miércoles, 7 de noviembre de 2007

Un paseo por Madrid

Quiero compartir con vosotros lo que, en gran medida, representa, a mi modo de ver, un día feliz. Además pretendo daros a conocer una pequeña página de Madrid, descrita desde mi óptica particular.
El motivo fue la visita de unos amigos para mostrar una panorámica de la ciudad a unos familiares. El tiempo, espléndido, impropio del mes de noviembre y el ambiente, digno de una ciudad europea moderna y llena de alicientes para el turismo.
Comenzamos el paseo con un desayuno típico madrileño, a base de porras con chocolate. Había que empezar la jornada con buen pie.
Después recorrimos la Cuesta de Moyano. En esta calle se congregan casetas de compra-venta de libros y es tradicional, de las mañanas de domingo, acercarse a pasear por ella para bucear en los expositores de libros de todas materias y géneros. La calle está dedicada al ministro que implantó la educación pública en España, en la segunda mitad del siglo XIX y, tras su reciente remodelación, para peatonalizarla, está coronada por una estatua de Pío Baroja, uno de los escritores clave de la Generación del 98.
Seguimos, a continuación, recorriendo el Paseo del Prado, con el Jardín botánico para acercarnos al museo que se alza en él y que es una de las mejores pinacotecas del mundo. Tuvimos la suerte de coincidir con las actividades organizadas con motivo de su ampliación. Una orquesta de cámara ponía la nota musical y unos actores, vestidos de época daban color a la mañana.
Contemplamos las estatuas de Murillo y Velázquez, y proseguimos nuestro recorrido hacia las fuentes de Neptuno y Cibeles para, girando por la calle de Alcalá, atravesar la plaza de la independencia (con la emblemática puerta) y acceder, por fin al parque de El Retiro.
En él, recorrimos su estanque y nos llegamos al Palacio de Cristal y la pequeña cascada. Era increíble la animación reinante: titiriteros, marionetas, mimos, echadores de la buena ventura, músicos y bailarines de tango, familias enteras patinando o en bicicleta. Vaya, toda una fiesta para los sentidos.
Con el ánimo pleno y los pies prestos, decidimos dejar el Madrid de los borbones para, tomando el Metro, cambiar de zona e ir al distrito de Latina. En su plaza se encuentra uno de los teatros emblemáticos de la ciudad, propiedad de la genial humorista Lina Morgan.
Tras una buena comida, en un ambiente distendido, subimos por las calles Estudios y Toledo para dirigirnos al bar El madroño. Típico por su decoración castiza y por la degustación, en vasos de barquillo, del licor, fruto del árbol representativo de la Villa.
Bordeando la Plaza Mayor entramos en el corazón del Madrid de los austrias.
Accedemos a la Plaza de Oriente que enmarca la catedral de la Almudena, el Palacio Real y el Teatro de la Zarzuela.
Finalizamos el paseo atravesando la calle Arenal, en uno de cuyos establecimientos moraba el ratoncito Pérez, , tan amigo él de los niños, y llegamos a la puerta del Sol, con el reloj que marca la frontera de cada año nuevo, el Kilómetro Cero de donde parten todas las carreteras del país, en un sistema radial y la pastelería La Mallorquina, toda una tentación para el paladar.
Hasta aquí, sería la parte descriptiva. Ahora quiero exponer el lado sentimental de lo que experimenté ese día:
Satisfacción por haber ejercido de anfitrión, con el orgullo de enseñar la ciudad en la que vivo.
Emoción por visitar, bien acompañado, los lugares históricos de mi ciudad. Sentía que estaba pisando la Historia.
Percibí la música, la tranquilidad de la gente, paseando y disfrutando de una relajada mañana de domingo alejada de las prisas cotidianas, y el calor de un día soleado en otoño.
Los tíos de mis amigos, de origen venezolano, disfrutaron y, con emoción, descubrieron un mundo que para mí resultaordinario, pero que a ellos les pareció increíble. Éste fue mi mejor premio: saber que ayudé a hacerles un poquito más felices.
Acabé con los pies doloridos, pero con el alma alegre porque me creí útil y fui uno más, como el resto de ciudadanos.
Fue toda una carga de energía para los días sucesivos.
Y una anécdota para finalizar: cuando recordaba, al pasar por la calle Mayor, el momento en que en 1906, un anarquista atentó contra el rey Alfonso XIII, el día de su boda, un señor se dirigió a mí para felicitarme, admirado de cómo estaba narrando un episodio histórico. Luego mis amigos dijeron, entre risas, “ese hombre se ha creído que eras uno de los que presenciaron el atentado”. Jejejejeje
Las fotos del margen fueron realizadas a lo largo del paseo que os describo. Que os gusten.

1 comentario:

Anónimo dijo...

VAYA GUIA que tuvieron los Venezolanos y su familia. Todo un lujo y no me extraña que alguien se pensase que habías presenciado el atentado contra el REy.

A ver cuándo nos haces una visita guiada en esas condiciones. Y ... alomejor Gallardón te contrata de guía turístico en tus tiempos de ocio.

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