Quienes hayáis mirado al cielo estos días, con esa mirada soñadora e ilusionada con la que ha de hacerse, estoy seguro de que os habréis percatado de que, desde el viernes pasado, hay una nueva estrella. Fijaos, hasta yo que sólo las veo cuando me topo con alguno de los innumerables obstáculos con los que uno suele tropezarse, también la he visto.
¿Que a qué se deberá esa nueva estrella? Yo os lo diré… es mi abuelo, que desde ese día y a sus 96 años de edad, partió para volver a compartir espacios con Susana, la que fuese su mujer hasta 1984 y que allá arriba le ha estado esperando hasta ese 17 de septiembre.
¿Qué puedo deciros de él y de su fallecimiento?
¿Que a qué se deberá esa nueva estrella? Yo os lo diré… es mi abuelo, que desde ese día y a sus 96 años de edad, partió para volver a compartir espacios con Susana, la que fuese su mujer hasta 1984 y que allá arriba le ha estado esperando hasta ese 17 de septiembre.
¿Qué puedo deciros de él y de su fallecimiento?
Que fue un hombre ligado a la tierra, a la naturaleza. Fue cazador, de los de antes, de los que tenían en la actividad cinegética un medio de supervivencia (su perra Caspita, su escopeta rudimentaria, sus capturas escabechadas por la abuela Susana o vendidas en Soria). Fue herrero, por ese apelativo se le conocía, supo forjar los aperos de labranza y las herraduras que calzasen las caballerías que tirarían de ellas. Y fue quien, con su hacer, ayudaba a que la matanza del cerdo fuese un ritual al par que una fuente de suculentas viandas para las gentes de mi pueblo. Cómo olvidar la manzanilla que cogía, las moras “pal Alberto _decía_” o las nueces que me cascaba para que yo no me tuviese que molestar.
Nos enseñó esa máxima de la que yo, a veces, os hablo: “el estar ahí”. Ser partícipe pese a no oír _su trabajo en la fragua le privó de ese sentido_, como fue su caso; o no ver, como es el mío. Cada domingo, casi hasta el final, iba a misa sin importar que no oyese lo que en ella se decía. Estuvo en el vermut de las fiestas de este año queriendo no perderse el ambiente y tantas y tantas veces como salió a los solanos del pórtico _portigao_ de la Iglesia, la báscula de la carretera o el quiosco de la música (éste ocupando lo que fuera la fragua en la que él trabajó hasta que dejó de ser necesaria al ser superada por la maquinaria agrícola).
Supo regalar sonrisas a quien se paraba a saludarle, o se acercaba a decirle algo. Y supo, también, crearlas por medio de sus expresiones y calidez, eso sí con la sobriedad del castellano.
No se resignó a la pasividad de ir dejando que la vida transcurriese vacía. Mantuvo el afán por enterarse de cuanto sucedía _siempre pendiente de la tele o el periódico_, vigilando quién iba o venía, pidiendo que le dejasen ayudar en casa.
Ejemplificó el gusto por la disciplina: ése darle cuerda al reloj de bolsillo cada día, ése tomarse las gotas que le habían prescrito sin dejárselas ni un solo día, esa rigidez en los horarios…
No puedo olvidar cómo me hablaba de los tiempos en que, allá por la posguerra, había venido a Madrid y los recuerdos que le quedaron (la pensión en la calle Amor de Dios, la farmacia El Globo…). Lo mismo que cuanto narró de su experiencia en la Guerra y tantos otros recuerdos como cuando condujo el Man, el primer tractor que venía al pueblo (una novedad transcendental para Fuentestrún) o cuando conoció a Manolo Escobar y sus hermanos.
Al tiempo que escribo estos recuerdos, le veo, vislumbro su porte erguido, alto, su boina, la gayata. Veo cómo se afana en darnos los “aguilandos” y cómo cada vez le digo “que nos los des muchos años”…
Oigo los martillazos en el yunque, el calor de la fragua alimentado por el fuelle…
Morir en casa, con la mente lúcida, sin apenas dolores,teniendo sus manos sostenidas por sus dos hijas, recibiendo el respeto y la compañía de mucha gente y siendo objeto de una misa para él, no como esos tantos funerales hechos a modo de plantilla en los que sólo varía el nombre de los protagonistas. Y aún más, recibiendo _estoy seguro de que él lo contempló, el sentimiento ejemplar,genuino, pleno, desgarrado, de sus dos biznietas (han sido unas maestras) con un gesto como muestra: Isabel pidiendo que se introdujese en el ataúd la baraja con la que jugaban (esosí, sólo las cartas; la funda se la quedó ella) o cómo Susana llora sostenida por mi brazo firme son imágenes para el recuerdo.
El domingo moría otro Abuelo, José Antonio Labordeta _mucho se ha dicho de él y su figura_. Yo también le admiré como cantautor y poeta, como maestro de escuela en ese Teruel mío y como idolatrado por mi buen Juan Rafa. Vaya para él, también mi homenaje, pero Alejandro, mi abuelo, ocupa hoy estas torpes líneas, trazadas desde el corazón.
Gracias a Dios por regalarme el haber podido presumir de un abuelo como él durante tantos años y gracias a Él por dejarme recuerdos compartidos.
¡Va por ti, Abuelo!
In memóriam!
11 comentarios:
Muy emotivo, precioso. Que suerte haber tenido un abuelo tantos años y tan bien.
Seguro que esté donde esté el Sr. D. Alejandro estará viendo todas estas muestras de cariño.
Alberto es un placer leerte.
Besotes gordos
conce
Estimado Alberto:
Tu abuelo, que en paz descanse, ya se ha sumergido en el resplandor de la realidad pura.
Se ha ido en paz, rodeado del cariño de los suyos, a una edad avanzada y sin sufrimiento... Me alegro de que haya sido así. Otro hijo que regresa a casa del Padre, quien lo habrá recibido con los brazos abiertos.
Un abrazo y mucho ánimo.
Que te voy a decir! Cualquier palabra se quedaría pequeña. Genial, impresionante y además sin dejarte ni un detalle. Va por ese abuelo que nos guía y que todavía sentimos y escuchamos que nos dice... por ejemplo ... ¡ala que vais a llegar tarde!... ¡que mejor todo a su tiempo y a su hora!... ¡en tal ribazo siempre salían codornices! o ¿en tal pieza siempre arrancaba la liebre, cuida no se te escape, que te saldrá para arriba...!. Que esto también sea un pequeño recuerdo. Saludos, ánimos y pa lante.
¡Qué palabras tan sencillas y sentidas! Haces que se me moje la mirada. Me sumo a cada una de las frases que expresas, y añado SE DEJABA QUERER.
Es cierto, hay una estrella más en el cielo. Pero es que en la tierra hay otra estrella que con su inmensa luz ha sido capaz de escribir algo tan sentido, emotivo y bello como este "in memoriam".
Albertito, siempre es un placer leerte, pero esta vez el placer ha ido mucho más allá. Hasta el alma.
Imposible no emocionarse con esta entrada, tan llena de calor y sentimiento.
Recordar a una persona así,
haber tenido la suerte de encontrarlo tan cerca que te permitió conocerlo, amarlo y acompañarlo en su caminar por la vida... además de en su muerte, no es motivo de tristeza, sino de melancolía agradable.
Un saludo sentido, Alberto!
Hola Alberto, Creo que queda poco por decir sobre el abuelo Alejandro que tú ya no hayas comentado. Yo lo recuerdo con esa fuerte voz que sacaba cuando le llamabas para matar una cochinilla y todo había que hacerlo exactamente como él lo quería y debías de ser rápido en traerle todo a tiempo; Todo debía estar bien hecho.Se dejaba querer por su cercanía y el cariño que te prodigaba. Un saludo
has tenido mucha suerte por haberlo tenido tantos años yo tengo 15 años y ya lo he perdido
No tendriamos porque llorar de tristeza porque seguro que el esta con su sonrisa en la boca, esa que siempre mostraba. NUNCA LO OLVIDAREMOS. (Su biznieta-Susana)
hola
Descanse en paz. Un abrazo y me asomaré a ver esa estrella.
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