sábado, 25 de junio de 2011

Úbeda, vista desde la ceguera

Y mientras media España, el pasado jueves día 23, soñaba con que el fuego purificador se llevara, con sus brasas, los malos momentos vividos este año y otros muchos celebraban al Santísimo, con el día del Corpus (uno de aquellos jueves que brillaban más que el sol) yo me decidí por tratar de adquirir otra nueva experiencia viajera.
Se trataba de visitar la Ubbadat al_Arabi musulmana, aquélla donde uno puede perderse por sus cerros si se pone a divagar. Sí, así es; lo habéis adivinado: hablo de Úbeda, ciudad de la provincia de Jaén.
El plan trazado era como el de otras veces: reserva en el Parador, llamada a la Oficina de Turismo para recabar información acerca de visitas guiadas y de cómo llegar, y búsqueda de información en Internet. Además, claro, de ilusión, mucha ilusión.
Más allá de la reseña de los monumentos que encierra la ciudad, declarada, junto con Baeza, Patrimonio de la Humanidad en 2003; vayan aquí mis particulares impresiones, lo que ha quedado grabado en esta memoria de cegato viajero y zascandil.

Una estructura urbanística que combina el pasado árabe con sus callejuelas y plazoletas; y el renacentista, con sus palacios de estructura racionalista, sus casas solariegas y sus espacios abiertos. Incómoda para moverse con el bastón, pero evocadora por su rica Historia.
La emoción de estar alojado en un palacio del siglo XVI, con su patio interior acristalado y la fuente que le da frescor y sosiego; la habitación con sus molduras, sus jarrones de cerámica típica en la que se destaca el enrejado, sus puertas con cuarterones de madera y cerraduras de la época; o el reloj de la plaza que, con sus tañidos de campana, marca las horas, incólume al paso del tiempo.
Otra vez más, el excelente trato recibido del personal del Parador, con su director al frente, pero también de las gentes con las que me he topado en estos días, que han hecho que me sintiese como en casa y que pudiera traerme vívidas imágenes de lo visitado.
Satisfacción al saber que delante de mí, estaba contemplando enclaves tan significativos como la casa museo donde falleció San Juan de la Cruz (por cierto, que me cuentan que está caracterizado con una calavera, su hábito carmelita y la pluma con la que escribir sus versos, bastante tétrico; además de que me narran el milagro de Sabiote, por el que proveería a un pobre campesino de espárragos verdes en abundancia) o el Mirador desde donde se divisan las sierras de Cazorla y Segura, y más aún, los famosos cerros, que no son tales si no la excusa que pusiera el conquistador de la ciudad, Fernando III el Santo para justificar el retraso a su llegada en una reunión con sus generales para ocultar la realidad del encuentro con una hermosísima mujer árabe.
El sentimiento de cierta pena al saber que no pocas casonas, otrora nobles, ahora están abandonadas, en estado de decrepitud, como es el caso del palacio donde naciera el principal prohombre del lugar: Francisco de los Cobos, que fuera poderoso secretario del emperador Carlos I.
Toco la pila bautismal de la Colegiata de Santa María, estrellas de David, en no pocas construcciones (a modo de firmas), las roldanas donde amarrarían las caballerías los habitantes, los arcos lobulados del Museo Arqueológico o la puerta del modernista Teatro Ideal
La casualidad, hecha cuento. Sin sospecharlo, resulta que se desarrollaba la XII edición del festival de cuentacuentos, “Úbeda cuenta” pudiendo asistir a dos de las representaciones con plena normalidady disfrute (imaginaos qué alegre casualidad para mí, tan cuentista como es uno). Lo mismo que el encuentro con un señor, cuya sobrina también es ciega y que me ha hecho de guía particular y complementario, llevándome a visitar un horno de alfarero y narrándome historias curiosas que no aparecen en los libros.
Y cómo no: la excelsa gastronomía a base de productos de caza, como esa ensalada de perdiz; el ochío, producto típico a modo de panecillo relleno de morcilla o picadillo; los andrajos, pellizcos de pasta guisada con bacalao y menta; y esos postres, como el soberbio milhojas o la copa de helado con tres bolas: sandía, manzana verde y mandarina.
¿Y me diréis: no hay anécdotas?
Llegar a la estación de autobuses y preguntar si está lejos el Parador para ir andando y que te digan: ah, sí que lo está; ya te llevo yo en mi coche.
Ir a la primera sesión de cuentacuentos, en un pub muy agradable y que a tu lado se siente alguien (una señora, cómo no) y te empiece a audiodescribir los gestos que hace la intérprete. Y como hace mucho calor, saca el abanico y yo le digo: “Me dejas que abanique yo?” Pensaría que vaya chapucero que estoy hecho con eso de darle a la muñeca. En fin, que no es lo mío lo de abanicar.
Viendo el taller de alfarero, en el patio donde secan las piezas, hay una higuera repleta de brevas dulcísimas. Ya se sabe: “te veo de higos a brevas” (pues como tenga que verte yo… ya me las puedo comer todas y darme el atracón, que ni por esas).

Otro periplo más, otra cultura adquirida,otra batallita que contar.
¿Y la próxima? En un mes lo leeréis.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Desde Bordeaux todo bien: Saludos

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