domingo, 21 de septiembre de 2014

Sangre



Buena tarde de domingo.
Hay días en los que los dedos al teclear las letras del cuento, cobran vida propia y dan lugar a historias como ésta.
Qué le vamos a hacer.
Paz y bien.
Feliz semana.

Sangre

Sangre, roja sangre. Sangre coagulada. Muerte, dolor. Sangre muerta, sangre reseca. Desolación, oscuridad, muerte.
Una guapa mujer que fuera, corrompida con la sangre, esparcida por doquier. Nada de su hermosura queda, descuartizada por la saña de un desgraciado y cobarde asesino.
El matadero de ese asesino vil, criminal sin conciencia ni medida, voraz e insaciable, es un sótano maldito. A él ya no le afecta el olor de la podredumbre ni el sabor dulzón de la sangre. Tantas veces la ha probado y tanto placer ha obtenido consumiéndola, que se ha vuelto adicto. El ruido de las sierras al cortar los miembros, como si fueran madera de carpintería, el golpeteo del hacha al aplastar y el siseo de los cuchillos al sajar se han convertido para él en música sublime.
Sangre reseca, pintura de infernales cuadros al fresco de las desconchadas paredes del sótano.
No le importa quiénes sean las víctimas. Las encuentra en parques solitarios. Parejas de enamorados, niños juguetones, ancianos, vagabundos. Todos les sirven, todos contienen su droga.
Sabe que le persiguen, que antes o después la policía encontrará el rastro y acabarán con él. Poco le importa. Ese día, será el definitivo. Se ahogará en su propia sangre, sangre nutrida de otras sangres.
Le gusta visitar las salas de despiece de animales aunque cada vez resulten más asépticas. Se siente vampiro de película aunque para él las noches no resulten escenario en que metamorfosear su bestialidad de lobo hambriento en asesino.
Sus fauces nunca se sacian. Sangre, roja sangre, líquido caliente y espeso.
¿Fue niño alguna vez? ¿Adolescente, acaso, que despertaría alamor? No, nada de eso fue. Un padre borracho siempre y una madre cobarde. Malos tratos, gritos, angustia, sangre. Su madre muerta en medio de la sangre. El niño escondido bajo la cama aterrorizado. El niño lamiendo la sangre de la madre, sangre dulce y caliente. Nada más.
Y entonces, todo dio comienzo. Mataba a animales para alimentarse con su sangre pero no tenía bastante. La sed nunca se aplacaba. Hasta que, cogió una piedra y asesinó por vez primera. Y entonces sí, entonces sació su sed.
Nada conoce del mundo. Nunca pudo aprender a leer ni nadie le quiso.
Hiena solitaria alimentándose de rabia y muerte. Bestia inmunda. Monstruo deforme de cabeza grande y manos como garras.
Huía por las noches a su refugio con la presa muerta. Trabajaba en los oficios más detestables, en lo que nadie quería, con la fuerza bruta como único currículum.
Los jefes lo querían porque nunca pedía nada, más allá de un pequeño sueldo y que no indagaran en su persona.
Y llegó el final del invierno, las noches de niebla, aliadas como ninguna se disiparon en cielos empedrados de luminosas estrellas. Y la primavera se alzó ante él aunque a él nada le importara ni la belleza de los colores ni el perfume de las flores. Su única belleza perseguida se llamaba sangre. Si acaso, las rojas amapolas o el cabello rojizo en suaves pieles de animales.
Estaba contento aquella madrugada de domingo. Sabía que encontraría sangre fresca entre las jóvenes que salían a las calles, con sus cuellos y piernas desnudas. Presas fáciles. Relamía sus agrietados labios, pensando en la variedad y los tiernos músculos al morder. Quizá fuera bueno, clavar sus colmillos directamente en la carne aún viva, en lugar de beber la sangre a tragos, cuando la derramaba su destreza de matarife. Quizá…
Y entonces, alguien tan fuerte como él salió a su encuentro. Le miró a los ojos, tan vacíos de humanidad como los suyos y le alcanzó. ¡Era la muerte! Aferró su cuello con garra de acero y él nada pudo hacer. No pudo ahogarse en su sangre, pues la que tuvo en vida la perdió a través de unas babas negras y unos escrementos pestilentes.
Esa madrugada de domingo no fueron las adolescentes las que perdieron su sangre, si no aquel monstruo maldito que, en el vertedero de la ciudad, fue devorado por los carroñeros. Nada dejaron de él. Pobre hombre, animal maldito, asesino sí, pero desgraciado niño que nunca pudo ser niño ni adolescente despertando al amor.

  






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