miércoles, 21 de septiembre de 2011

Va de epitafios

Permitidme que comparta hoy aquí una anécdota divertida protagonizada por el autor de "La venganza de don Mendo", Pedro Muñoz Seca.

Era don Pedro Muñoz Seca autor prolífico de obras de teatro algo banales - excepto su celebradísima y celebérrima comedia "La venganza de don Mendo", versificador zumbón y divertido, y hombre de excelente sentido del humor, aguda pluma y ágil verbo.
Vivía desde sus tiempos de estudiante, en una casa de Madrid, donde atendían la portería un encantador matrimonio al que profesaba auténtico afecto. Falleció la mujer, y a los pocos días el marido, más de pena que de enfermedad pues era un matrimonio profundamente enamorado.
El hijo de los porteros se dirigió a don Pedro, muy afectado tras su muerte, y le pidió que redactara un epitafio para honrar su memoria. Del corazón del comediógrafo surgieron estos versos:
"Fue tan grande su bondad,
Tal su generosidad
Y la virtud de los dos
Que están, con seguridad,
En el cielo, junto a Dios."
Corría mil novecientos veintitantos, y en aquella época, era preceptivo que la Curia diocesana aprobara el texto de los epitafios que habían de adornar los enterramientos. Así que don Pedro recibió una carta del Obispado de Madrid reconviniéndole a modificar el verso, puesto que nadie, ni siquiera el propio Obispo de la diócesis o el Santo Padre, incluso, podía afirmar de un modo tan categórico que unos fieles hubieran ascendido al cielo sin más.
Don Pedro rehizo el verso y lo remitió a la Curia, del modo siguiente:
"Fueron muy juntos los dos,
El uno del otro en pos,
Donde va siempre el que muere,
Pero no están junto a Dios
Porque el Obispo no quiere."
Nueva carta de la Curia. El Obispo, tras recriminar al autor lo que cree – con toda la razón del mundo – una burla y un choteo de Muñoz Seca le exige una rectificación ya que no es el Obispo el que no quiere, pues ni siquiera es voluntad de Dios, que no decide nuestro futuro sino que es nuestro libre albedrío el que nos lleva al cielo o no.
Así que don Pedro remata la faena, escribiendo un verso que jamás se colocó en enterramiento alguno porque la Curia jamás le contestó:
"Vagando sus almas van,
Por el éter, débilmente,
Sin saber que es lo que harán,
Porque, desgraciadamente,
Ni Dios sabe dónde están."

3 comentarios:

Mercedes Pajarón dijo...

Jajajajajajajajajaja!!! Genial, genial!! Lo único que me entristece es que al final, los ingeniosos y mentalmente rápidos siempre acaban perdiendo la partida inmerecidamente.

Besósculos sin epitafios!

brujita dijo...

¡Buenísima la anécdota Albertito!...¡Pero que buena , buena de verdad! Je,je. Ésta me la guardo

Besitos volados.

amelche dijo...

Muy bueno. Y, al final, ¿qué epitafio pusieron? Porque si al obispo no le gustaba ninguno...

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