Cómo no escribir hoy un relato en homenaje a los libros y,
de paso, a mi querido braille. Leed, leed y disfrutad: no hay mal libro que no
contenga algo bueno.
Buena semana de libros y lecturas.
Un emocionado y sentido abrazo.
-Doña Pepita, doña Fortunata, doña Ana, síganme. Vamos a una
fiesta, apresúrense, prepárense. No se demoren.
-¿Una fiesta? ¡Bravo! ¡bien! ¡Algarabía!
Las tres damas, así interpeladas se retiran, cada una a sus coquetos
aposentos para engalanarse. Lucirán las últimas novedades de la moda, recién
llegadas de París donde también otra mujer está triunfando tras haber marchado
para casar con el emperador. Eugenia se llama y, con su galanura y gracia, ha
conquistado a todo lo más selecto del vecino reino.
Se pondrán miriñaques, blondas y terciopelos. Se adornarán
con pendientes y gargantillas, incluso hasta con algún sencillo brazalete. Y
tampoco faltarán los discretos, pero evocadores, afeites y perfumes.
-Ya estamos listas, señor. ¿Es de su gusto nuestro atavío?
-Sus mercedes son tan bellas que me siento honrado al
disponer de su compañía y hermosura.
El galán que las acompaña, don Plumilla Plumón, no las
desmerece tampoco. Con su bombín, su levita y porte, con su peluca y su bastón.
Suben al carruaje, se acomodan, dan la orden. El cochero
azuza a los corceles que se lanzan a galope tendido por calles y plazas de una
ciudad en la que los afanes y miserias de unos tiempos de crisis, desarrolla
sus ritmos al son de conspiraciones, gacetas y cafés. Es 23 de abril de…
-Señor, inquiere, Ana, ¿van también a la fiesta nuestros
padres?
-Ummm, espero que sí. Aunque bien saben de las ocupaciones
de don Juan, don Benito y don Leopoldo. Me consta que han sido invitados y no
dudo del esfuerzo que harán por estar en ella, abrazando, de paso, a sus niñas.
Qué lástima que doña Jacinta esté aún convaleciente de su enfermedad.
-Es que mi padre, desde que le ha dado por meterse a
diputado no hay forma de que le dedique atención a nada más que a los debates
en Cortes.
-Sí, y a rebatir a los que le han puesto cierto mote
leguminoso. Jejejejej.
-Pepita, no seas chismosa.
-Sí, sí; Garbancero sé que le dicen.
-Pues anda que el tuyo, que muy diplomático y muy lo que
quieras pero que tampoco aparece nunca por casa.
Bueno, no se subleven, señoras. No se incomoden que han de
estar en armonía y concordia. El siglo que les ha tocado vivir les exige toda
su dedicación. Y no se quejen, que ustedes se encuentran bien acomodadas y en
la mejor de las compañías,.
-Eso es verdad, el otro día quiso cortejarme un tal
caballero don Quijote. Vaya pinta que llevaba.
-Pues a mí me vino otro caballero, díjose de Olmedo.
-Ah, toma, el que me dedicó requiebros a mí ni era caballero
quijotesco ni olmedano. Era un avispado ciego, dijo que un maladado pícaro
habíalo estrellado contra mojón de piedra en la ciudad del Tormes, pero que de
entonces a ahora había vuelto a sus correrías e ingenios. Y no sería noble o
hidalgo, pero simpático y ocurrente era un rato bien largo. Cómo me reí con sus
ocurrencias y trapacerías.
En estos diálogos de
cortejos y disputas amorosas ha transcurrido el viaje. Ya llegan al palacete
donde se celebrará el gran acontecimiento.
La música suena a ritmo de rigodón y vals, el lujo más o
menos real se despliega ufano ante las recién llegadas y todo es jolgorio y
risa.
Presentaciones, saludos, besamanos, madrigales
y cortesías se hacen dueños del momento para, a continuación, ser interrumpidas
por alguien:
Han llegado todos, lo mejor de las Españas está aquí. Qué
honor que hayan querido venir. ¿Lo saben ya? De allende los Pirineos, de las
Indias, de Oriente y Occidente, del mundo llegan hoy hasta nuestro reino seis
personajes que, van a hacer Historia y que vayan a ser recibidos por vuestras mercedes, héroes, heroínas,
conquistadores, y guerreros, es la mejor forma de acogida que merecen. ¿Y sus
nombres? Punto Uno, Punto Dos, Punto Tres, Punto Cuatro, Punto Cinco y Punto
Seis. ¿Y su apellido? Braille. Salúdenles, agasájenles, van a ser grandes
amigos suyos; sí, digo bien. Serán ellos quienes hagan un milagro, darles vida
a todas sus señorías. ¿No creen, entonces, que deben festejarles como a
príncipes?
-¿Darnos vida? –cuchichea Ana a sus amigas_, si nosotras
somos eternas. ¿Qué vida nos van a dar esos pisaverdes?
-No sé pero…
Han pasado los años, ya más de cien, y Ana, aquella Ana, Ana
Ozores, la que fuera a singular fiesta,
recuerda ahora que don Claudio Moyano tenía razón al decirles que la venida de
aquéllos que ella creyó enclenques mequetrefes, por lo pequeñitos que eran, han
resultado ser todo un luminoso hallazgo y que tuvo razón organizándoles
semejante recepción. Que los tales Puntos hicieron que muchas y muchos la hayan
acariciado con yemas de dedos sensibles dándole un calorcito que… ¡Qué gustito!
Sus coetáneas opinan lo mismo aunque ahora ya no hable casi
con ellas desde que las separaron, al morir don Plumilla, qué pena, cómo lo
lamentó cuando fue relegado al olvido y sustituido por otro llamado Téclez
Maquinista, sí, más joven y ágil pero ¡tan frío! Con lo bien que las cuidaba y
trataba don Plumilla.
Uy, ya me acarician otra vez. Sigue, sigue. Qué bien, qué
sueñecito me entra con su roce. Ah, si fuera… cómo me enamoraría de éste que…
vaya dedos, vaya manos, vaya… uf.
2 comentarios:
¡Hola, Alberto!
Pues yo, de toda la historia, me quedo con ese simpático e ingenioso ciego al que tantos quebraderos le daba cierto lazarillo...
Una delicia leerte, de verdad.
Por otro lado, me he alegrado mucho, muchísimo al leer tu comentario. Si estás interesado que ponga tu libro en conocimiento de los miembros de la Casa de Cultura de Pilar de la Horadada será un placer. ¿Por qué no? Ya me dices qué has pensado al respecto, ¿vale?
Un abrazo y felicidades porque tú sí que vales.
Feliz día del libro, Maestro.
¡Qué nivel! Última moda de Paris, carruajes, galanes... Te ha faltado la ópera, ¡ja, ja!
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