domingo, 7 de julio de 2013

El banquetazo de Tiburcio



Que estos calores estivales parece que me han reblandecido el cerebro. Espero que el cuento que ha salido hoy del majín os haga sonreír.
Un refrescante abrazo de… jejjejeje
Con cariño.

Ya sé lo que haré: conectaré la plancha y pondré a freír la moral.
Sí, está decidido. Usaré como mejor mineral energético los viejos tacos de calendarios que fui comprando. Están ya tan gastados que ni tinta les quedan siquiera. Ya no hay modelos tan guapas que luzcan sus encantos como lo hacían entonces. Todo ha ido empeorando tanto… Así la Sosa no me los pillará, siempre escondiéndolos de sus garras.
La pondré al rojo vivo con semejante material. Y aguardaré a que esté bien doradita. A mí siempre me gustó todo bien doradito, aunque, oigan oigan, que tampoco le hice ascos nunca a lo rosáceo hasta que me dio el patatús. Me encanta escuchar el churrusqueo de la plancha cuando tuesta, vuelta y vuelta ese manjar.
Vamos, Tiburcio, que esto ya casi está. Vaya cómo te vas a poner.
-¡Tiburcio! ¿Qué haces? Cómo has puesto todo de humo. Si aquí no hay quien respire.
Ya está la Sosa refunfuñando, como siempre. Bah, que le den sal por ahí, a ver si, algún siglo de éstos, se pone a tono. Yo seguiré con mi moral. Aunque, qué quieren que les diga, me gustaría más poder comerme otro guiso con más salsa que ésta, magro filete sin casi nada más que el hueso. Si es que ya lo digo yo: donde esté un buen chuletón de locura, que se quite esta Moral por sana que sea.
En fin, no queda otra. Menos mal que la paso con un buen vaso de poesía que sino ni por ésas. Ah, poesía, qué buen licor es. Me lo trajo Polvorosa en un tonelillo y de ahí me lo voy trasegando, eso sí, sin que se entere la Sosa, que hay que ver con ella, cómo se las gasta, ni que fuera sargenta de legionarios espartanos.
 Pero bueno, a falta de locuras buenas serán morales, aunque sean sin pan.
¿Y si…? ¿Y si vertiera un generoso chorro de poesía sobre el filete de moral? Igual tomaba mejor sabor. No sé en qué libro de culinario arte leí que no hay nada mejor para la plancha que, cuando se carece de lubricante graso, que un buen chorrillo de licor.
Procedamos, procedamos.
Uy uy uy, cómo huele esto. Como le dé por venir a la Sosa ahora… me monta… jejejeje, qué más quisiera ella. ¿O yo? Que a mis años no es cuestión de andarse con exigencias ni remilgos. Ya ven: moral a la plancha, nada de vicios, nada de excesos; moderación moderación, Tiburcio.
 Pues nada, ya me he comido la moral. ¿Y ahora qué? Si resulta que me he quedao con más hambre que el perro de un ciego. ¿El perro de un ciego, hambre? Si sé que se pegan una vidorra que no hay quien les tosa.
Aaaaachís. ¿Lo ven? Ya me ha dado el achuchón. Qué va, ni siquiera, arrechucho y gracias.
¿Arrechucho? ¿No habíamos quedao en que era perro y no chucho?
-Tiburcioooooo. Ya has vuelto a beber. ¿Qué hablas de perros y chuchos?
-Que no, mujer. Que esta vez me has traído el filete de moral de peor  calidad que de costumbre. ¡Me quieres matar a base de moral! Y mira que te digo, que en tratándose de moral, no escatimes. Que para una cosa que puedo comer sin tasa, pues que mejor que seasuprema. ¿En qué empleas los cuartos que te doy para que la compres? Seguro que me los sisas y se los das al peluquero, que a ti te peina y a mí me toma el pelo.
-Ay qué chocho viejo eres. Si no me das na, ni pa calandraques tengo. Quita anda, que a ver cómo habrás dejado la plancha.
-Pues más limpia que limpia, que hasta reluce y todo.
-¡Qué va a relucir si está llena de manchas. No sé con qué habrás adobao la chuleta pero está echa un asco.
-Cómo va a estar echa un asco la plancha si la moral no despide ni grasa ni nada.
 -Quita, anda; quita. Que ya la limpio yo. ¡Qué hombres! Lo único que saben es atracarse a locura. Con lo bien que sienta un buen plato de moral.
-¿Tú qué vas a decir de cómo sabe la locura? Si no la has probao. Si tú lo único que has comido en tu vida son fideos de recato. Eso que ni sabe a nada, ni alimenta nada.
-¡Glotón, lambroto, tripero!
Pobre de mí, que lo único que puedo hacer es beber poesía. ¿Qué dices, mujer? Si estoy espanao, si no tengo na que llevarme al pirulo. Pa esto sería mejor que me muriera. Cualquier día me meto la moral sin más y se acabó. Al otro barrio. Qué aburrimiento, todos los días, lo mismo.
-Pues hazlo cuanto antes.
-Pa que te vayas con el peluquero, pues vete ya con él y déjame a mí en paz.
-¡Desagradecido, fullero!
-¡Adiós, Sosa del cielo! Que te den  azúcar.
-¡Azúcar nooooooooooooo!
Se va Sosa, se queda Tiburcio solo. ¿Qué hace? Uy si se ha amorrado al tonelillo de poesía y…
-Tiburciooooo, soy locura… ven a mis brazos… déjate querer por mis pechos…
Una susurrante voz de sirena seduce al pobre Tiburcio mientras sigue mamando del tonelillo, cual lechoncillo mamador.
Ni na, ni na, ni na.
-Ahí le tienen. Pónganle la camisa de fuerza, llévenselo. Qué desgracia. Con lo bien que yo siempre le he cuidado. Si agarro al que le trajo la cuba… Yo, teniéndole a raya con carisisísimos filetes de moral y me lo encuentro trastornao, borracho de poesía. ¿Poesía? ¿Qué será eso? ¿Y si pruebo un poquillo de ese brebaje? Paice que tié buena pinta. No, Sosa; no. Tú sigue con lo tuyo y que se vaya el Tiburcio con viento fresco. Tú sigue como siempre, sana sana. Ya lo dijo el sabio: “sana que te sana, culito de rana”. Ah, los culitos y culillos…
Y la Sosa, sí, siguió con sus buenas costumbres de señorita bien, siguió y siguió, pero sola se quedó.
¿Y Tiburcio, nuestro Tiburcio? En el manicomio de la Academia de los Escritores lo encerraron de por vida. Encerrado, sí; mas libre también. Libre de Sosas y morales, esclavo de locuras y deleites. Cada poco su buena ración de poesía sin disimulos ni racionamientos, cada mucho su banquetazo, entonces sí, banquetazo de letras y palabras, uríes y doncellas, galanas todas sin dietas ni abstinencias.
   

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