viernes, 5 de julio de 2013

Mis andanzas por el Metro en obras, una semana después



Hablé hace unos días de cómo me había enterado de que me cortaban parte del itinerario de la línea de Metro que cojo habitualmente para moverme por este Madrid. Ya dije que, lo que para quienes veis es una molestia engorrosa, para mí iba a suponer un notable trastorno y un nuevo ejercicio de adaptación, y aprendizaje. Un rollo, vamos.
Pues bien, a esta hora, la semana pasada, andaba yo tratando de organizarme el nuevo itinerario. Se trataba de hacer trasbordo en la céntrica estación de Sol, un laberinto, coger otra línea allí hasta Cuatro Caminos y aquí volver a mi línea para llegar a mi destino laboral. Dos trasbordos de nada.
Más o menos me apañé con el cambio, comprobé el tiempo añadido que me llevaría hacerlo para no llegar tarde a fichar y me tomé un estupendo tinto de verano para relajarme.
El resto de mis destinos habituales también se han visto alterados con trasbordos suplementarios.
Y llega el lunes y cuando llego a Cuatro Caminos me encuentro que esa parte que era la más fácil también la cambian, sorpresa, sorpresa. Hay que cambiarse de andén para retomar la línea 1.
Total: en Sol entro por un lado del vagón de la línea 2 y en Cuatro Caminos salgo por el otro. En ésta estación, tras recorrer el andén, subir y bajar escaleras para acceder al andén contrario (ah, si pudiera dar un bonito salto, ayudándome del bastón como pértiga)  entro por unlado del vagón y en Estrecho, línea 1, salgo por el otro lado. Una coña, vamos.
Pero si esto tiene su miga, lo más difícil es encontrar la escalera en medio del hall diáfano de Sol que me conduce a la línea 2 dirección Cuatro Caminos. No hay manera de que se me ocurra una referencia, así que a preguntar toca. Intriga, ¿quién escuchará mi pregunta? ¿Quién se detendrá a ayudarme?
El regreso a casa, es algo más llevadero, pues el trasbordo en Sol es más sencillo.
En fin, que día a día voy llegando con algo más de tiempo que el ordinario, pero ahí vamos.
Y encima, de esa lotería que es pedir ayuda a las 7 de la mañana en medio de la vorágine y las prisas de unos, y de otras, me ha caído el premio de encontrarme con Esther. ¿Quién es Esther? Una señora con la que he coincidido ya dos días y que me ha tomado por banda, ofreciéndome su brazo. En cuanto me ha visto, ha dicho: “no se preocupen, ya me encargo yo”. Una maravilla, uno de ésos milagros que yo recibo de vez en cuando.
Así que nada, ahí vamos apañándonoslas cada día. Paciencia, que hasta mediados de septiembre no queda otra.
    A cambio, la peripecia me da para escribir esta historia y fantasear acerca de quién será la próxima persona que me ayudará.

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