domingo, 26 de septiembre de 2010

El viejo marino

Con mis mejores deseos para esta semana que comienza, transcurrido el verano, vuelvo con mis cuentecillos.
Que os guste.


Cuando llegas al final de tu vida y sólo te quedan recuerdos, te das cuenta de que,total, tampoco estuvo tan mal. Tantas veces como te obcecaste con que tenías que hacer muchas cosas, que buscar gentes que te quisiesen, que alcanzar metas. Y, sin embargo, ¿ahora qué? Un blanco bastón nudoso, una gorraarrugada, una caracola y un sencillo crucifijo.
Perdida toda resistencia, apenas te quedan ganas de protestar, ¡tú que tan cascarrabias eras! Te llevaron a aquel asilo, so pretexto de que estarías bien, sin que quisieran ver que lo que a ti te habría agradado habría sido continuar residiendo en tu universo.
     Y es que tú, desde siempre, sentiste que pertenecías al mar. De niño construías barquitos de papel que botabas en la charca del pueblo. De mayor soñaste con que harías realidad aquellas fantasías de infancia, mas… no, no pudo ser.
Cuando los chicos de tu pueblo, iban a estudiar al seminario, tú te fuiste en pos de tu ideal. Convenciste a tu santa madre, ah ella, tan abnegada, de que triunfarías como capitán de navío, de aquellos buques cargados de tesoros con los que alimentabas tus noches en blanco.
Aunque ahora que lo piensas, a lo mejor, en realidad, a quien buscabas era a las sirenas con sus cantos. ¿Y si te acercas a tu viejo oído esa caracola? Susurros, murmullos, promesas…
Sigues fijando tu mirada glauca hacia el horizonte a través del ventanal que da al pequeño jardín mientras recuerdas, evocas, vislumbras.
Conociste a un encantador de serpientes, le seguiste con fe de adepto y descubriste que él sólo te quiso para explotarte. Claro, ¡eras tan joven, entonces!
Te dejaste arrastrar, seducir,  al son de su música:
-Rodrigo, mi nombre es Joham. Vine de lejos, de un país en el que la noche y el día se turnan durante seis meses, dejándose paso, la una al otro. De un lugar en el que pescar ballenas es lo más heroico, mientras sabes que una rubia mujer te espera. ¿Querrías acompañarme?
¿Qué podías hacer? Habías comprometido tu futuro ante tus mayores y creíste que el destino te salía al encuentro en forma de un rubicundo hombre de mirada de fuego. ¿Cómo te podían afectar, entonces, sus ademanes feroces, su voz bronca o sus manos de oso? Eras joven. Nada te daba miedo.
No te importó, tampoco, que al cruzarte con él, la atmósfera se tiñese de rojo sangre
ni que el aire se volviese inmisericorde. Pronto tuviste que saberlo. comprender que estabas en una inmunda bodega oscura, opresiva, lúgubre, en la que, tú y otros como tú, deberían vérselas con la suciedad y la herrumbre de un decrépito mercante cuyo puerto de destino os había sido ocultado pero que,desde luego, no era el prometedor oasis de riquezas anunciado, ni tampoco ninguna doncella de cabellos de oro te regalaría sus dones, al encontrarse contigo.
 El tiempo pasó viendo cómo te embrutecías hasta que… ¿Cuándo pudo ser? Un enorme estrépito se apoderó de tu mundo infecto. La más horrísona de las confusiones os rodeó. Sólo pudiste hacer una cosa: aferrarte al primer pedazo de madera que alcanzaste y dejarte llevar.
Y cuando quisiste abrir los ojos, la noche se había hecho eterna para ti, ompañera para siempre.
Con la torpeza de un recién nacido, tuviste que gatear a tientas sobre un lecho de arena.
Eso sí, algo habías ganado. Tu oído se había convertido en un experto paladeador de sonidos: hojas dejándose acunar por vientos amables, trinos de pájaros cantando al amor, olas de aquel océano que te llevó lamiendo labios de arenas puras.
Y entonces escuchaste aquella voz infantil que se dirigía a alguien. Tú no podías saber a quién, ni tampoco qué le decía ni cómo sería, pero lo que sí supiste fue que estaba pintada de bondad y que el futuro, para ti, cambiaba de rumbo, giraba el timón desde aquella playa ignota.
       Unas manos callosas de viejo se apoderaron de tus hombros, te ayudaron a ponerte en pie, mientras la niña seguía con su melodía y un perro correteaba a vuestro alrededor.
Te condujeron tierra adentro hasta una estancia fresca, acogedora. Te recostaron en una mullida cama al tiempo que te ofrecían un cuenco con leche tibia.
-Gracias, buenas gentes por vuestro auxilio _pudiste, apenas bisbisear_.
-Descansa, que ya nos contarás. Mi nieta, Isabel y yo te cuidaremos bien. Supongo que serás un superviviente del naufragio que ha habido hace dos noches.   Aunque se dijo que nadie se había salvado, por suerte, parece que no ha sido así.
  Los días fueron transcurriendo tranquilos, mientras tus heridas iban sanando. La niña, una muchacha despierta, vivaracha, alegre, te guiaba al borde de las rocas para oír cómo las olas os arrullaban. Explicaba cómo su abuelo y ella habían llegado a encontrarte y cómo ella disfrutaba acompañándole  
    Te acogieron, dejaron que te familiarizases con su cotidianeidad. Aprendiste a ayudarles. El perro, Canelo, te servía de lazarillo y te hiciste un hueco entre aquellos pastores.
Isabel retomó sus clases. Te contaron que sus padres habían querido emigrar en pos de mejor fortuna y que algún día vendrían en su busca. Todo iba bien asta que…
Cómo pudo ser, tú nunca lo supiste. El caso es que una mañana, unos hombres vinieron por ti. Dijeron que se te tenían que llevar para que testificases en un juicio a consecuencia del naufragio del Odín. ¿Qué te iba a ti en ello? ¿Mas qué podían hacer nieta y abuelo? Qué podías hacer tú?
Todo se trastocó. Una vorágine de abogados, papeleo, interrogatorios… para al final recibir una exigua pensión. Te planteaste regresar a casa de tus padres, pero te dio vergüenza llevar el fracaso como único bagaje y te quedaste.
Fuiste sobreviviendo, la pensión y tu espíritu de luchador fueron tus aliados hasta ace un año.
Entonces dijeron que eras ya demasiado viejo para vivir solo _como si no hubiera sido eso lo que he hecho toda mi vida_ y la asistenta social del ayuntamiento se empeñó en traerte aquí.
Es cierto, las cuidadoras se esfuerzan por agradar, hasta igual podría deciros que he ganado algún amigo, pero qué queréis. Éste no es mi hogar. Mi hogar debería estar en el mar.
¿Qué habrá sido de Isabel? ¿Sus padres la habrán visto feliz? Al menos, ojalá que ellos sí hayan tenido esa suerte. Los míos perdieron a su hijo, raptado por los sueños. Y encima, estoy seguro, de que me habrán perdonado y todo. Así de buenos eran ellos.
-Vamos, don Rodrigo. Cójase de mi brazo, que hoy se le ve triste.
-Hay, hija. Es que estoy cansado. ¿Querrías llevarme a la habitación para acostarme un rato?
Ya en su lecho, siente como si el mar meciese su alma y nota que sus manos han sido enlazadas por una niña con cara de ángel, con figura de aquella Isabel. Y se duerme en paz, sonríe al fin.
A la mañana siguiente, los residentes y demás personal de la residencia asisten a otro funeral, el de aquel viejo que decía había querido ser marino.            

2 comentarios:

Mercedes Pajarón dijo...

Pues sí, me ha gustado, me ha gustado mucho. Me ha dejado un poso de melancolía y tristeza muy agradable...

La caracola me ha susurrado al oído que te mande un beso! Mua!

Susi DelaTorre dijo...

Siempre ha sido marino, siempre desde su corazón hasta su fin.

Infancia y vejez en oleajes.

Qué hermoso cuento!

Saludiños Alberto!

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...