Con el deseo de que hayáis disfrutado de unos días de Semana Santa en los que algo nuevo se haya cruzado en vuestras vidas, preludio de emociones para el recuerdo, certezas de un presente de luz y augurio de un futuro ilusionante, vaya aquí mi cuento semanal.
Que estéis bien.
Como siempre, con cariño y de corazón.
Esta fue, es, será, la historia de la familia Tiempo. Una familia integrada por el matrimonio don Reloj y doña Clepsidra, y sus vástagos: Mañanita, Futurito y Porvenir.
A los cinco les encanta eso de correr. Siempre van deprisa, muy deprisa. Aunque, a veces, algunos crean que aminoran su marcha y se detienen. No, no; nada de eso. Ellos nunca se paran. ¿O sí?
Cuando esta narradora, otra de tantas veces en que lo ha hecho, se encuentra con ellos, galopan a toda máquina. Tanto, que casi no puede alcanzarles por muy avispada que se muestre en su intento de charla.
-¿Dónde van tan apresurados?
No le responden, siguen su loco caminar hacia un horizonte sin fin, lejos lejos lejos.
Recuerdo entonces, pensativa, perpleja, mientras contemplo cómo se alejan, la primera ocasión en que tuve noticia de esta inefable estirpe.
Me encontraba en una discreta tienda de antigüedades de una estrecha calleja de la zona vieja de Atenas. Había ido en busca de Clío, la musa de la Historia. ¿Que por qué? Pues ni más ni menos, porque soñaba con el reconocimiento a mi labor de descubridora de glorias pasadas, quería tener su bendición con el patronazgo del gran Tucídides.
Fui allí porque alguien, qué importa quién, me aseguró que ése era mi lugar, mi puerto al que arribar.
El dueño, un hombrecillo, oscuro, seco, apergaminado, quiso entretenerme, distraerme con zalamerías y cuentos de cifras, fechas, datos. Mientras yo me resistía a su cháchara, buscaba y buscaba, miraba en mi derredor y entonces, entonces les vi.
Estaban juntos. ¿Qué pintaban allí? Sí, claro. Historia y tiempo, años, siglos, eras del pasado.
Y luego me los encuentro de cuerpo presente, cuando acudo a cierta antigua catedral polaca. Allí están, al lado de una escultura de un tal Copérnico. ¿Qué hago allí? Tratar de encontrar al mago de las estrellas, a aquél que me enseñe a detectar las que simbolizan sueños por cumplir para abrazarlas y hacerlas mías.
Ah, y cuando la echadora de cartas, a la que visitaré, después de ese viaje copernicano, me muestre el naipe en el que aparecerán. Son mi destino, me dice. Estoy condenada a vagar a su lado, inmortal, intemporal.
Vuelo tras ellos, en su persecución. ¿Qué otra cosa puedo hacer? Extiendo mis alas de mariposa y vuelo, vuelo. Ya les diviso, allí están cerca del estanque, al lado del parque en el que suena la música de tic tac, cucu cucu, dong dong dong.
Un tiovivo da vueltas y vueltas.
Don Reloj aparece subido en la barquilla de las agujas pintada con números.
Clepsidra, por su parte, se zambulle en un baño acuoso sin fin, burbujeante, lleno de gotas que se reflejan en sus ojos.
Y los niños juegan al corro, tomados de sus manecillas, unidos a Aurora, Esperanza e Ilusión.
Ah, ¿Que cómo me llamo yo? Mi nombre es Imaginación, ¿lo habían adivinado?
Oh, ¿qué sucede? ¡Todo Está quieto! ¿Qué hacen?
Yo también me uno a su contemplación. Una pareja está abrazada, tan unida como si sólo fueran uno. Y tan apretados están que parecen no querer respirar, como si no les importara.
Pero sí, un soplo, una brizna de viento se interpone entre ellos y todo comienza de nuevo: música, giros, zambullidos, tiempo, tiempo, tiempo. La familia toma, de nuevo, las riendas de ese universo.
¿Y yo? Yo me he colado entre ese abrazo y les he soplado a sus orejas, fino fino: “seguid queriéndoos. Ellos nunca podrán con vuestro amor.”
¿Veis? Ya se van. Dejadles que sigan atropellados, mareantes. Vuestro abrazo es más fuerte. Es eterno.
¿Queréis que me quede con vosotros? Ay, ojalá pudiera. Adiós adiós adiós. Se me llevan, me arrastran, me absorven.
-Querida, ¿escuchaste?
-Sí, cari. Comprendí. Démosnos las manos. Hagámosle caso, venzamos al tiempo.
-Hagámoslo como dices, como ella dijo. ¿Qué importancia tiene un instante o un siglo si estamos unidos?
1 comentario:
¡Pero qué bien te ha sentado la Semana Santa! ¡Has venido inspiradísimo!
Te dejaría un comentario más largo si no fuera porque el tiempo se me echa encima, jejeje.
Besósculos.
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