domingo, 1 de abril de 2012

El monstruo


Buenas noches, días seguramente cuando leáis mi cuento semanal.

Que estéis bien y con buenas perspectivas de Semana santa.

A cuenta de la noticia de los incendios que últimamente se están produciendo, acostumbrados como estábamos a que esas tragedias se oyesen en verano, me surge la historieta de hoy.

Que os guste y que ojalá no tuvieran lugar nunca o que hubiese una pareja que las evitase, como sucede en ella.

El monstruo sabía que, irremisiblemente, el plazo estaba cumplido otra vez, que debería actuar de nuevo, devorarlo todo, engullir cuanto se le pusiera por delante. Sus fauces se tornarían colmillos ardientes y sus plumas se teñirían con el rojizo amarillento de siempre que ejercía como germen virulento de pesadillas, que la música que entonaría se compondría de tonadas a base de estrepitoso fragor.

Era su destino ser verdugo mas no era él el culpable si no quienes lo empujaban a la devastación insaciable y ésos, ésos tenían nombre de persona.

Él no quería hacerlo. Le dolía quemar. Sentía, tenía alma, aunque nadie lo creyera. Con lo feliz que era cuando sabía que ayudaba dando calor en las noches invernales, siendo transmisor de magia y misterio o cocinando ricos manjares.

Lo haría, claro que sí. Otro bosque mudaría sus árboles frondosos en espesas cenizas. El cobijo que aquéllos ofrecían se vería derribado para no volver a ser levantado en años y éstas serían manto frío de muerte y ruina.

Y mientras él se desperezaba y ponía en marcha, dos extraños personajes se reunieron. Extraños no porque lo fueran realmente, si no porque se salían del patrón de moda imperante en aquel país. Seres habitualmente distantes uno del otro: una ciega y un pintor. ¿Cómo se iban a entender? ¿Cómo iba a ser así? ¿Una ciega que contemplase las pinturas del pintor? ¿Un pintor cuyo mundo estuviera constituido por la negra oscuridad?

Y, no obstante hasta allí habían acudido. Se habían dado cita, sin ellos pretenderlo, en la alta planicie desde la que habitualmente se contemplaba lo mejor del horizonte, un mirador al que gustaban de subir paseantes, parejas de enamorados y curiosos observadores.

Ella, Victoria, escuchó pasos de alguien; supo que no estaba sola. Él, Triunfo, se fijó en la hermosura de la aparecida; ¿la tomaría como modelo para su próxima obra maestra? Sí, sí; quién mejor que ella.

-¿Quién eres? ¿Qué haces aquí?

-Mi nombre es Triunfo. He venido hasta aquí porque unas sospechas alertaron mi habitual rutina. ¿Y tú?

-Yo soy Victoria. También a mí me guían las sospechas. ¿Serán las mismas que las tuyas? ¿Serán hermanas las unas de las otras?

-He visto en mi mente a Fuego en pleno cénit de su poder.

-He visto en mi mente a Fuego en el cénit de su poderío.

Los dos han pronunciado al unísono su visión, su certeza, su motivo de arribada.

-¿Qué haremos? –inquiere Triunfo?

-¿Qué si no? Dirigirnos a su guarida, conquistarle, vencerle.

-¿Vencerle? ¿Conquistarle? ¿Cómo habremos de hacer eso un humilde pintor y…

-Sí, ya sé; dilo: una inútil ciega.

-Bueno…

-Anda, deja que tome tu brazo y condúceme a donde yo te diga. Por cierto, ¿portas tu corona de laurel? ¿O la has dejado olvidada en tu morada? Si así fuera, deberíamos ir por ella. Yo, a mi vez, recogeré antes la antorcha que alguien dejó en un rincón ignoto.

Qué pareja: en medio del ocaso, una hermosa joven ciega que porta una antorcha y un fibroso entrado en años coronado avanzan firmes en dirección a la linde del gran pinar, orgullo de lugareños y estudiosos de la flora mundial.

Sí, allí está. Medio escondido alguien prepara una fogata. Se nota que su intención no es noble, sus gestos son furtivos.

El ambiente es silencioso, espectante. Sólo crujido de hojas pisadas y ritmos de augurios nefastos se perciben.

Ya fuego se ha despertado, avanza, corre, galopa, brinca, vuela.

Victoria empuja a Triunfo. Le exhorta a que no tenga miedo. ¿Su intención? Abrazar a Fuego en su seno, hacerlo suyo a través de unos ojos deslumbrados, hacer que su antorcha rebose de él, una antorcha que es luz y sabiduría, icono de Atenea.

Triunfo, mientras tanto, deshoja su corona. Cada pétalo de ella es boca que sella gemidos de Fuego con pasión de enamorado.

Ha anochecido. Estrellas y luna se asoman felices a aquel paraje singular porque esa vez el monstruo Fuego ha sido aplacado, seducido, conquistado, vencido.

¿Y a la mañana siguiente? Una sinfonía de colores y trinos despiertan a los habitantes que, ignorantes de la hazaña épica acaecida tan cerca de sus hogares, se disponen a iniciar sus cotidianas rutinas. Aunque sí, hay alguien que no comprende nada de ese despliegue de arco iris.

Y otro tanto sucede a otras dos personas que permanecen aún abrazadas, plenas de ilusión, sin que nunca hubieran podido creer que aquello les llegaría a pasar. Son dos seres que se han transformado, que piensan ya en un nuevo futuro, un futuro de claras visiones y Arte.

2 comentarios:

silvia zappia dijo...

nunca te olvido, ni con monstruos ni con incendios.

abrazos, albertito

Marina-Emer dijo...

querido amigo mio Alberto ...te deseo felices Pascuas en familia yo te dejo entre mi admiración y cariño un fuerte abrazo
Marina

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