sábado, 17 de octubre de 2015

El Metro y yo



El Metro y yo

«Albertito, Albertito… corre corre que se va el Metroooooo» ¡Clon crash! Que me la pegoooooo.
Sí, eso podría pasarme si olvidara que al Metro hemos de tenerle respeto, no miedo pero sí respeto. Y si se escapa en los morros, otro vendrá.
Y es que hay gente, ciegos incluidos, que echan a correr como locos si está el Metro en el andén y caiga quien caiga, sin sospechar que quienes pueden caer son ellos.
No, el Albertito no corre para cogerlo. ¿Cómo ha de correr si ni es una chica guapa ni hay ningún toro que le persiga allá en el andén. Nada, que por rabia que dé perderlo justo cuando llegas, otro vendrá.
Se cumplen hoy 96 años de la inauguración del Metro. Fue Alfonso XIII quien lo hizo y el primer trayecto discurría entre Cuatro Caminos y Sol, reduciendo un tercio el tiempo que se tardaba en recorrer esos casi 4 kms. En tranvía.
En estos 15 años en que yo llevo paloteando por sus estaciones, vestíbulos, pasillos y escaleras he vivido algunas anécdotas que hoy quiero compartir, con el afán de hacerte sonreír, ojalá lo consiga.
Mucho me costó perderle el miedo y mucho le costó a Marina, la técnica de rehabilitación de la ONCE que me enseñó cuando llegué a Madrid. Mucho tuvo que repetirme que estuviera tranquilo, que daba tiempo a subir, que antes de cerrar las puertas pitaba, que no olvidara de poner siempre el bastón por delante no fuera a ser que en vez del vagón, lo que tenía enfrente era el hueco entre vagones, que me aprendiera los itinerarios y que escuchara antes de actuar. Traté de hacerle caso y algo debió de hacer porque hoy, 15 años después, me muevo por él con soltura y confianza. Algo debió de hacer, lo que pasa es que una vez, sólo una, metí la patita entre el andén y el vagón. Ufff, qué susto y eso que me cogieron en volandas. Vaya facha que debía tener… un pie en el andén flexionado, el otro en el hueco estirado y las manos en el suelo del vagón (como si fuera Juan Pablo II besando la tierra en sus viajes). Y la gente cogiéndome como podían con mi poco peso, eeejemmmm…
Un par de veces se me ha quedado encajada la contera _bola_ del bastón entre la puerta y el andén. Qué lío. Se queda encasquillada y no hay manera de sacarla a no ser que algún forzudo pasajero le dé el tirón y… zas. A hacer puñetas la bola y la goma que une los tramos del bastón y hacer puñetas el bastón. En fin, qué le vamos a hacer si tuvo buena voluntad el buen señor. “Perdona, me parece que se ha roto…” “Nada, nada; no se preocupe. Me apañaré como pueda hasta llegar a casa.”
Y aquella vez en que no sé cómo fue que me caí en las escaleras mecánicas de Duque de Pastrana y no me podía levantar hasta que no giré sobre mi propio eje, cual compás, y entonces ya sí pude levantarme, cogido del pasamanos. Menos mal que no había nadie que me viera que si no… qué lástima.
Pero dejemos los percances y vayamos al turno de los mendigos y pedigüeños que jalonan el viaje.
De todo pelaje los hay… desde músicos mil hasta vendedores de lo más pintoresco. Que me ofrezcan linternas, nada más propio para este cieguito. ¿Y lo de los clínex? Será que hay mucho mocoso suelto? Ahora que los tañedores y músicos… no soporto esas latazas que te taladran el oído con el tachín tachín y sin la cabra. ¿Y las de la Bosnia Herzegovina que ni tienen leche ni tienen pañal para el niño? Pues algo debieron de tener cuando fueron capaces de parirlo, digo al bebé, no al pañal… jajajajaj.
En fin, para cerrar este capítulo, recordaré aquella cantante del Este con su voz cálida y misteriosa que me evocó toda una historia de su vida para crearle un cuento… y ella sin saberlo. Ah, y el otro día, en Pacífico, otra que interrumpe su cantar para indicarme que girara a la izquierda. Todo un detalle por su parte, que podía haber seguido a lo suyo dejándome a mí a mi suerte y a que me diera el galletazo con la esquina.
¿Y mis encuentros femeninos? Aaaaajá, Albertito. Tú y tus picardías.
En Menéndez Pelayo, un grupo de chicas jalean a la novia. Supongo que iría con ellas porque no dejaban de darle vivas. No pude resistirme a unirme a ellas. Me pidieron que les hiciera una fotito, pero nada, que no pude hacerlo. Parece que no se habían dado cuenta del palito blanco que me adornaba. Igual creyeron que era un trozo de la tela del vestido de novia que, cual jirón, se me había enganchado vaya usted a saber dónde. Mucha juerga llevaban, pero yo me quedé en ayunas de saber si la novia, y las amigas, eran guapas o no. Eso sí, se hicieron con el vagón y el cieguito a dos velas.
Y claro… por mucho que lo correcto sea que cuando me ayudan sea yo el que tome el brazo de quien ve, no diré que hago ascos a cuando alguna señora, al subir al tren, me coge de cerca y por el impulso roza mi espalda con sus… uuujummm… jajajaj.
Una noche de sábado, en Sol, no muy tarde, pedí ayuda y al despedirme le di las gracias, diciéndole guapa. Ella me contestó, con mucha extrañeza… “¿Cómo sabe que soy guapa?” jajajaja. Es que yo a todas les doy las gracias con un “guapa” de regalo. El hecho de que me ayuden ya es mucho y eso me las hace ver como tales. Si lo son, será una redundancia y si no lo son igual hasta soy yo quien las ayudo al alegrarles el día. Y otra, otra noche de sábado, contentita que iba ella, se me pegó pegó y aún tuvo el humor de decirme que disfrutara de la fiesta, ¿de qué fiesta? Uuuuummm…
Por cierto, sólo una vez, en Estrecho, me dijo a mí, una, guapo. Qué quieres, me alegró el día como nunca. Es que como nadie me lo suele decir… ¿a quién no le gusta que se lo digan?
     Más historias… en Plaza de España quise hacer trasbordo de la línea 3 a la 2. Cómo iba a imaginar yo que de una a otra hay toda una excursión. Y un señor dejó a su señora y le dijo… “ahora vengo, que le voy a acompañar”. Yo encantado, pero no pude por menos que decirle, después del pedazo de pasillo y vericuetos recorridos, “su mujer debe de creer que se ha fugado como si hubiera dicho que iba a comprar tabaco.” El señor, atentísimo, me dijo que no, que su mujer le esperaría. Algo parecido me pasó en Diego de León de la 6 a la 4, otra pedazo de excursión y pregunta a uno y a otra y a otra… en fin. Un lío de pío pío.
Y yo qué sé… el Metro me da mucho juego a la hora de crear mis cuentos e historietas. Ya he hablado de la cantante del Este, pero no han faltado a la inspiración los laberintos de pasillos y esa imagen peliculera de ser perseguido y saltar de un tren a otro tren…
Bueno bueno. Que el Metro es todo un invento y que cuando se estropea me lleva de cráneo y que espero seguir teniendo anécdotas que contar y… jajajajjaja. Roces de que disfrutar. Eso sí, siempre con prudencia, respeto y educada discreción. Lo que no querría es que me vuelvan a robar la cartera como hicieron en Antón Martín. Claro que desde entonces, rehuyo de cogerme de la barra del techo para prevenir semejante tropelía. Y si una chica me dice… “cójase de mi hombro (era verano y lo llevaba al aire) en vez de a la barra, te aseguro que estaré encantado… jajajajja.
Y ojalá pueda yo ayudar de alguna manera, indicando a alguien que va perdido por dónde tiene que ir o dónde ha de bajarse o yo qué sé, será genial.

1 comentario:

Rosa María dijo...

Eres un gamberrete jajajajajaj. Esos ojos táctiles los tines muy activados. jajajaj.
Un abraciño Bertiño y si hay que hacerse el despistado para que una chica preste ese hombro; ¡¡ adelante!!!
Rosa María Milleiro

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