimientos que me evoca.
Hoy he tenido la oportunidad de desarrollar algo de lo que allí os decía, practicar ese sano amor por él.
Y es que, hace algunos días, mi amiga Elena me hizo partícipe, como tantas otras veces, de una iniciativa llevada a cabo por los voluntarios de BBVA, el banco en el que ella trabaja, según la cual se proponían plantar y podar árboles en la madrileña Casa de Campo.
Claro que me apunté sin dudarlo, sabedor de que sería aceptado sin importar mi discapacidad, de que sería integrado y por aquello de que busco, bien lo sabéis, siempre la posibilidad de aspirar a la normalidad, de enriquecerme con experiencias y retos, además de darme a conocer a nuevas gentes.
Mis expectativas se han visto satisfechas con creces: he participado, mejor o peor, pero como uno más, he recibido el regalo del sincero cariño de personas que de nada me conocían y he aprendido compartiendo opiniones y vivencias.
Llegar al punto de encuentro de la mano de Conchita _paisana Soriana con la que enseguida he congeniado_ y Javier _con el que ya me unía una buena amistad, y, con Elena _claro, qué voy a decir de ella, de su capacidad, de su ejemplo de tenacidad y logros. Ser presentado, ataviado, como el resto de integrantes con mi chaleco, mi azada y mis guantes. Atender las explicaciones de los profesionales del proyecto “Ardilla: connecting Life” y de quienes nos guiarían en la tarea. Se trataba, ni más ni menos, que de hacer una plantada de encinas y podar otras ya puestas. La cuestión parecía sencilla. Hacer el correspondiente hoyo en la tierra, ponerle al brote un protector, cubrirlo y hacerle un pequeño alcorque a modo de dique.
Nos hemos puesto manos a la obra y… ¡ufff, qué duro es cavar! Imaginaos, sin ver, ¿dónde clavas la azada? ¿Con cuánta profundidad hacer el hoyo? ¿Cómo poner derecha la planta?
Javier me ha prestado sus ojos y sus manos y algo hemos hecho pero el calor de este increíble supuestamente día otoñal y el cansancio, cómo me he acordado de mi padre, él que con 82 años se cava solito el huerto, han hecho que me propusiera cambiar de bando y pasar a la labor de poda.
Otro reto: ¿cómo cortar las ramas sin ver? ¿Con tijeras? ¿Con una especie de cuchillo curvo dentado, de nombre hacheto? _Me he visto como si fuera un intrépido bandolero_. Nada, nada; siempre adelante, que no se diga.
“Que te pongas gafas protectoras” Y YO QUE ME VEO CON ELLAS Y QUE DIGO: “¿Y si a cuenta de ellas, va y resulta que a mis ojuelos les da por ver y hacer chirivitas ante tanta chica guapa? ¡Habría sido el milagro del BBVA! ¡Qué cantazo! Pero nada de nada, que he tenido que seguir viendo con la imaginación y usando a Javier de buen lazarillo.
El caso es que allí que nos hemos ido, a darle al hacheto. Y otra vez a sudar, raca que raca, y otra vez agujetas mil. Vamos, que me he sentido como una miserable bellota. Cuando deguste alguna exquisita tapita de jamón ibérico del bueno, me acordaré de hoy. Ah, esos encinares. ¿Quién me iba a decir a mí que tan cerca de este Madrid urbanita había semejante extensión de monte?
El caso es que la mañana se ha pasado, entre bromas de ciegos y veras de buenos corazones, en un suspiro. Y, faltaría más, a recuperar fuerzas con una buena, y abundante, comida. Y, en ella, lo mejor: la charla agradable, los momentos compartidos y la sobremesa que se ha alargado al hilo del correspondiente chupito de pacharán _ya se sabe… “pacharán más de mil años, muchos más” y que total, yo ni iba a conducir ni más ciego de lo que estoy, no iba a estar.
El caso es que así ha transcurrido esta jornada, organizada de forma magistral, en la que he plantado algunas encinas pero, sobre todo, estoy seguro de ello, también han germinado semillas de sincera amistad.
Cómo no, dar las gracias a Javier y Conchita, su esposa, a Elena, a Joaquín, pendiente de todos y de todo para que nadie se sintiese excluido u olvidado, a Carmen con su dulzura, a Araceli con su hija Beatriz, todo un portento de niña y a tantas otras buenas personas que han hecho que este día, para mí, estuviese teñido de luz brillante y cálida, y que quedará grabado en mi retina de la memoria, ésa que me hace ver la belleza de lo hermoso que me rodea.
Como hablábamos Elena y yo, al despedirnos, otra experiencia más que atesorar, otra muesca más en nuestro haber. ¡¡Gracias por haberlo hecho posible!! Espero haber estado a vuestra altura.
¿Y las más de 800 encinas plantadas? ¿Se sonreirán de las chaladuras de este cegato?
1 comentario:
Cómo no se va poder! Nada, nada hacer hoyos, meterles la carrasca y tapar un trozo ... y a ver si hay suerte y agarra... jeje. Cuando haya que repoblar te llamamos y si nos quedamos sin curro así hacemos algo de provecho. Alomejor curso una invitación a ver si nos quiere acompañar una que tú conoces cqc! y le explicamos que en la vida hay que hacer algunas cosas más variadas y amenas y que encima va bien para el cuerpo y para el alma.
Saludos. J.J.
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