Como siempre, aunque hoy algo más tarde de lo habitual, os dejo mi cuentecillo.
Que vuestro domingo haya sido tan feliz como el mío.
El doctor Aaachís, llamado así por sus continuos estornudos, no vayan a pensar, oigan, se empeñaba en demostrar sus teorías a todos cuantos quisieran escucharle. Se reía, burlesco, de otro doctor, el bacterio de ciertos tebeos y eso que él no le iba a la zaga en ingenios disparatados.
Tenía su público, cómo no. Esperar sus genialidades era garantía de acabar sonriendo desternillado. Ahora que también acarreaba riesgos de siniestro. Pero bien valía la pena el peligro ante el resultado probable de diversión impagable.
Imagínense a un hombre que en la oreja portaba un diminuto microscopio, en vez del lapicero de los sastres ya extinguidos,que por bata calzaba una túnica plagada de remiendos y partes descoloridas lamidas por buenas dosis de aguarrrás y que por gafas, míope como era, lucía dos culos de botella de buena Manzanilla, unidos por un cordel.
Y, no obstante, estaba seguro. Algún día descubriría la sinfonía final, el invento de los inventos, la panacea.
¿La panacea? Ah, sí; el amor de su vida. La gentil doncella que velaría su vejez. Infeliz, ¿cómo podía ignorar que Panacea no era apelativo de mujer?
Así, él siempre buscando y buscando. Ninguna de cuantas seguían la senda de sus ingenios le satisfacía. Y miren que él preguntaba: ¿Cómo te llamas? ¿Cuál es tu nombre?
Y un día, bueno, no; una noche de luna una lechuza se cruzó en su camino, tropezó con su hombro… ¡Zas!
-Uy ¿quién osa y se posa en mí?
-Panacea, panacea, panacea, panaceaaaaaa.
Y el ave, otrora y siempre representación clásica de la sabiduría, de la simpar Atenea, continuó vuelo inalcanzable para el desdichado de nuestro doctor que, otra vez más, se dijo: ”la he tenido tan cerca… Nunca la podré conquistar ni poseer.”
Y se sentó, desinflado, descorchado, en lo que creyó era un banco, el primero que halló; cuando en realidad no era otra cosa que la tapa del cubo de basura tirado en medio de la acera de una calle cualquiera de una ciudad cualquiera.
domingo, 5 de junio de 2011
El doctor Aaachís
Publicado por Alberto en 11:16 p. m.
Etiquetas: Relatos
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